La sucesión presidencial ha llegado. Llegó desde hace tres años, a mitad del sexenio. Llegó, quizá, con tres contagios de Covid-19 y una alerta de infarto para el presidente Andrés Manuel López Obrador. Llegó, quizá, con ese testamento político: “Ni calles con mi nombre ni estatuas con mi imagen”.
México ha transitado los inicios de la tercera década del siglo 21 de la mano de uno de los presidentes más disruptivos del orbe. Su ambición se llama “La Cuarta Transformación de la vida pública de México”.
Pero son seis años y la vida no es suficiente para un país con décadas pretendiendo dar ese paso que saque a todos de la pobreza y que Francia o Alemania nos ubiquen en el mapa.
Un día, de este ajetreado sexenio, México amanece con un PIB que se desploma y al otro con un petróleo que no vale nada y una refinería multimillonaria en construcción que se “inunda” al menor aguacero.
“México de contrastes”, como los escritores y periodistas llaman a lo sui generis que es vivir el día a día en este país; el mundo habla de transitar a la energía renovable ya, cuando máximo 20 años, y otro día un conflicto bélico entre Rusia y Ucrania toma por sorpresa y hace pensar que la energía verde debe tomarse con calma.
“O López Obrador es un estadista o de plano tiene mucha, pero mucha suerte”, dice un locutor que no cree que el petróleo pasó de valer cero dólares a poco más de 80 dólares por barril y que México ha creído en una política encaminada a la ‘soberanía energética’ con siete refinerías, una comprada a Shell, en Texas, y otra que no quiere nacer tras dos años en labor de parto y más de 120 mil millones de pesos en los libros de Hacienda.
Viaja en avión comercial y planta cara a las naciones; un día es presidente y otro pitcher. Un día se aferra a la investidura presidencial y dice que no se meterá ni dará señal ni cargará los dados por nadie desde su “púlpito” del Salón Tesorería de Palacio Nacional.
Otro día, de noche lluviosa, truenos y relámpagos, sale a cenar con sus “corcholatas”, cuidando que los asuntos de partido no se mezclen con su Palacio Nacional y la esfera gubernamental. El fondo es forma y para él, el simbolismo es mensaje.
El súbito encuentro que tuvo México con la democracia y con el tabasqueño no es sino una consecuencia que los analistas económicos y políticos atribuyen al modelo capitalista quebrando por doquier, generando miseria. La pandemia de Covid-19 sería su catalizador y el planteamiento de “el todo nuevo” porque también, él es cristiano.
López Obrador estará a la par de los líderes mundiales con los que le tocó transitar: desde Donald Trump, el proteccionista de extrema derecha hasta el peruano Pedro Castillo, el presidente que no pudo ser, pasando por el indio Narendra Modi, a quien nunca pudo desbancar de las encuestas.
De corazón caliente pero de mente fría, ha sido su mantra.
“Ha enfrentado una de las épocas de las que aún no se define nada en los libros de texto, porque México, al menos el que yo conozco, poco había sido democrático ni relevante económico más que cuando hacia quebrar al sistema financiero. El México de mis padres fue de claroscuros, pero siempre en la eterna ‘jodidez y antidemocracia’”, dice Ernesto Fernández, analista político por la UNAM.
El término del mandato de “ese hombre de Palacio Nacional” ya dicta el perfil de político que la posteridad deberá calificar a través de quienes deberán sucederlo y en su particular ejercicio del poder para llevar a la consolidación a la Cuarta Transformación o a empezar de nuevo o a retroceder.
Tras el triunfo en las elecciones del pasado domingo, donde Delfina Gómez arrebató al PRI su bastión principal, el Estado de México, las fichas de la coalición de Morena, el PT y PVEM ya están listas en el tablero llamado 2024.
En menos de una semana, las “corcholatas” han dictado la agenda política frente a la oposición que se desdibujó con rapidez del mapa político cuando el pasado lunes se enfrascó repartiendo culpas sobre la derrota en el Estado de México.
Hoy, la cúpula morenista, unos 308 delegados entre los que se encuentra Elena Poniatowka, Dolores Padierna, Héctor Díaz Polanco, Jesús Ramírez Cuevas y la actriz Jesusa Rodríguez, ellos, además de otros dirigentes nacionales de Morena, deberán armar hoy el conclave que fijará las reglas para elegir a quien deberá suceder a López Obrador.
