“Condenen a los abusadores y ayúdenlos a curarse de esta enfermedad del abuso. En la Iglesia hay lugar para todos. No hay lugar para el abuso ni para encubrirlo. Todos serán juzgados”. Palabras fuertes las de Francisco en su homilía en la Santa Misa con Beatificación en el Estadio rey Balduino en Bruselas, en su última cita con el pueblo de Bélgica.

El Papa Francisco, en su homilía en la misa con beatificación de la Sierva de Dios, Ana de Jesús, y retomando el texto bíblico de hoy, dijo que el “egoísmo, como todo lo que impide la caridad, es “escandaloso” porque aplasta a los pequeños, humillando la dignidad de las personas y sofocando el clamor de los pobres (cf. Sal 9,13).”

Recordó que si los individuos y comunidades se ponen “únicamente los principios de interés y las lógicas del mercado, se crea un mundo en el que ya no hay espacio para quien está en dificultad, ni hay misericordia para quien se equivoca, ni compasión para quien sufre y no es capaz”. Y citó como ejemplo, la condición de tantos indocumentados, que como agregó, son personas, hermanos que como todos “sueñan un futuro mejor para sí y para sus seres queridos, y en cambio a menudo no son escuchados y terminan siendo víctimas de la explotación”.

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Pero también en este momento, recordó a los tantos niños abusados que sufren:

“Pensemos en lo que ocurre cuando los pequeños son escandalizados, heridos, maltratados por quienes deberían cuidarlos, en las heridas de dolor e impotencia en primer lugar en las víctimas, pero también en sus familias y en la comunidad. Con la mente y el corazón vuelvo a las historias de algunos de estos pequeños que conocí anteayer”

El Papa: el mal no se puede ocultar. No encubran los abusos

Francisco compartió con los presentes su dolor por las víctimas que encontró en este país. “Los escuché, sentí su sufrimiento como abusados y lo repito aquí: en la Iglesia hay lugar para todos, todos, pero todos serán juzgados y no hay lugar para el abuso, no hay lugar para encubrir el abuso. Pido a todos: ¡no encubran los abusos! Pido a los obispos: ¡no encubran los abusos! Condenen a los abusadores y ayúdenles a curarse de esta enfermedad del abuso”. Duras palabras, que fueron aplaudidas por los presentes, el Papa añadió que el mal no se puede ocultar:

“El mal hay que sacarlo a la luz, que se sepa, como han hecho algunos abusadores, y con valentía. Que se sepa. Y que se juzgue al maltratador. Que se juzgue al abusador, sea laico, laica, sacerdote u obispo: que se le juzgue”

“Son un lamento que sube al cielo, nos toca el alma”

Estas víctimas, insistió Francisco, son la voz viva del Espíritu, nos recuerdan quiénes somos -¡todos somos pobres pecadores, todos!, exclamó y añadió que son un lamento que sube al cielo, que nos toca el alma, que nos avergüenza – y nos llaman a la conversión.

Recordemos, el viernes, Francisco se encontró en la Nunciatura con 17 víctimas de abusos por parte de miembros del clero en Bélgica. Cada uno de ellos  «pudo llevar al Papa su propia historia y su dolor y expresar sus expectativas respecto al compromiso de la Iglesia contra los abusos». El Papa tras escucharlos, les expresó su gratitud por su valentía y el sentimiento de vergüenza por lo que habían sufrido de niños a causa de los sacerdotes a los que estaban confiados. Y en la mañana, con las autoridades civiles y políticas del país, el Papa Francisco -tras las palabras del primer ministro De Croo y del rey Philippe sobre el tema- lanzó una condena clara, de las más duras de su pontificado, contra esta lacra en el seno de la Iglesia, definida, sin peros, como una «vergüenza». 

“¡Esta es la vergüenza! La vergüenza que todos tenemos que asumir hoy y pedir perdón y resolver el problema: la vergüenza del abuso, del abuso de menores… la Iglesia debe avergonzarse y pedir perdón, y tratar de resolver esta situación con humildad cristiana. Y poner todas las cosas, todas las posibilidades para que esto no vuelva a suceder’… basta uno para avergonzarse. En la Iglesia debemos pedir perdón por ello… Esta es nuestra vergüenza y nuestra humillación”

La mano escandalosa

La invitación del Papa es a escuchar esa voz profética y no acallarla «con nuestra indiferencia» que nos hace pasar de largo o no tocar la mano del necesitado al dar limosna». «Escuchemos -añade- lo que dice Jesús en el Evangelio: ¡lejos de nosotros el ojo escandaloso, que ve al necesitado y se aparta! ¡Lejos de nosotros la mano escandalosa, que cierra el puño para esconder sus tesoros y se mete avariciosamente en los bolsillos!».

