Cien mil niños ucranianos viven en más de 600 instituciones en todo el país, ya sea porque sus padres murieron o porque los abandonaron por ser demasiado pobres para mantenerlos.

Desde que la guerra invadió sus habitaciones y suenan las sirenas de alarma, se inició un puente para llevarlos a un lugar seguro.

En tanto, los adolescentes protegen a los más pequeños y los abrazan cuando la soledad y el miedo devienen en un peso muy grande. Algunos de ellos estallan en llanto, de repente, mientras comen. Muchos, casi todos, tienen los ojos repletos de tristeza.

Polonia es el primer lugar de aterrizaje para los huérfanos.

Hay un centro que el gobierno y Caritas instalaron en Stalowa Wola, un pueblo a una hora y media de Lublin.

Lo llamaron el centro de “socorro”: los niños llegan cansados ;;y hambrientos después de horas, o a menudo días, de viaje. Se registran y después de una noche se clasifican en instalaciones más pequeñas en todo el país.

“Ya se realizaron varias evacuaciones – dijo Monika Figiel, de Caritas-; un tren con 200 niños discapacitados y sus acompañantes salió de Kiev. Un adulto por cada seis niños. Fue un viaje duro y difícil”.

Los más pequeños ya están a salvo en la región de Opole.

Uno de estos centros está gestionado por la ONG “Fondacja Happy Kids”, que en el duodécimo día de la guerra ya sacó a un millar de niños de Járkov, Cherson y Odessa. Setecientos están en el centro de conferencias en Rawa Mazowieka mientras que otros 90, muy pequeños, llegaron a Przemysl en tren en las últimas horas.

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“Están muy cansados ;;y sometidos a un doble trauma, el del abandono y el de la guerra”, dijo Ewa Tetianiec, integrante de la ONG.

Agregó que “los primeros grupos que llegaron estaban en mejores condiciones, porque venían de ciudades occidentales donde el conflicto aún no llegó. Los que arriban estos días, en cambio, tienen en los ojos los horrores que han visto”.

La ONG publicó un breve video de los niños a bordo del autobús que se los llevó. Saludan con una sonrisa.

“Fue duro, casi 30 horas sin dormir, pero valió la pena. Los niños están a salvo”, sostuvo.

“Lo bueno es que se apoyan entre ellos. Los más grandes abrazan a los más pequeños. Pero en realidad estos últimos son los que están mejor, porque no entienden. Los mayores están muy nerviosos. Es una situación dura y difícil”, agregó.

Cien llegaron de Lugansk, el corazón de las repúblicas separatistas. La asociación “Sos wioski Dzieciece” (Aldea de los Niños) se encargó de ello.

“Solo salían a tomar aire, estuvieron cinco días encerrados en los búnkeres. Cuando llegó el momento de irse, huyeron bajo las bombas. Además de su terror estaba el de los escoltas: tenían miedo de perderlos, rezaron para que no sucediera. Les tomó 30 horas llegar a Varsovia”, explicó la portavoz, Anna Choszcz-Sendrowska, recordando sus relatos en los que el “caos” es el protagonista.

“A simple vista no se ve el trauma, pero se nota que están traumatizados. Y lo están por partida doble. Los ves jugando y bromeando. Sin embargo, sobre todo los mayores, tienen los ojos tristes. Rompen en llanto de la nada y luego, de repente, se calman. El trauma es como una herida, se puede curar de todas las formas, con amor y con bondad. Pero un día la herida se vuelve a abrir”, detalló.

Para entender qué son estas heridas, cuánto duelen, hay que ver el proyecto que dos estudiantes y fotógrafas, Paulina Byczek y Klaudia Kopczynska, crearon en la estación de Varsovia: se llama “Sloneczka'” y significa “pequeños soles”.

No trabajaban con los huérfanos sino con los pequeños que huían con sus madres. Pidieron a los niños que expresaran sus emociones con dibujos, de los que resultaron corazones, arcoíris y banderas ucranianas. Pero también tanques y bombas.

Además, hay comentarios de los niños. “Quiero convertirme en médico”, “Quiero una Lamborghini”. Y también algunos de un tenor que los niños no deberían conocer: “Quiero que mi papá esté junto a mí” o “Quiero la paz”.

Umid, de 6 años, dibujó la casa y la escuela. Luego escribió: “Quiero ser soldado. No me maten. No quiero morir”.

Paulina relató a ANSA que le llamó especialmente la atención el dibujo de Evelina, de 8 años.

“Dibujó dos emoticones que serían la cara de Putin y la bandera de Ucrania: luego fue a apoyar a su madre que lloraba mucho. Fue ella quien la abrazó y le secó las lágrimas”, relató.

Cada niño reaccionó de manera diferente.

“Muchos parecían claramente traumatizados, otros simplemente tímidos, otros se tapaban la cabeza con las manos como si trataran de no escuchar y algunos más corrían como si nada hubiera pasado”, detalló.

En Instragram, Paulina publicó los dibujos y escribió algo muy cierto. En este momento “pueden ser ellos los que nos indiquen el camino. Los niños ponen la luz donde no miramos, porque tenemos miedo o se nos olvida. Así que dejémoslos hablar”. 

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