Marcelo Ebrard, aún secretario de Relaciones Exteriores, ya dio el primer paso: agitar el avispero morenista y fijar suelo parejo para todos. Hoy, Claudia Sheinbaum, Ricardo Monreal, Adán Augusto López Hernández, Gerardo Fernández Noroña y Manuel Velasco están presionados a aceptar a competir sin el respaldo que el gobierno federal representa y convencer por sí mismos.
“Cada uno tiene su estilo. Cada uno tiene una experiencia con López Obrador que ha formado su carácter, pero al final, en el ejercicio del poder, todo puede cambiar, la continuidad del proyecto político de López Obrador sí está ligado a la personalidad y apego que sienta cada uno por él”, consideró Fernández.
Marcelo Ebrard Casaubón
Él ha declinado dos veces por Andrés Manuel López Obrador: 2000 y 2012.
En el año 2000, de la mano de su mentor, Manuel Camacho Solís y el incipiente Partido de Centro Democráto (PCD) pretendía ser jefe de Gobierno capitalino. Calculador de los tiempos políticos, declinó por la Alianza por Ciudad de México que encabezaba el tabasqueño.
“Nos integramos a la Alianza por la Ciudad de México como un cálculo político de que Andrés Manuel tenía más oportunidad que nosotros de encabezar el gran cambio político que México necesitaba. Tuvimos razón”, afirma Ebrard en su libro El Camino de México, artífice de la presentación de su proyecto.
En la historia política de Marcelo Ebrard existen dos Manueles. Uno de ellos, Manuel Camacho Solís, quien fue un priista que lo formó academicamente en el Colegio de México y después le dio su primera oportunidad política.
Juntos, uno como regente del otrora Departamento del Distrito Federal y él, como secretario general de Departamento, renunciaron al partido único, al PRI, del que está convencido “bajó” a Camacho Solís de sus aspiraciones presidenciales en 1994 con ese “método empleado” a los adversarios y que el mismo Ebrard viviría en 2014.
El otro Manuel, Andrés, lo empapó de pueblo y propósito. Con López Obrador colaboró en el Gobierno de la Ciudad de México, primero como secretario de Seguridad Pública y tras ser destituido por el presidente Vicente Fox por el linchamiento de dos policías en Tláhuac, fungió como secretario de Desarrollo Social, uno de los pilares de la política pública del lopezobradorismo.
Ebrard quizó ser presidente al igual que Andrés Manuel en 2012, pero tras perder una encuesta por muy poco, finalmente le alzó la mano a un López Obrador.
Pocos años después, Ebrard partió a Francia “perseguido” por el entonces presidente Enrique Peña Nieto por el escándalo de la Casa Blanca, uno de los hitos de corrupción de su sexenio.
A Palacio Nacional o La Chingada, su rancho en Chiapas. Más convencido que nunca que la tercera es la vencida, en 2018 Andrés Manuel se lanzó a su campaña presidencial. Con un Peña Nieto debilitado, Marcelo Ebrard pudo regresar a México a coordinar la campaña del tabasqueño en el norte del país.
Tras su triunfo se integró como secretario de Relaciones Exteriores, puesto en el que fundamentalmente tuvo que mantener la relación política, migratoria y económica con Estados Unidos en la Presidencia de Donald Trump.
En su libro autobiográfico, Marcelo Ebrard asegura ser el sucesor nato de López Obrador, pues en el pasado ya fue electo para continuar su proyecto político en la capital y eso, en la consideración que deja al lector de su acompañamiento al movimiento de transformación, lo hace el ideal para continuarlo a escala nacional.
Claudia Sheinbaum Pardo
En su libro, La Sucesión 2024. Después de AMLO, ¿quién?, el periodista Jorge Zepeda Patterson refiere que no es casualidad que la actual jefa de Gobierno de la Ciudad de México sea la candidata natural del lopezobradorismo pues a diferencia de otras “corcholatas”, como Marcelo Ebrard, quien antes trabajó para el PRI, Claudia Sheinbaum es producto natural de la izquierda.
