En el cuarto domingo de Pascua, el Papa presidió la Santa Misa en la Plaza Kossuth Lajos de Budapest, ante unos 50 mil fieles húngaros. En su homilía, Francisco instó a ser como Jesús, “una puerta que nunca se le cierra en la cara a nadie” y que permite “experimentar la belleza del amor y del perdón del Señor”.

“Esto es lo que hace un buen pastor: da la vida por sus ovejas”. Con las palabras de Jesús, tomadas del Evangelio de San Juan y que resumen el sentido de su misión, el Papa Francisco comenzó su homilía en la Santa Misa que presidió en Plaza Kossuth Lajos en Budapest, en el tercer y último día de su Viaje Apostólico a Hungría. El Pontífice centró su reflexión en la imagen del Buen Pastor y en dos acciones que Él realiza por sus ovejas: “primero las llama, después las hace salir”.

Jesús nos llama por nuestro nombre

“Jesús – recordó el Papa – vino como buen Pastor de la humanidad para llamarnos y llevarnos a casa”. Y aún hoy, en cada situación de la vida, Él nos llama:

Viene como buen Pastor y nos llama por nuestro nombre, para decirnos lo valiosos que somos a sus ojos, para curar nuestras heridas y cargar sobre sí nuestras debilidades, para reunirnos en su grey y hacernos familia con el Padre y entre nosotros.  

Ser inclusivos y nunca excluyentes

“Todos nosotros nacemos de su llamada” continuó explicando el Papa, y subrayó que todos, como cristianos, “llamados por nuestro nombre por el buen Pastor, estamos invitados a acoger y difundir su amor, a hacer que su redil sea inclusivo y nunca excluyente”.

Y, por eso, todos estamos llamados a cultivar relaciones de fraternidad y colaboración, sin dividirnos entre nosotros, sin considerar nuestra comunidad como un ambiente reservado, sin dejarnos arrastrar por la preocupación de defender cada uno el propio espacio, sino abriéndonos al amor mutuo.

Después de haber llamado a las ovejas, – prosiguió el Santo Padre – el Pastor “las hace salir”. “Primero somos reunidos en la familia de Dios para ser constituidos su pueblo, pero después somos enviados al mundo para que, con valentía y sin miedo, seamos anunciadores de la Buena Noticia, testigos del amor que nos ha regenerado”.

Salir y llegar a las periferias

Francisco introduce entonces otra imagen, la de la puerta, recordando las palabras que Jesús dijo: “Yo soy la puerta”. Y explica que Jesús, “después de habernos conducido nuevamente al abrazo de Dios y al redil de la Iglesia, es la puerta que nos hace salir al mundo”, que nos impulsa “a ir al encuentro de los hermanos”.

Recordémoslo bien: todos, sin excepción, estamos llamados a esto, a salir de nuestras comodidades y tener la valentía de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio.

Convertirnos como Jesús en una puerta abierta  

“Es triste y hace daño ver puertas cerradas: las puertas cerradas de nuestro egoísmo hacia quien camina con nosotros cada día, las puertas cerradas de nuestro individualismo en una sociedad que corre el riesgo de atrofiarse en la soledad; las puertas cerradas de nuestra indiferencia ante quien está sumido en el sufrimiento y en la pobreza; las puertas cerradas al extranjero, al que es diferente, al migrante, al pobre”, lamentó el Papa. “E incluso las puertas cerradas de nuestras comunidades eclesiales: cerradas entre nosotros, cerradas al mundo, cerradas al que “no está en regla”, cerradas al que anhela al perdón de Dios”. De aquí su exhortación:

Por favor, ¡abramos las puertas! También nosotros intentemos —con las palabras, los gestos, las actividades cotidianas— ser como Jesús, una puerta abierta, una puerta que nunca se le cierra en la cara a nadie, una puerta que permite entrar a experimentar la belleza del amor y del perdón del Señor.

Obispos y sacerdotes sean facilitadores de la gracia de Dios

Francisco, dirigiéndose finalmente a sus hermanos, obispos y sacerdotes, a los pastores, subrayó: “el pastor, dice Jesús, no es un asaltante o un ladrón (cf. Jn 10,8); no se aprovecha de su cargo, es decir, no oprime al rebaño que le ha sido confiado; no “roba” el espacio de los hermanos laicos; no ejercita una autoridad rígida.”

Animémonos a ser puertas cada vez más abiertas; “facilitadores” de la gracia de Dios, expertos en cercanía, dispuestos a ofrecer la vida

Hablando también a los hermanos y a las hermanas laicos, a los catequistas, a los agentes pastorales, a quienes tienen responsabilidades políticas y sociales, a aquellos que sencillamente llevan adelante su vida cotidiana, a veces con dificultad, los instó:

Sean puertas abiertas. Dejemos entrar en el corazón al Señor de la vida, su Palabra que consuela y sana, para luego salir y ser, nosotros mismos, puertas abiertas en la sociedad. Ser abiertos e inclusivos unos con otros, para ayudar a Hungría a crecer en la fraternidad, camino de la paz.

Nunca desanimarse

“No nos desanimemos nunca, no nos dejemos robar nunca la alegría y la paz que Él nos ha dado – es el aliento final del Obispo de Roma – no nos encerremos en los problemas o en la apatía. Dejémonos acompañar por nuestro Pastor; con Él, nuestra vida, nuestras familias, nuestras comunidades cristianas y toda Hungría resplandezcan de vida nueva”.

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