La concentración convocada para este sábado por Claudia Sheinbaum en el Zócalo no es una celebración: es un operativo. Desde antes del amanecer, camiones provenientes de diversos estados comenzaron a descargar contingentes enteros, muchos de ellos movilizados por estructuras sindicales y operadores políticos que ya se han vuelto parte del ADN de Morena. El gobierno puede insistir en la “espontaneidad” de la convocatoria, pero el paisaje de autobuses, coordinadores y grupos acomodados por secciones habla por sí mismo: es acarreo en su forma más clásica.

La urgencia de llenar la plancha no es fortuita. El mitin llega apenas días después de que miles de jóvenes salieran a las calles para exigir paz y denunciar la inseguridad que el oficialismo trata de minimizar. 

La marcha de la Generación Z, con todo y los incidentes provocados por encapuchados, evidenció algo que incomoda al poder: la narrativa gubernamental ya no monopoliza la conversación pública. El acto de hoy es, en esencia, un intento de borrar esa impresión, de opacar a la juventud que desafió la complacencia oficial.

Sheinbaum ha enlistado logros -inversión extranjera, supercomputadoras, programas sociales- como motivos de celebración. Pero la puesta en escena cuenta otra historia: un Zócalo ocupado por grupos movilizados, lonas de apoyo diseñadas para cámaras y un templete erigido para proyectar fortaleza política justo cuando el gobierno enfrenta cuestionamientos crecientes. Es una demostración de fuerza que depende menos del respaldo ciudadano genuino y más de la capacidad de movilización de estructuras que responden al partido en el poder.

La denuncia presentada por el PAN ante el INE por el presunto uso de recursos públicos no sorprende. El evento tiene todos los elementos de un acto partidista disfrazado de actividad institucional. Lo relevante no es sólo la falta de pudor, sino la necesidad misma del mitin: un gobierno seguro y con resultados firmes no tendría que recurrir a movilizaciones masivas cada vez que surge una expresión social que lo contradice.

El mensaje de fondo es claro. Mientras una generación entera grita que quiere vivir sin miedo, el gobierno responde llenando el Zócalo para demostrar que aún controla la calle. La disputa no es por la plaza; es por la legitimidad. Y cuando un gobierno recurre al acarreo para reafirmarla, suele ser señal de que la está perdiendo.

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