No, a Damián Alcázar no le molestaba el poder. Le molestaba no formar parte de él. Lo demuestra en cada ocasión que le es posible (esto es, todos los días). Al estilo de Epigmenio Ibarra, el actor reconvertido en propagandista busca todos los días nuevos métodos de alabanza.

En su universo político, todo gira no alrededor de México y sus mil y una penurias, sino del presidente López Obrador y sus ideales. La inauguración de parte de la refinería de Dos Bocas ha sido el motivo perfecto para que Alcázar demuestre su genuflexión ante el poder presidencial al que criticó en varias de sus películas.

“Calderón no pudo terminar una refinería, Peña Nieto no pudo terminar un aeropuerto, AMLO hizo las dos cosas a mitad de su sexenio. ¡Eso es la transformación! Por eso votó el pueblo de México hace 4 años el 1 de julio del 2018, por un cambio verdadero”, tuiteó Alcázar. Como respuesta, miles de personas han traído a cuento a unos de sus personajes más emblemáticos: Varguitas, el alcalde de San Pedro de los Saguaros en La Ley de Herodes que, envanecido de poder, manda a construir un absurdo poste para hacerle creer a sus gobernados que el progreso les ha sonreído.

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Pero Alcázar se despidió hace mucho tiempo de cualquier vestigio crítico. Como tantos desmemoriados más, sostiene que López Obrador es inmune a los errores y todo cuanto hace no es una obligación sino un acto providencial que sacará a México de las penumbras. Suponiendo que el AIFA fuera, efectivamente, un aeropuerto funcional (no lujoso, sino útil y ya), y que la refinería (que todavía no produce gasolina) se tratara del megaproyecto que le garantizará soberanía energética a México, ¿no sería motivo de vergüenza alabar al gobierno por hacer su trabajo? ¿No es para eso que existen los políticos? Cuando algo se trata de López Obrador es imposible acudir al sentido común (y eso, claro, aplica para sus incondicionales y para sus críticos).

Ya estancados en la idea que todo lo malo de los otros, Peña Nieto y Calderón en este caso, convierte en “bueno” todo lo que se haga ahora, no hay duda de que los Fiscales del presidente están decididos a conformarse con muy poco. Y, en consecuencia, trasladarle esa idea a los millones de seguidores que tienen. Todo es olvidable.

Durante muchos años, Alcázar retrató las peores escorias de la política mexicana en cintas como la mencionada Ley de Herodes, Un mundo maravilloso, El Infierno y La dictadura perfecta. Gracias a ese sentido crítico del que hacía gala en el cine y también públicamente, Alcázar gozó de la etiqueta de artista con conciencia política, un caballero preocupado por los problemas que azotaban a los más desprotegidos, pero en los últimos años no hace sino validar el prototipo que se puede intuir en tantos oportunistas de la política: no querían que los problemas del país se solucionaran, simplemente querían tener una rebanada del pastel y degustarla enfrente de los que llamaban ineptos, corruptos, apátridas y tanto más.

Esa es la condena de Damián Alcázar, un actor de calidad indiscutible, que quiso incursionar en la política de manera activa y lo más destacado que hizo fue ganarse la etiqueta de diputado faltista: formó parte de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, y entre septiembre y diciembre de 2016 solo se presentó en cuatro ocasiones, alegando compromisos laborales. Poco importa su rotundo fracaso como diputado, porque lo suyo, más que la legislación, es la propaganda, en la que se ha vuelto un experto sin necesidad de mucha sofisticación.

Quizá ahora su talento actoral lo está empleando en tratar de fingir que todo está bien, que el país avanza hacia la transformación prometida y soñada, acaso con unos leves tropezones provocados por esos personajes malévolos que él ya retrató con precisión en sus sátiras fílmicas. Ya no habrá más. Se le acabó el sentido crítico y, con dolor, la dignidad también.

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