“A diferencia de sus rivales en la disputa por la nominación de Morena a la Presidencia, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López, quienes entraron a la política de la mano del PRI, ella lo hizo desde el activismo universitario y a contrapelo de ese partido. Nunca ha sido de otra cosa que de izquierda en cierta forma aún antes de nacer”, refiere el también analista político al narrar el pasado de su familia y su vocación científica y académica, su cercanía a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y al “sur profundo” de la capital.
Aunque convencido que por sí misma, la mandataria capitalina estaría en la misma competencia por la Presidencia de la República, en un análisis que desmenuza los primeros acercamientos de Sheinbaum a la política y a la izquierda, Zepeda Patterson hace alusión a Carlos Imaz, quien fue el primer esposo de Claudia, y quien a la postre fue uno de los fundadores del Partido Revolucionario Institucional (PRD) y coincidentemente, jefe delegacional de Tlalpan.
Con Andrés Manuel López Obrador y su mandato como jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Sheinbaum fungió como secretaria de Medio Ambiente y tuvo a su cargo, una de las megaobras capitalinas más controvertidas del tabasqueño: los segundos pisos de Periférico.
La lealtad de Sheinbaum a López Obrador durante este periodo se puso a prueba con los videoescándalos de la época, en los cuales apareció su esposo Carlos Imaz; él mismo reveló a la periodista Carmen Aristegui haber recibido aportaciones en efectivo por parte del empresario Carlos Ahumada.
Con la aspiración presidencial de López Obrador, Shienbaum Pardo renunció a su cargo para convertirse en vocera de su campaña. Tras haber perdido la elección de 2006 y haber ideado su “presidencia legítima”, Sheinbaum fue nombrada como secretaria de Medio Ambiente en el gabinete paralelo al constituido legalmente por Felipe Calderón.
La hoy jefa de Gobierno ha sido una de las fundadoras más importantes del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y en 2015, en las primeras elecciones federales en las que incursionó este partido político, pudo hacerse de la jefatura delegacional de Tlalpan, la demarcación donde nació, creció y maduró su tránsito político.
El terremoto de 2017 en la capital de la República ha sido de los episodios que más han cimbrado su carrera política al ser señalada, como presunta responsable por omisión, de la caída del Colegio Rebsámen, en Tlalpan, que provocó la muerte de 26 personas, entre ellas 19 niños.
Pese a esto, pudo llegar sin mayor problema la jefatura de Gobierno en 2018 de la mano de López Obrador y hoy busca ser la nominada a sucederlo.
“Sin duda, es la rival a vencer para el resto de los aspirantes a la silla presidencial. Por lo mismo, la presión dentro y fuera será brutal en la recta final que terminará en junio de 2024. Los riesgos están a la vista. La niña que sabía hacer las cuentas más rápido en su salón de clases, la joven que ponía su ingenio en mejorar las estufas de leña, se encuentra a los 60 años con la posibilidad de convertirse en la primera mujer en dirigir los destinos de México y, quizá lo más importante, darle a la izquierda una nueva oportunidad”, sentencia Zepeda Patterson.
Adán Augusto López Hernández
Adán Augusto López Hernández es hermético. Hasta antes de ocupar la gubernatura del estado de Tabasco y ahora la Secretaría de Gobernación, su pasado político estaba más enfocado a la política local de la mano del PRI, al que dejo de militar en 2001.
Tal vez su acercamiento ideológico con Andrés Manuel López Obrador provenga por su afinidad al antiguo pensamiento del PRI que comulgaba más con el nacionalismo que con el de Carlos Salinas de Gortari, que tecnocratizó al partido único.
El analista político Jorge Zepeda Patterson señala en su libro La Sucesión 2024. Despues de AMLO, ¿quién?, que la composición ideológica del PRI en Tabasco es única, ya que las diversas corrientes, como la de izquierda, fue conformada como un ala dentro del partido. Una fracción que forma parte del todo.
La relación entre los dos López se enmarca a lazos familiares, pues López Hernández es hijo de un notario con ascendencia maya que llevaba los negocios de la familia López Obrador.
La carrera del “caballo negro” ha sido de pocos puestos políticos, la mayoría dentro del orden estatal, diputado local, federal y senador, pero siempre radicando en Tabasco. La vida y formación de López Hernández dista de la de López Obrador.
