El excandidato priísta, José Antonio Meade, público en el Semanario Desde la Fe que Cristo, durante la Última Cena, instruyó a sus discípulos con sus orientaciones finales: “Un nuevo mandamiento les doy: que se amen los unos a los otros como yo los he amado”.
Una elección confronta, divide y contrasta. Pero al mismo tiempo permite reflexionar y analizar temas, evaluar avances, identificar retos y contrastar posiciones.
En muchas ocasiones la contienda electoral planteó posturas que corrían el riesgo de separarnos; de hablar en términos de “ellos” contra “nosotros”.
Es en ese contexto, que, a su término, tenemos el reto de recordar que en México no caben visiones excluyentes y que entre nosotros, todos, hay un destino compartido.
La discusión de cómo debemos organizarnos como sociedad plantea diferentes perspectivas y da lugar a fuertes debates. No hay soluciones fáciles a los muchos retos que tenemos. Cada problema implica diagnósticos y propuestas que no siempre generan consenso. Cada estrategia tiene costos difíciles de explicar y de asumir. Por eso la cohesión social es fundamental, porque refleja el ánimo de trabajar juntos y cooperar para lograr un mejor resultado.
Debemos recordar que el principal objetivo de la política y el gobierno es la construcción de un país seguro, justo y próspero.Esto solo puede lograrse con cohesión social. Abonarle a ese objetivo es obligación del gobierno, pero es también un reto de todos, particularmente de quienes estamos llamados a amar al prójimo como a nosotros mismos.
El éxito de esa misión depende de que seamos capaces de despertar ese ánimo de caminar de la mano, ya que como reza la sabiduría popular, es solo juntos que llegaremos lejos.
Pablo nos enseña que cada quien ha sido dotado de diferentes carismas para servir a la comunidad. Cada quien debe de procurar ese servicio en su entorno. En cada ámbito debemos desterrar de nuestro lenguaje el hablar de ellos para identificar en cada acción el nosotros.
Hoy son millones quienes contribuyen al bien común. A hacer mejor la vida en comunidad. Desde el silencio del hogar, en el desempeño de sus obligaciones públicas o privadas, vaya, en la trinchera del día a día.
Los ejemplos abundan. Hay quienes desafían a la naturaleza para llevar electricidad a poblaciones remotas. Quienes viven en plataformas petroleras alejados de sus familias. Quienes atienden a compatriotas en países que los discriminan y los menosprecian. Quienes transportan, en burro o en lanchas, los alimentos que garantizan el sustento de las comunidades más marginadas. Maestros o doctores que llevan conocimiento y salud. Empresarios que ponen en juego su patrimonio para generar empleo y oportunidades.
Seguramente conocemos, incluso en el seno de nuestras familias, personas ejemplares que han hecho de este servicio, en condiciones muchas veces precarias y modestas, su vocación de vida. A ellos quiero agradecer y reconocer, Desde la Fe, por su entrega al prójimo.
Preservar ese sentido de colectividad, obliga a desterrar la marginación y la exclusión. Exige de palabras y de obras que cierren brechas y distancias.
La distancia entre el México del norte y del sur, entre el mexicano que vive sin carencias y aquel que las vive a diario, entre la participación laboral del hombre y la mujer. Entre quién tiene una discapacidad y quien no enfrenta ese reto.
La cohesión social se debe cimentar en lograr que ningún mexicano pase hambre y sed. Que nadie se sienta forastero en su país. Que el derecho a la vivienda digna sea realidad vigente y que frente a la enfermedad haya acceso a salud de calidad.
No podemos consolidar el país desde la descalificación y la división. No se construye el futuro sin una política pública que asegure un piso mínimo de derechos. Dejemos atrás las diferencias y demos paso a la tarea de un construir un mejor país.