Tras casi diez años de lucha, la justicia llegó finalmente para Carmen Sánchez.
Fue en 2014 cuando esta mexicana fue atacada con ácido por su expareja. De nada sirvieron las tres denuncias previas que interpuso ante las autoridades, ni que su agresor hubiera intentado asesinarla ya un año antes.
Desde entonces, su activismo incansable por alcanzar esa justicia para ella y otras víctimas la convirtieron en uno de los mayores símbolos de la lucha contra este tipo de violencia.
Por fin, este mes de mayo su agresor fue sentenciado a 46 años y ocho meses de cárcel en lo que fue catalogado como una sentencia histórica en toda América Latina por su contundencia, y por ser condenado por tentativa de feminicidio y no como un delito de lesiones, como era catalogado generalmente hasta ahora.
Con su sentencia confía que se contribuya también a lograr visibilidad para las víctimas de la llamada “violencia química” que, según denuncia Sánchez, van en aumento.
En las últimas tres décadas, la fundación que lleva su nombre pudo contabilizar al menos 41 mujeres víctimas de ataques con ácido en México, si bien son conscientes de que la cifra real es mayor. Pero solo en 2022, alertan, hubo 105 agresiones con ácido u otro tipo de sustancias químicas hacia mujeres de las que solo 28 llegaron a denunciarlo ante el Ministerio Público.
Pocos días después de conocer la condena, y solo unas horas antes de someterse a su cirugía reconstructiva número 65 para tratar de borrar los graves daños y cicatrices que le dejó el ácido, Sánchez compartió su historia con BBC Mundo.
Línea
Durante diez años mantuve una relación con Efrén, mi expareja, con el que tuve dos hijas. Durante ese tiempo, él fue un hombre muy violento. Claro que yo me di cuenta de esa violencia, pero el miedo por las amenazas me mantenía dentro de esa relación.
Llegué a denunciarlo en tres ocasiones. Pero acudía a las autoridades y solo me daba unos folletos, o una cita de seguimiento en tres meses. En ese tiempo a mí ya me podían seguir amenazando o incluso matar.
Cuando lo denunciaba, él se enteraba porque lo llamaban para conciliar. Entonces mi vida se ponía así más en riesgo. En 2013, por ejemplo, intentó asesinarme con un picahielos y me lo enterró dos veces en el estómago, una en el brazo y una en el dedo.
Siempre me decían que mis denuncias eran solo de hechos y no conllevaban un proceso judicial. Aunque acudía a ellas, yo fui desprotegida por las instituciones.
Así, hasta que el 20 de febrero de 2014 intentó asesinarme con ácido. Llegó a la casa de mi madre en Estado de México, en la que yo vivía creyendo que era un lugar seguro para mis hijas y para mí. Sin embargo, no fue así.
Se presentó allí y me pidió una nueva oportunidad con amenazas. Cuando me negué, agarró el ácido que llevaba con él y me lo arrojó en la cara. Me dijo cosas como: “Si no vas a estar conmigo, jamás volverás a estar con nadie más”, “Muérete”, “Te lo advertí…”.
Mientras mi familia trataba de salvarme la vida, él salió huyendo. Mis hijas, que entonces tenían 8 y 11 años, afortunadamente estaban en la escuela.
Me quemó completamente la mitad de la cara y también el cuello, tórax, pechos, brazos y piernas. El dolor no se me fue hasta que me durmieron y llegué inconsciente al hospital, donde estuve ocho largos meses. Yo solo tenía 29 años. Los 30 los cumplí ingresada.
65 cirugías
La primera vez que me miré al espejo, vi un monstruo. Esta sustancia letal no solo puso en riesgo mi vida en aquel momento, sino que la sigue poniendo cada vez que entro al hospital. Como tengo que hacer hoy mismo con una cirugía, la número 65, que siempre es riesgosa.
Tardé muchos años para tener cirugías reconstructivas que mejoraran la parte estética, porque el sector de salud público en México nos dice que son cirugías no funcionales o reconstructivas, por lo que no tenemos apoyo por parte del Estado.
Mi vida se vio trastocada completamente. Todo se volvió citas en el hospital, con la psicóloga, en la Fiscalía, y con asociaciones civiles y colectivas para que informaran sobre mis derechos y comenzara a buscar justicia.
Tuve que pasar de víctima a activista, a aprender términos jurídicos que no conocía, a investigadora y a perita para defender mi propio caso porque, si yo no lo hacía, nadie lo haría.
Eso me hizo perder muchísimo tiempo familiar. Con mis hijas dejamos de festejar el Día de las Madres, Navidad, Año Nuevo… porque todo era estar en el hospital o en recuperación.
