En los 27 años que Isaac Luna tiene como rescatista nunca había visto el nivel de destrucción que encontró al llegar a la provincia de Hatay, que se encuentra a 200 kilómetros del epicentro del terremoto que el 6 de febrero sacudió Turquía y Siria.

“Es algo dantesco, yo he acudido como rescatista a otros desastres, incluidos otros terremotos, y nunca había visto algo de esta magnitud, cuando lo vi, la verdad pensé en que parecía un desastre nuclear”, aseguró en entrevista con Latinus el integrante de la Brigada de Rescate Topos Tlatelolco.

Luna Lomelí, quien se encuentra en esa región al este del territorio turco y a sólo una hora de la frontera con Siria, asegura que la destrucción es de un 80 o 90% de los inmuebles, en su mayoría edificios, algunos construidos hace apenas dos años.

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Desde que llegaron el jueves pasado, los 12 rescatistas que integran la Brigada Topos Tlatelolco han trabajado en colaboración con el ejército turco y otros grupos de rescate internacional para salvar a los sobrevivientes atrapados entre los escombros; sin embargo, las temperaturas congelantes han jugado en su contra.

Para llegar a los edificios donde comenzarían a realizar las labores de rescate tuvieron que caminar sobre los escombros de otras edificaciones, ya que las viviendas de cuadras enteras se vinieron abajo.

La Autoridad de Gestión de Desastres y Emergencias (AFAD, por sus siglas en turco) ha coordinado los rescates y la remoción de escombros en esa zona a la que, a pesar de albergar patrimonio cultural invaluable, han llegado pocos rescatistas turcos e internacionales, ya que otras han recibido muchos más recursos.

“Se está quedando como ciudad fantasma, a las 9 o 10 de la noche se corta la electricidad”, dice Luna sobre las noches en Hatay y el traslado gratuito de la población hacia otras regiones del país.

Atrás quedan las carpas que sirven de albergue para algunos ciudadanos turcos que no quieren o no han podido irse, así como los refugiados sirios que habitaban en la región y que no son bien vistos por las autoridades de Ankara.

La zona se ha militarizado, relata Luna, en parte por la tragedia, y en buena medida como una forma de prevenir que más sirios ingresen al país en medio del caos que se vive en la provincia, que quedó severamente afectada.

También atrás quedan los tesoros arqueológicos, como mezquitas e iglesias, que se vinieron abajo, o bien, están severamente dañados, principalmente en Antioquía y Hatay, como la iglesia católica de 152 años, ubicada en el distrito de Iskenderun, en Hatay, que era el centro de la Iglesia Católica de Anatolia.

“Hatay es un punto importante para la cultura turca, allí se podían reunir en una misma calle las tres religiones más importantes de la región”, dice Luna en referencia a los edificios que albergaban sinagogas, mezquitas e iglesias católicas, todas alineadas sobre una misma avenida.

Las brigadas internacionales han trabajado sin parar desde su llegada. Para hacer más eficiente la búsqueda de personas, las estrategias han cambiado.

Las brigadas que tenían binomios caninos podían realizar las labores de búsqueda y rescate completo. Las que sólo tenían rescatistas, como los Topos Tlatelolco, se apoyaron de aquellos que tenían perros o equipo tecnológico.

Los mexicanos trabajaron de cerca con rescatistas de Portugal y España, todos esperaban la llamada de los militares turcos que, ya fuera con perros o con cámaras láser, ubicaban las señales de vida y los trasladaban a las zonas para laborar.

Gracias a ello lograron encontrar a una mujer de la tercera edad, quien falleció al momento de ser rescatada, así como la recuperación de ocho cuerpos.

Los grupos internacionales especializados en las labores de rescate reciben el apoyo de miles de voluntarios turcos que han acudido a las regiones afectadas por sismo, narra Luna.

Mientras más tiempo pasa, las posibilidades de encontrar a personas con vida se reducen y la remoción de los escombros se vuelve prioritaria para contener una posible emergencia sanitaria provocada por la descomposición de los cuerpos atrapados entre las toneladas de cemento de lo que antes fueron sus hogares.

Los rescatistas internacionales llevaron esperanza

“Hatay es una de las más dañadas, otras ciudades más pequeñas realmente desaparecieron (…) son provincias, no grandes metrópolis, fronterizas con Siria, con muchos migrantes en esa zona, son de las más pobres del país”, asegura desde su casa en Estambul, la psicóloga mexicana Karen Guevara, conocida por su canal “Karen Series Turcas”, en el que analiza los programas de ese país.

La sensación que se vive en el país es de desolación y tristeza, dice Guevara, pero también de solidaridad. En las regiones que no se vieron afectadas por el terremoto se han instalados centros de acopio en prácticamente todos los distritos, donadores de sangre han acudido al llamado y muchos voluntarios dejaron sus hogares para ir a ayudar en las labores de rescate.

Guevara destaca la labor de los rescatistas internacionales en el país. “El apoyo internacional ha dado mucha esperanza al pueblo turco, les han traído un poco de esperanza y fe. Hay quejas de que en algunos lugares la emergencia no se han atendido como debería, pero la tragedia sobrepasó las capacidades del país”, dice.

A Turquía también llegaron 93 elementos del Ejército, 37 de la Semar, 15 de la Cruz Roja Mexicana y cinco de la Secretaría de Relaciones Exteriores, junto a 16 binomios caninos, que fueron enviados a la ciudad de Adiyaman.

Durante las labores en esa ciudad falleció Proteo, uno de los perros rescatistas que envió la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena).

Esta delegación se encuentra de regreso hacia México, mientras que la Brigada de Rescate Topos Tlatelolco volverá el sábado.

El terremoto del 6 de febrero ha dejado hasta ahora más de 40 mil muertos en Siria y Turquía, pero los expertos calculan que la cifra de víctimas podría superan las 90 mil.

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