El aire tóxico emitido por la combustión de los hornos crematorios en la Ciudad de México en el último año y medio, a causa de la pandemia, de la cual la urbe fue principal epicentro, elevó a niveles graves la contaminación del aire, pero lo peor es que no apareció en los registros oficiales.

Durante las crestas de las tres oleadas de la crisis sanitaria, los 24 hornos funerarios llegaron a incinerar al máximo de su capacidad, las 24 horas del día, quemando cada uno 6 cuerpos por día.

A simple vista parecía un método sencillo y rápido de evitar que personas muertas por Covid-19 expandieran las infecciones, pero en realidad se produjo un fenómeno perjudicial para la salud humana, aunque a través del aire que respiran los 11 millones de habitantes de la ciudad y los otros 10 millones de los alrededores.

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Según un estudio realizado por Saúl Hernández, profesor de la Unidad Profesional Interdisciplinaria de Biotecnología del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y un grupo de sus alumnos, se disparó la emisión de tóxicos al ambiente.

Entre ellos, destacaron las partículas suspendidas, monóxido de carbono y óxido de nitrógeno y 13 contaminantes no monitoreados como el dióxido de azufre, plomo, arsénico, cadmio, antimonio y mercurio.

Según explicaron los estudiantes, estos químicos “permanecen cientos de años en el medio ambiente o acidifican el agua, modifican el balance nutricional de cuencas fluviales, afectan sistema inmunológico, causan cáncer o tienen efectos corrosivos en los tejidos humanos, estrechando los bronquios, provocando cardiopatías y hasta la muerte”.

Para darse una idea en números de la cantidad de cuerpos que se incineraron, mientras en 2019 se registraron 10,763 incineraciones, en 2020, ya con la emergencia sanitaria, esta cifra ascendió a 22, 065, es decir más del doble de un año a otro, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

Para el primer trimestre de 2021, se registraron 7.731 muertos, lo que significa que el ritmo fue en aumento.

Las autoridades de la urbe emitieron una “Guía de Manejo de Cadáveres por Covid-19 en México”, en abril de 2020, en la cual se establece que la disposición final de cuerpos “será lo más pronto posible y, preferiblemente, mediante cremación”.

No obstante, expertos estiman que este sistema de disposición provoca un impacto ambiental mayor que el de la inhumación, pues la incineración de un cuerpo mediante horno de gas produce hasta 245 kilogramos de dióxido de carbono.

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La cifra equivale a la totalidad de tóxicos emitidos por un automóvil durante un recorrido de 2,050 kilómetros, según la firma The CDS Group.

La cremación de órganos y tejidos de un cuerpo supone un proceso de combustión que puede alcanzar hasta 950 grados centígrados, lo que genera emisiones atmosféricas de partículas, monóxido y dióxido de carbono, así como óxidos de nitrógeno.

El presidente de la Asociación de Propietarios de Funerarias y Embalsamadores de la Ciudad de México y el Estado de México, David Vélez, todos los hornos crematorios de la metrópoli “operan bajo el mismo principio, sin importar qué tan modernos sean”.

“Es una cámara de combustión que utiliza materiales refractarios para dar eficiencia al disparo de la llama. Todos los hornos, absolutamente todos, desde el más moderno hasta el más antiguo, llevan esta tecnología”, afirmó.

La cremación fue la opción preferida por los deudos de personas que murieron por Covid o por otras causas no sólo para evitar contagios sino por la sobresaturación de los cementerios.

La Ciudad de México se ubica en el lugar número 40 entre las 92 capitales con mayor concentración de partículas PM 2.5, cuya presencia está relacionada con problemas de salud en la población, según el Informe de Calidad de Aire Mundial de la empresa IQair de 2020.

Para Saúl Hernández, “se necesita un cambio drástico en la medición de los contaminantes y la normas para medir la calidad del aire” y “diferenciar el tipo de cadáveres para incinerar o cremar” pues los muertos por Covid “son un residuo peligroso biológico infeccioso”.

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