Agencia Reforma

Mientras esperaba ingresar a Estados Unidos, Imelda se embarazó y dio a luz a una niña en la frontera mexicana.

Aunque casi cumple dos años de esperar en el refugio Pan de Vida, de esta ciudad, no pierde la esperanza de recibir asilo por parte de las autoridades norteamericanas y poder darles una mejor vida a sus hijos, tanto a la niña que nació aquí como a otro con el que viajó desde El Salvador, donde aún permanece su hija mayor de 10 años.

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Tan sólo en el albergue han nacido cinco niños de madres migrantes que se encuentran varadas en México esperando refugio.

En el caso de Imelda, de 28 años, tuvo a Joselyn en octubre de 2020 en un hospital público de Juárez, sin ninguna complicación, pese a que su embarazo y alumbramiento se dieron en medio de la pandemia por Covid-19.

En julio de 2019, recuerda, salió de su país, con su hijo Daniel, de entonces tres años, huyendo de la violencia. La joven se reserva los pormenores por motivos de seguridad.

“Ella fue la que nació acá”, cuenta alegre, al sostener a su bebé de seis meses en el exterior de la vivienda que comparte con otras familias centroamericanas.

En este tiempo, su hijo ya cumplió cinco años, pasa sus días leyendo los libros que le dieron en una escuela habilitada en el refugio y haciéndole cariños a su hermana menor.

Pero tener sólo a dos de sus tres niños, entristece a Imelda. Confía en Dios en que le darán permiso en Estados Unidos y después espera que su familia este junta.

Mientras la bebé se mueve una y otra vez en sus brazos, asegura que sacó valor para viajar sola con su hijo en busca de protegerlos; sin embargo, el camino no ha sido fácil.

En su travesía por México, recuerda, integrantes del crimen organizado interceptaron el vehículo en el que viajaba con otros migrantes.

“Cuando veníamos nos agarraron. Pararon el vehículo”. A todos los extranjeros los llevaron a un monte y ahí permanecieron un día entero.

“Me asusté mucho, querían dinero”, dice. Pero el dinero era una cuota acordada entre el grupo delincuencial y los “coyotes” para permitirles pasar.

Aquella vez, refiere, hubo un problema con el pago y los detuvieron hasta que los “guías”, como también les llaman, entregaron el dinero.

A los migrantes no les pasó nada, pero a quienes conducían el vehículo los golpearon. Ella trataba de evitar que su hijo viera lo que pasaba.

No recuerda la ciudad donde ocurrió, sólo que fue pasando la frontera hacia México.

Luego de unos 20 días de haberse internado en territorio mexicano, viajó hasta Ciudad Juárez, a donde llegó en julio de 2019.

“Me deportaron de Migración para acá”, rememora Imelda, quien se entregó a la Patrulla Fronteriza de El Paso, Texas, en el Río Bravo, debajo del puente internacional Paso del Norte.

En Estados Unidos permaneció en el centro de detención conocido como “la congeladora” y después fue retornada a esta ciudad.

A los oficiales estadounidenses ni siquiera pudo explicarles por qué migró. 

“No dejan hablar. No dije nada”, lamenta. Sólo le tomaron los datos y la retuvieron para luego regresarla.

“Llegamos al Grupo Beta (del Instituto Nacional de Migración), ahí nos metieron, nos dieron el permiso que dan. Y de ahí nos trajeron acá”, comenta sobre su estadía en el albergue.

Durante los casi dos años que ha permanecido en esta frontera, acudió a dos citas a la Corte de El Paso por su proceso de asilo.

“No nos daban ninguna esperanza”.

Como la espera era mucha, en enero de 2020 se fue a Matamoros, Tamaulipas.

“Me iba a ir a tirar para allá”, explica. Sin embargo su plan no prosperó y regresó a Juárez junto con su actual pareja, un migrante guatemalteco, a quien conoció en el albergue desde que llegó.

Cuando estuvo en Tamaulipas, perdió una cita en El Paso; ahora espera acudir con el padre de la bebé para ser reunificados como familia en el proceso de asilo que él inició por separado.

“Quiero lo mejor para ellos, y aquí en esta situación como estamos no se les puede dar”, afirma.

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