El daño físico es terrible, pero también lo es cómo la sociedad te mira. Porque lo primero que se mira es tu belleza, la cara es tu presentación al mundo y eso te lo quitan.
Los agresores lo hacen con esa intención: quitarte la belleza y mutilarte. Quieren ver cómo nos torturan y que, si logras sobrevivir, nunca más un hombre se vuelva a acercar a ti.
Con esa saña y crueldad, quieren borrarte de la sociedad y quitarte tu identidad por completo. Y lo logran hacer. Así que perdemos nuestra seguridad y es muy difícil reincorporarte a la sociedad.
De hecho, los primeros años yo me mantuve con unas gafas oscuras muy grandes y con una máscara que me cubría casi toda la cara. Me daba miedo que la gente me mirara y rechazara.
Me sentía presa dentro de mis propias cicatrices, culpable por lo que él me había hecho, y eso me dolía muchísimo.
Detenido siete años después
La gente me decía que la belleza la llevaba por dentro, que yo era una mujer fuerte y valiente. Y sé que lo decían con la mejor intención, pero a mí eso me hacía daño.
Yo no pedí ser esa mujer fuerte y guerrera: yo solo quería ser una mujer libre. Pero la violencia machista, la violencia institucional, la revictimización social… no me dejaron otro camino más que ser esta mujer que ahora soy. Una mujer que resiste día a día.
Tuvieron que pasar siete años del ataque para que se le diera cumplimiento a una orden de detención contra Efrén. Hasta entonces, mi familia y yo seguíamos viviendo amenazas.
Vivíamos con miedo porque sabíamos que él estaba libre. De verdad, no se imaginan el miedo, el dolor, la ansiedad de saber que sales a la calle y que posiblemente te está viendo o te lo vas a encontrar y te puede volver a intentar asesinar. Es algo horrible.
Cuando logran detenerlo en 2021, lo primero que pedí a la fiscal fue una fotografía para asegurarme de que era él. Cuando vi que en efecto era él, pensé que ya las amenazas terminarían. Pero siguieron llegando a través de su entorno.
Tuve que cambiar de domicilio, de número de teléfono, y mis hijas tuvieron que abandonar sus escuelas. Es como que nosotras fuéramos las que tenemos que estar a escondidas, cuando nosotras no hicimos nada.
En estos diez años que han pasado en total, claro que perdí la esperanza para seguir luchando. Porque no solo me enfrenté a la violencia machista de este hombre, sino que también se sumó la violencia institucional.
Servidores públicos me dijeron que no valía la pena luchar por algo que, posiblemente, nunca iba a llegar. Y me decían que iba a ser un proceso muy largo porque lo que me hizo solo estaba considerado como lesiones, que no tardan en sanar más de 30 días y que no ponen en riesgo la vida.
El intento de feminicidio fue duro, pero también lo fue darme cuenta del abandono institucional. La forma en que miran este tipo de violencia es extremadamente triste. No alcanzan a comprenderla, no están sensibilizados ni tienen empatía.
La sentencia
Así que cuando hace unos días la jueza comenzó a leer la sentencia de condena de 46 años y ocho meses a Efrén, lo primero que volví a recordar fue todo el dolor físico que sentí en aquel momento, el ardor terrible de cuando me arrojó el ácido y sentía que se comía mi piel.
Y ese ardor llegó a mí cuando escuché la sentencia. Igual que esas lágrimas que recuerdo de mi madre, mis hijas y mis hermanas al verme completamente deshecha en mi piel. También aquella angustia que sentían al no tener dinero suficiente para llevarme a un hospital en el que acelerar mi recuperación.
Por eso, en ese momento lo único que quería era salir del tribunal, donde estaban mi familia y las mujeres que me acompañaron en el proceso. Quería salir y gritar que ya podíamos decir que Efrén García Ramírez es el feminicida, que intentó asesinarme y que ahí se mostraron todas las pruebas.
Y gritar que atrás quedó la Carmen a la que quemaron con ácido. Ahora soy la mujer que le arrancó un pedazo de justicia al Estado mexicano y que les dice a las demás que nunca nadie les diga que no vale la pena luchar, porque aquí está el claro ejemplo de que sí.
Con esta sentencia espero recuperar algo de tranquilidad. Es importante para mí saber que él se va a quedar ahí por el resto de su vida, pero aún no ha terminado mi búsqueda de justicia.
Aún no existe esta reparación integral que incluya las medidas de compensación, de rehabilitación, de no repetición, de restitución del daño y afectaciones causadas.
Así que vamos a impugnar para seguir buscando una reparación integral. Porque no solo esto ya es para mí, sino para todas las mujeres que al igual que yo, están esperando justicia porque sobrevivieron a este tipo de violencia tan extrema.