Un espectro en estas horas se cierne sobre la Casa Blanca de Joe Biden, convertida siempre más en una fortaleza en la que el presidente sigue los acontecimientos de Kabul, y medita acerca de la más grave crisis de la política exterior estadounidense de los últimos años.

Es el espectro del aislamiento, con el comandante en jefe que corre el riesgo de alejarse demasiado tanto de una parte de su administración como los aliados, que aún están al lado de Estados Unidos en Afganistán.

Lo que está en juego es la credibilidad de un Estados Unidos que Biden había prometido llevar al centro de la escena mundial de los líderes luego de cuatro años tumultuosos de la era Trump.

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Una credibilidad que corre el riesgo de desvanecerse con consecuencias que podrían durar por años y años.

Y por esto Biden, luego de haber renunciado a cada veleidad de vacaciones estivales, aplazó la programada partida para el fin de semana en su residencia de familiar en Wilmington, en Delaware, para trabajar en más frentes, rodeado de sus consejeros más leales. Horas frenéticas, con una breve sesión informativa luego de otra en el Estudio Oval y la Situation Room .

La prioridad absoluta es afrontar en el mejor modo posible una emergencia que es aún dramática en el frente de la evacuación de ciudadanos estadounidenses y afganos del aeropuerto Hamid Karzai de Kabul.

“Es una carrera contra el tiempo”, continúan expresándole los principales exponentes de la seguridad nacional como Jack Sullivan. Mientras un vocero del Pentágono, hablando con la prensa, definió la situación como “muy inestable y que cambia hora tras hora”.

Imposible hacer previsiones, indicar fechas en las cuales la más grande operación de puente aéreo jamás vista en la historia (como la definió el propio Biden) pueda terminar.

Empero, el presidente está concentrado en el riesgo de que se fragmente el frente de los países aliados, y trabaja activamente en las próximas cumbres del G7 y el G20. Fue justamente el tema central de su conversación telefónica con Mario Draghi, el premier de Italia que es presidente de turno del grupo de los 20.

El compromiso es, principalmente, en el proseguir con una estrecha coordinación tanto en el terreno, en Kabul, como hallar un acercamiento común sobre la futura estrategia a seguir en relación con la nueva realidad afgana con los talibanes en el poder.

La tarea no es fácil visto que entre las dos orillas del Atlántico comienzan a emerger los primeros disensos.

Pero lo que molesta más a Biden, en estas horas, es más bien el peligro de que no solo entre los demócratas sino también en el Pentágono y el Departamento de Estado alguno comience a tomar distancias de la Casa Blanca.

La campana de alarma ya sonó, con el secretario de Defensa, Lloyd Austin, por ejemplo, que, de hecho, desmintió las palabras del presidente según las cuales no existen estadounidenses bloqueados en la ruta de salida y maltratados: “algunos fueron golpeados, es inaceptable”, habría dicho a un grupo de miembros del Congreso.

Y las tantas incertidumbres y contradicciones de las últimas horas están efectivamente poniendo en discusión el rol de comandante en jefe del presidente, llegado a la Casa Blanca con la promesa de colocar en el frente de la política exterior experiencia y competencia, dejando atrás enfoques extemporáneos y fueras de los esquemas de Trump.

Sin embargo, el desafío de Biden era el de traer entre las paredes del Estudio Oval más comprensión y compasión, atento a los derechos humanos y a los abusos. Una desafío que contrasta con un adiós a Afganistán para muchos “a lo Poncio Pilatos”, dejando a toda su población a merced de su trágico destino.

Y hay quien se interroga si finalmente no se pasó del “Estados Unidos primero”, de la era Trump, al “Estados Unidos primero, de Biden”. 

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