Nicolás Maduro no se preocupa por el dilema que desvela al mundo libre: economía o muertes por el coronavirus. Una falsa dicotomía en la que pareciera que la primera es inhumana y excluye a la segunda. Ningún sistema de salud, por más desarrollado que sea el país, podría tolerar un tsunami constante de pacientes. Sencillamente porque el escenario actual no fue imaginado jamás. Sin embargo, esto no exime de responsabilidad a quienes siquiera dedicaron presupuesto para el bienestar de su población o minimizaron la epidemia que asomaba por el COVID-19 desde enero.
Otro viejo conocido de los fiscales norteamericanos estaba trazando la fórmula para también sentarse a conversar con garantías: se trata de quien manejó los hilos de la inteligencia chavista durante casi 10 años. Información es lo que le sobra a “El Pollo” Carvajal, quien permanece oculto en España a la espera de sellar un acuerdo que le permita una vida nueva, aunque seguramente tras las rejas. “El Pollo” estuvo a punto de caer en Aruba en julio de 2014. Allí era cónsul del chavismo. La DEA lo interceptó y luego de un entramado legal que duró apenas días logró retornar a Caracas donde fue recibido como un héroe por su antiguo aliado Maduro. Fue una jornada de júbilo. Como los días de gloria de Escobar en su íntimo Medellín. Sólo le faltó repartir dólares a los presentes.
Mientras tanto, Maduro le miente a su población sobre el avance del amenazante virus al tiempo que intenta que nadie salga a las calles. Es una misión absurda. No porque la pujante clase trabajadora tema por su empleo, sino porque nadie tiene para alimentarse más allá de lo que marca un reloj. Salvo los enchufados. Es por eso que el falso dilema no le pesa al hombre que dice hablar con aves. Su sistema sanitario ya estaba en ruinas y degradado desde mucho antes que el coronavirus desembarque en América Latina. Hace poco más de un año rechazó ayuda humanitaria internacional que hubiera servido entonces para sus demacrados hospitales. Ahora, sin rumbo, el mismísimo presidente acusa al primer muerto confirmado de poseer el COVID-19 en Venezuela de ser el culpable de su deterioro mortal. Cinismo ilimitado.
A la crisis de la salud, alimenticia, de seguridad, monetaria y económica, se le suma la energética que está al borde del quiebre. Decenas de miles denuncian una cada vez mayor restricción de suministro de gasolina y de gas propano. El país que supo ser el abanderado de la energía en la región y el mundo ya no sustrae una gota de crudo para su propio pueblo. Es por eso que en desesperación le rogó a Rusia que se hiciera cargo de su industria: Rosneft anunció el cese de la actividad en Venezuela. No es un golpe contra Maduro, sino un salvavidas pesadísimo. Moscú se hará cargo -ahora formalmente- de la operación y así conseguirá eludir las sanciones del Tesoro norteamericano y quedarse con la mayor porción del subsuelo local. La debilidad y la torpeza del dictador hipotecan el futuro del pueblo.
China hará lo propio: su contribución en la lucha del coronavirus no será gratuita. Prometió un puente aéreo con el país latinoamericano a cambio de proveerle insumos para luchar contra la cepa nacida en Wuhan, una de las ciudades industriales más prósperas del país oriental. Es parte del plan lavado de imagen que lleva adelante el régimen. Aquella ciudad, con gran parte de la provincia que la contiene y sus habitantes, fueron los grandes olvidados de las autoridades cuando los primeros indicios de un peligroso brote infeccioso se hacían públicos.
La negligencia, el abandono y la responsabilidad de la conducción china comienzan a ser reprochadas en voz alta hasta en Europa. Josep Borrell, jefe de la diplomacia de la Unión, dijo que había que tener cuidado con la “política de la generosidad” que quiere imponer un relato de victimización y de ayuda internacional. “Armados con hechos, necesitamos defender a Europa de sus detractores”, dijo en referencia a las campañas de desprestigio que impulsó la maquinaria comunicacional del régimen para cuestionar el accionar de Italia y España, por ejemplo. Podría agregarse que confiar en las cifras que se informaron y aún hoy se comunican desde Wuhan podría ser cuanto menos naive.
En ese complejo contexto, Juan Guaidó -el presidente interino- tiene una oportunidad histórica a su alcance para erigirse en el líder absoluto de los venezolanos. Deberá convocar a todas las instituciones nacionales e internacionales para actuar en conjunto y abrir sus confines al salvataje humanitario que indefectiblemente llegaría para resguardar a la población aunque el resto del planeta esté clausurando sus propias fronteras por temor a un virus cuya hoja de ruta es aún un misterio. Guaidó es el único que puede marcar un rumbo en alguna medida seguro y hablarle al pueblo venezolano sin mentiras. “Maduro no podría rechazar esa ayuda. Es ahora cuando debería actuar con mayor agresividad. Todos lo acompañarían”, comparte Carlos Sánchez Berzaín, ex ministro boliviano desde el exilio.
La única amenaza que tiene a su vista el opositor es la última tentación de la dictadura: apresarlo. Una avalancha de acusaciones pesaron sobre él en las últimas horas, alentadas por las declaraciones de Alcalá, el general entregado que ya duerme en los Estados Unidos. Sería la última línea roja de Maduro. ¿Se atreverá a cruzarla?
A ciegas y sin un GPS que los guíe, los líderes de la región se encerraron en sus fronteras y resolvieron clausurar sus economías. Como la mayoría en el mundo. Nadie puede arriesgar con certeza cómo se desarrollará el virus y si el golpe más duro en la estructura de salud será en una, dos o tres semanas. O acaso en más de un mes vista. Lo que sí está claro es que la productividad se verá seriamente comprometida y la recesión y depresión en cada uno de los sectores se resentirá como pocas veces en la historia. El resultado de esto último sí es conocido.