Si las redes sociales fueran un termómetro –lo son, aunque sólo de las huestes duras en favor o en contra del gobierno que está por iniciar– se podría decir que un aeropuerto jala más que otras grandes obras de infraestructura (Tren Maya, refinería) y un paquete de programas sociales que muy pocos podrían objetar.

Si un recorrido por mesas de votación en Ciudad de México fuese representativo, se diría que la mayor parte de los participantes en la consulta de proyectos prioritarios son mayores de 40 años y tienen un solo motor para participar: Necesitamos alentar al próximo presidente, como dijo ayer Silvia González, comerciante, luego de depositar la papeleta en la urna del Metro Etiopía.

El futuro presidente promovió el ejercicio en su visita de las siete casas mediáticas durante los días previos. Achicadas las consultas, las piezas periodísticas resultantes destacaron otros temas, como los anticipados perdones a los ­corruptos.

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En las redes, los partidarios de López Obrador defendían, cada vez con menor entusiasmo, el ejercicio de democracia participativa. Tenían un punto en favor y muchos en contra. El punto en favor es que la partidocracia aprobó fórmulas de participación ciudadana que están en la Constitución sin ninguna posibilidad de hacerse realidad (de ahí que el furuto presidente ofreciera, tras su voto matutino, una reforma constitucional que abriría la puerta a consultas con todas las de la ley).

Las críticas a las consultas de Andrés no sólo proceden de sus adversarios. En las propias filas de sus simpatizantes hay quienes consideran que se trata de ejercicios que demeritan la democracia participativa que el presidente electo ha prometido impulsar (en la misma línea están las críticas a los foros de pacificación, que fueron mal organizados, para decir lo menos, y por personajes trabajaron en el gobierno de Enrique Peña Nieto, y con mucha convicción).

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