El asesinato de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, Michoacán, ha encendido de nuevo las alarmas sobre la espiral de violencia que golpea a las instituciones públicas. No se trata solo de una tragedia local. En los últimos años, once presidentes municipales han sido asesinados en Michoacán, y cada caso parece ser absorbido por la rutina de un país acostumbrado a la sangre.

Carlos Manzo no era un político cualquiera. Era un hombre reconocido por su capacidad de diálogo y por su empeño en reconstruir la confianza ciudadana en la autoridad municipal. Su muerte, sin embargo, vuelve a mostrar que ejercer un cargo público en México puede costar la vida.

La historia ofrece lecciones que vale la pena recordar. Cuando el estadista romano Julio César fue asesinado en el Senado, cayó con él la república y comenzaron las dictaduras imperiales. Cuando en Sarajevo mataron al archiduque Francisco Fernando, nadie imaginó que ese disparo encendería la Primera Guerra Mundial. Y cuando Francisco I. Madero fue traicionado y asesinado, México se precipitó en una revolución que dejó cientos de miles de muertos.

Los asesinatos políticos, aun los que parecen locales, pueden tener consecuencias imprevisibles. Son actos que descomponen la vida pública, erosionan la confianza social y abren la puerta al miedo y al caos.

Hoy, frente a este panorama, surgen nuevas expresiones de inconformidad ciudadana en México. El llamado ‘Movimiento del Sombrero’, que ha comenzado a tomar fuerza en distintas regiones del país, simboliza ese hartazgo colectivo ante la corrupción, la impunidad y el abandono del pueblo por parte de los gobernantes. Su lema es sencillo pero potente: “Nos tapamos del sol, no de la verdad”.

A la par, jóvenes de la Generación Z han convocado a una marcha nacional para el próximo sábado 15 de noviembre, en el Zócalo de la CDMX y en más de 35 ciudades del país, en demanda de un México más justo, transparente y seguro. Este despertar juvenil muestra que una nueva generación ha perdido el miedo y está dispuesta a salir a las calles para exigir un cambio real.

La desesperación social nace cuando se supera el miedo, y cuando el miedo deja de contener la rabia, despierta el México bronco: un país cansado, pero también decidido a hacerse escuchar.

Hoy México enfrenta una encrucijada peligrosa. No se trata de un hecho aislado ni de una cifra más: el asesinato de Carlos Manzo es un síntoma de un sistema que se desmorona en los márgenes del poder.

México no puede permitirse normalizar la muerte de sus gobernantes. Porque cada crimen político, por pequeño que parezca, es un golpe directo al corazón de la democracia.

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