Apenas ocho semanas después de los disturbios en el Capitolio, algunos de los grupos participantes más prominentes se están fracturando en medio de un torrente de críticas y acusaciones. Los efectos colaterales determinarán el futuro de algunas de las organizaciones de más alto perfil de la extrema derecha y sugieren la aparición de grupos divididos que podrían volver todavía más peligroso el movimiento.

“Este grupo necesita nuevos líderes y una nueva dirección”, anunció hace poco la filial de San Luis de Proud Boys en el servicio de mensajes encriptados Telegram, lo cual hizo eco de las denuncias de al menos otras seis filiales que también están rompiendo con la organización nacional. “La fama que hemos alcanzado no ha valido la pena”.

Han surgido conflictos similares en Oath Keepers, un grupo paramilitar que recluta veteranos, y en Groyper Army, una organización nacionalista blanca enfocada en los campus universitarios y una defensora estridente de la acusación falsa sobre la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2020.

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Parte del motor detrás del cambio radical es la gran cantidad de arrestos posteriores a los disturbios del Capitolio y las medidas severas que ejercieron las fuerzas del orden sobre algunas agrupaciones. Cuando algunos miembros de la extrema derecha dejen grupos más consolidados y se independicen, podría haber una mayor dificultad al momento de rastrear a los extremistas que se han envalentonado más para llevar a cabo ataques violentos.

“En este momento, se está viendo una fase de reagrupamiento”, opinó Devin Burghart, director de Institute for Research and Education on Human Rights, un centro con sede en Seattle que monitorea los movimientos de la extrema derecha. “Están intentando reevaluar sus fortalezas, encontrar nuevos soldados rasos y prepararse para el siguiente conflicto”.

En las semanas posteriores a los disturbios, los máximos líderes de Groyper Army, Nick Fuentes y Patrick Casey, han protagonizado una amarga disputa pública. Casey acusó a Fuentes de poner a los seguidores en riesgo de ser arrestados por continuar con actividades de alto perfil. Fuentes escribió en Telegram: “No es fácil, pero es importante seguir presionando ahora más que nunca”.

En Proud Boys, una especie de club de pelea de la extrema derecha que asegura defender los valores de la civilización occidental, las recriminaciones se agravaron cuando se reveló que Enrique Tarrio, el líder de la organización, alguna vez había trabajado como informante de las fuerzas del orden. A pesar de que Tarrio ha rechazado las acusaciones, la noticia ha puesto en tela de juicio el futuro de la organización.

“Rechazamos y negamos al probado informante federal, Enrique Tarrio, así como a todas y cada una de las filiales que decidan asociarse con él”, anunció la filial de Alabama de Proud Boys en Telegram con un lenguaje idéntico al de otras filiales.

Después de la toma del Capitolio ocurrida el 6 de enero, las acusaciones sobre la presencia de informantes y agentes encubiertos han sido particularmente incisivas. “Los traidores están en todas partes, en todas partes”, escribió un participante en un canal de Telegram de extrema derecha.

Las filiales que se están desvinculando acusaron a Tarrio de extraviar al grupo al buscar choques de alto perfil con manifestantes de la extrema izquierda e irrumpir en el Capitolio.

“Proud Boys fue fundada para brindar hermandad a los hombres de la derecha, no para gritar consignas al cielo” ni “ser arrestados”, mencionó en su comunicado la filial de San Luis.

Las organizaciones extremistas tienden a experimentar turbulencias después de cualquier suceso cataclísmico, como se vio en el mitin de 2017 en Charlottesville, Virginia, que dejó una mujer muerta, o el ataque terrorista de 1995 en Oklahoma City, el cual cobró la vida de 168 personas, entre ellas 19 niños.

Daryl Johnson, quien ha estudiado a Three Percenters y otras agrupaciones paramilitares, comentó que la actual lucha interna podría provocar mayor endurecimiento y radicalización. “Cuando las fuerzas del orden perturban a estos grupos, lo único que logran es dispersar las ratas”, señaló Johnson. “No terminan con el problema de los roedores”.

El presidente Joe Biden ha prometido que el combate al extremismo será una prioridad y Merrick Garland, el nominado del presidente a fiscal general, durante su audiencia de confirmación en el Senado, prometió “hacer todo lo que esté en el poder del Departamento de Justicia” para detener el terrorismo nacional. Garland, el principal fiscal en el caso del ataque de Oklahoma City, también mencionó que Estados Unidos estaba enfrentando “un periodo más peligroso del que enfrentamos en Oklahoma City” o que se recuerde en últimas fechas.

Sin embargo, aunque algunos grupos extremistas presionan para que haya más confrontaciones, hay todo tipo de adeptos que quieren renunciar.

El mes pasado, el presidente de la filial de Carolina del Norte de Oath Keepers, Doug Smith, anunció que iba a romper con la organización nacional.

Smith no respondió a los mensajes para ofrecer comentarios, pero le dijo a The News Reporter, su periódico local en Whiteville, Carolina del Norte, que le avergonzaban los manifestantes que atacaron el Capitolio y golpearon a oficiales de la policía.

Sin embargo, para otros, los disturbios fueron un éxito rotundo, una amenaza inicial para la ley y el sistema.

“Hay un pequeño segmento que percibirá esto como las batallas de Lexington y Concord, el disparo que se escuchó en todo el mundo, y el inicio de la guerra santa racial o la caída de nuestra sociedad, de nuestro gobierno”, comentó Tom O’Connor, un especialista en contraterrorismo que se retiró del FBI, pero sigue capacitando a agentes en la materia.

Las agrupaciones de extrema derecha ya están apoyando la oposición en contra de cambios propuestos a la política migratoria y el debate en torno a un control más estricto de las armas durante el gobierno de Biden.

ELos expertos citan varias razones para explicar por qué ahora la propensión hacia la violencia podría ser peor que en otros tiempos en que las organizaciones de la extrema derecha le han declarado la guerra al gobierno.

El ataque de Oklahoma City provocó un periodo de retirada, pero la elección de un presidente negro en 2008 resucitó el movimiento de supremacía blanca. Estos grupos ya tienen trece años sin sentir que las fuerzas del orden hayan realizado algún esfuerzo prolongado para contrarrestarlas, según expertos.

El tipo de extremistas que les preocupa más a los expertos surgió en octubre, cuando quedó expuesta una célula paramilitar que planeaba secuestrar a la gobernadora de Míchigan.

En enero, en una corte federal, el FBI retrató a uno de los catorce acusados, Barry G. Croft Jr., de 44 años, como un líder nacional de Three Percenters, una coalición de grupos paramilitares sin aliados sólidos que es difícil de rastrear porque prácticamente cualquier persona puede jurarle lealtad.

Croft ayudó a armar y probar bombas de metralla que tenían como objetivo atacar a personas, de acuerdo con documentos de la corte. Además, en una lista de blancos que Croft publicó en Facebook, había amenazas hacia Trump y Barack Obama.

Cuando la jueza Sally J. Berens le negó la fianza, se basó en las transcripciones de conversaciones que grabó un informante para citar algunas amenazas de Croft en torno a lastimar gente o hacer explotar cosas. “Voy a hacer algunas de las cosas más crueles y desagradables de las que hayas escuchado en la historia de tu vida”, lo citó la jueza.

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