“Esa mano que golpea para cometer un abuso sexual, un abuso de poder, un abuso de conciencia contra el más débil: y cuántos casos de abuso tenemos en nuestra historia, en nuestra sociedad.”

Apertura, comunión y testimonio

«Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar» (Mc 9,42). Con estas palabras, dirigidas a los discípulos, Jesús pone en guardia del peligro de escandalizar, es decir, de obstaculizar el camino de los “pequeños”. Es una admonición fuerte, severa, sobre la que debemos detenernos a reflexionar, dijo el Papa y lo hizo con tres palabras claves: apertura, comunión y testimonio.

Sobre la apertura, el Papa dijo que si “queremos cooperar, con amor abierto y premuroso, a la acción libre del Espíritu sin ser motivo de escándalo, de obstáculo a nadie con nuestra presunción y rigidez, necesitamos realizar nuestra misión con humildad, gratitud y alegría”. Sin resentimientos, más bien, alegres de que otros puedan hacer lo que nosotros hacemos, para que “crezca el Reino de Dios y para reunirnos todos unidos, un día, en los brazos del Padre”.

Sobre la comunión el Santo Padre afirmó que el único camino de la vida es el del don, del amor que une en el compartir. “El camino del egoísmo genera sólo cerrazón, muros y obstáculos —“escándalos”, precisamente— encadenándonos a las cosas y alejándonos de Dios y de los hermanos”.

“La Palabra de Dios es clara, nos dice que las “protestas de los cosechadores” y el “clamor de los pobres” no se pueden ignorar, no se pueden cancelar, como si fuesen una nota desafinada en un concierto perfecto del mundo del bienestar, ni se pueden atenuar con alguna forma de asistencialismo de fachada. Al contrario, son la voz viva del Espíritu, nos recuerdan quiénes somos —todos somos pobres pecadores— y nos llaman a convertirnos. No obstaculicemos la voz profética, silenciándola con nuestra indiferencia.”

El Pontífice aconsejó que si queremos sembrar para el futuro, también en el ámbito social y económico, debemos tener como base de nuestras decisiones, el Evangelio de la misericordia. De lo contrario, aunque parezcan imponentes, los “monumentos de nuestra opulencia”, serán siempre colosos con los pies de barro (cf. Dn 2,31-45). No nos engañemos, afirmó, sin amor nada dura, todo se desvanece, se derrumba, y nos deja prisioneros de una vida evasiva, vacía y sin sentido, de un mundo inconsistente que, más allá de las fachadas, ha perdido toda credibilidad, porque ha escandalizado a los pequeños.

Beatificación de Ana de Jesús

Ana de Jesús: modelo de apertura, comunión y testimonio

A los tantos ejemplos de santidad que tiene la Iglesia belga, entre ellos, santa Gúdula, patrona del país (650-712 aprox.) y en san Damián de Veuster, más conocido como Damián de Molokai, el apóstol de los leprosos (1840-1889), así como tantos misioneros y misioneras belgas que a lo largo de los siglos han anunciado el Evangelio en diversas partes del mundo, en algunos casos hasta el sacrificio de la vida, Francisco habló de la nueva beata, la religiosa carmelita, Ana de Jesús, que en esta tierra floreció su testimonio. Y pidió que acojamos todos con gratitud el modelo de “santidad femenina” quenos dejó, delicado y fuerte al mismo tiempo. 

“En un tiempo marcado por escándalos dolorosos, dentro y fuera de la comunidad cristiana, ella y sus compañeras, con su vida sencilla y pobre, hecha de oración, de trabajo y de caridad, supieron traer de nuevo a la fe a tantas personas, hasta el punto de que alguno definió su fundación en esta ciudad como un “imán espiritual”. Por elección, no ha dejado escritos. Se comprometió más bien en poner en práctica lo que ella a su vez había aprendido (cf. 1 Co 15,3), y con su modo de vivir contribuyó a realzar la Iglesia en un momento de gran dificultad.”

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