A muy temprana edad, Adán Augusto pudo salir del país para realizar estudios en el Instituto de Derecho Comparado de París. Además, tiene una maestría en Ciencias Políticas por la Universidad Sorbona Nueva-París 3. Vivió en Ámsterdam. Aunque fue segregado del gobierno de Roberto Madrazo en la entidad, logró obtener una notaría durante ese periodo.
Proveniente de una familia de clase media alta de Tabasco, Adán López Hernández siguió los pasos de su padre Payambé López Falconi, quien era notario. Se graduó como abogado la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y estuvo activo en la campaña a la gubernatura del priista Manuel Andrade. Por las disputas e irregularidades en la aquella elección de 2000, fue un breve periodo gobernador interino de Tabasco.
Aunque la mayor parte del tiempo iba y venía entre la política y la práctica profesional, nunca militó en el PRD que encubró a López Obrador en la Ciudad de México, aunque sí coordinó su campaña presidencial en el sur del país en 2006.
Fue hasta 2014, tras el reconocimiento de Morena como partido político que decidió militar en el partido que fundó su hermano tabasqueño. Ganó la gubernatura de Tabasco y ejerció el poder hasta 2021, cuando tras un reajuste hacia la segunda mitad del sexenio de López Obrador, asumió el rol de secretario de Gobernación y le devolvió su vocación como interlocutor entre el Ejecutivo federal con los poderes y los estados.
Ricardo Monreal
Ricardo Monreal ha tenido una fructífera carrera política que lo ha llevado a ocupar diversos cargos de la administración pública. Tiene experiencia como gobernador, jefe delegacional, diputado y senador.
Con 25 años a lado de Andrés Manuel López Obrador, Monreal Ávila ha destacado por tener una visión propia de la política incluso cuando ésta ha contravenido los deseos del presidente, con quien ya ha fracturado su relación en víspera de la sucesión presidencial.
Los analistas políticos consideran que por su currículum y experiencia en el servicio público, Ricardo Monreal ya debió haber competido por la Presidencia de la República, sin embargo, pese a ser un interlocutor y artífice del movimiento de transformación impulsado por López Obrador en diversas reformas clave para su gobierno, no pareciera llenar el corazón del tabasqueño.
Con pocas probabilidades de ganar la nominación de Morena a la Presidencia de la República, el arrastre de Ricardo Monreal y sus simpatizantes tendrán un momento decisivo para decantar apoyo a dos de las “corcholatas” que se enfilan a disputar la candidatura: Claudia Sheinbaum Pardo, con quien ya se confrontó por la gubernatura de la Ciudad de México, y Marcelo Ebrard, con quien, al menos en la foto y pensamiento sucesorio, ha sonreído más en las fotos.
Sin embargo, no todo parece perdido para Monreal. A la elección del candidato a la Presidencia de la República le antece la segunda posición más importante para Morena, la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México que aún sigue siendo una plataforma de gran valía rumbo a 2030.
Gerardo Fernández Noroña
Gerardo Fernández Noroña parece ser la figura que más se parece, en carácter, a López Obrador. Aunque mantiene más un corazón caliente y apasionado que, a veces, mente fría.
La vida política de Fernández Noroña ha estado en el PRD y el PT, partido por el que tiene su actual curul en la Cámara de Diputados. En ese espacio, ha defendido el triunfo del tabasqueño en las elecciones presidenciales de 2006 frente a Felipe Calderón y 2012, frente a Enrique Peña Nieto.
En la campaña para las elecciones de 2012, López Obrador propuso una república amorosa y planteó el perdón a Felipe Calderón por el robo electoral. Esto originó una ruptura entre ambos políticos e incluso la incorporación de Fernández Noroña a Morena, partido que nacería tras la derrota de 2012 del PRD ante el PRI de Peña Nieto.
Sin embargo, desde 2018, arropado por el PT, Gerardo ha sido un defensor de las políticas del “compañero presidente” y aunque molesto por no ser considerado de manera seria como un contendiente a la Presidencia de la República, hoy marcha al Consejo Nacional de Morena, dice, en un tercer lugar de la preferencia electoral para encabezar la candidatura madre de todas las batallas.