Factchequeado, con el apoyo del programa Disarming Disinformation del International Center for Journalists (ICFJ) y en colaboración con periodistas en México, presenta “La lavadora de Putin”, una investigación transfronteriza que expone un engranaje poco visible pero altamente efectivo dentro del ecosistema de desinformación que beneficia al Kremlin: el Club de Periodistas de México.

Durante décadas, esta organización —que en apariencia opera como una simple agrupación gremial— ha construido una fachada de legitimidad a través de premios, reconocimientos y eventos que se promocionan como iniciativas de “libertad de expresión” y “periodismo independiente”. Sin embargo, la investigación revela que en la práctica el Club se ha convertido en un punto de amplificación para narrativas, operadores y voceros alineados con los intereses de Moscú. Su plataforma sirve como caja de resonancia para desinformadores internacionales, reproduce discursos que favorecen al Kremlin y otorga galardones que buscan lavar la reputación de actores que difunden propaganda disfrazada de análisis geopolítico o contenido periodístico.

“No es un fenómeno aislado”, advierten los investigadores. El Club de Periodistas aparece entre los eslabones de una red más amplia que conecta a organizaciones, influencers, medios digitales y supuestos analistas que se presentan ante la audiencia hispanohablante como fuentes de información alternativa, pero que reproducen sin filtros las líneas discursivas del gobierno de Vladimir Putin.

Rafael Olavarría, periodista de Factchequeado y uno de los autores del trabajo, lo explica en términos históricos: “El Club de Periodistas no opera en el vacío: encaja en un comportamiento de Moscú que, desde la Guerra Fría, ha buscado influir en México a través de actores locales para amplificar sus narrativas e intereses. Lo que documentamos hoy es la versión digital de esa estrategia, una que además impacta a las audiencias latinas a ambos lados de la frontera”.

La investigación muestra cómo estos vínculos no solo funcionan dentro del espacio mexicano, sino que se proyectan hacia la comunidad latina en Estados Unidos, donde la propaganda rusa ha encontrado terreno fértil: públicos desinformados, redes sociales desreguladas y un ecosistema mediático fragmentado. La exportación de discursos progubernamentales rusos hacia estos espacios es parte de una estrategia que mezcla mensajes antioccidentales, narrativas conspirativas y campañas de desinformación sobre conflictos internacionales.

“La lavadora de Putin” detalla además cómo figuras extranjeras con antecedentes en campañas de desinformación reciben premios del Club, obtienen espacios para dar conferencias y, en algunos casos, establecen alianzas que facilitan la circulación de contenido manipulado o abiertamente falso. Ese reconocimiento, revestido de solemnidad institucional, funciona como un mecanismo para “blanquear” su credibilidad ante audiencias que buscan voces críticas del orden global, sin sospechar que muchas de ellas responden a intereses geopolíticos ajenos.

La investigación subraya un punto clave: la influencia no siempre se ejerce mediante estructuras formales, financiamiento directo o acuerdos explícitos. A veces basta una red de aliados locales dispuestos a reproducir discursos, legitimar voceros o encubrir desinformación detrás de premios, eventos y foros que aparentan neutralidad.

En un entorno donde la manipulación informativa se ha vuelto una herramienta estratégica a nivel global, “La lavadora de Putin” aporta evidencia de cómo estas dinámicas se manifiestan en México y cómo, desde ahí, alcanzan al público latino en Estados Unidos. Una operación silenciosa, persistente y mucho más cercana de lo que suele suponerse.

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