En el 2016, Trump llegó a la presidencia con un modelo de comunicación y marketing político basado en el populismo conservador. Contrario a lo que pudiera pensarse esta tendencia no es exclusiva de ideologías de izquierda, de ninguna manera. Una de los fundamentos del populismo es precisamente identificar las características, valores y percepciones mas extendidas, mayoritarias y que sirvan para que sus electores simpaticen y se agrupen en torno de un candidato.

Ser populista implica crear las bases de un “modelo”, una “forma de ser”, una “identidad masiva” y aumentarlo con actitudes, intereses, conceptos y expectativas de como debe funcionar la sociedad y con ello detonar simpatía, consensos y apoyo electoral.

Trump lo hizo muy bien durante esa campaña, le habló (y continúa haciéndolo) a la base de la cultura americana, aquella que se identifica en ese discurso de superioridad, exclusión, discriminación, monopolios, conservador, riqueza depredadora, indolencia, altanería, patriotismo exacerbado y deseos de un sueño americano no alcanzable para todos.

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Esas tendencias demostraron que esas bases existen, que no todos los americanos se sienten perfectamente y plenamente felices; no disponen de casa, automóvil último modelo, vida plena, educación, salud y los mejores servicios públicos del mundo y aunque -en efecto- los disfruten se identifican con la idea de que, la realización de estas aspiraciones, les deben ser exclusivas o al menos deben priorizarse para lo que ellos consideran, encajan o se perciben como los “únicos y auténticos americanos”.

Con este modelo de propaganda Trump también supo llegar a varios de los grupos que deberían considerarse fuera de sus bases, incluso hasta antagonistas por naturaleza. Las asociaciones latinas, por ejemplo, en su afán de encajar en la sociedad americana, de buscar seguridad o al menos disminuir el nivel de agresión hacia ellas, buscaron espacios y generaron también oleadas de apoyo.

Adicionalmente, en el populismo de derecha una buena parte del discurso gira en torno de factores aspiracionales que hacen sentir al elector el centro de toda la competencia electoral con elogios que alimentan su deseo de imponer un modelo cerrado con escasa movilidad social pero que busca las condiciones para que el status se mantenga o al menos se conserve para los grupos de billonarios que jamás serán afectados y que podrán encontrar en el gobierno un aliado estratégico para sus intereses y negocios.

El populismo derechista se extiende imponiendo divisiones, segregando, enfatizando y alimentando las diferencias entre los grupos en competencia, una suerte de maniqueísmo del que por supuesto busca sacar ventaja. Llamará a sus adherentes leales, los llenará de “virtudes” y señalara a veces agresivamente como “enemigos de la nación” a sus contrarios atiborrándolos de etiquetas, marcas, acusaciones, señalamientos negativos llevándose al paso a los medios, las asociaciones y todos quienes se atrevan a cuestionarlos o criticarlos.

Esta fórmula tiene éxito cuando ofrece soluciones “simples”, “comprobadas”, “acordes con el modelo infalible americano”. Trump tiene esas virtudes es un vendedor nato con experiencia extendida en los medios y eso mueve a la gente, la emociona, le ayuda a sacar precisamente la identidad populista que lleva dentro.

Pero hoy se enfrenta (ya es oficial pero aun falta el acto protocolario) a una Kamala Harris que representa una nueva expresión de esa tendencia que se asemeja mucho al empuje histórico logrado por Barack Obama (sin duda cada uno en la medida de su contexto histórico).

Kamala le inyecta la pasión de una nueva democracia, se identifica y saca a la competencia electoral a esos grupos de pensamiento de avanzada, que creen en un sueño americano “extendido” donde cualquiera -al margen de su origen, raza, ingreso, creencias, condición o circunstancia- puede, debe y tiene derecho de lograr alcanzar la felicidad, las promesas de una tierra libre y encajar en una sociedad que se jacta de ser universal, tolerante y de vanguardia.

Esa neo democracia destaca las oportunidades, la apertura, el dialogo, la compresión y la unidad como los factores que pueden detonar las grandes transformaciones necesarias. Es por ello que se muestra más tolerante sin descuidar sus bases originales. Aborda los problemas económicos, políticos y sociales más como un acto impositivo del gobierno como uno de consenso y participación activa de la sociedad.

Estos contrastes van marcando cambios en las tendencias, hay más ánimo, mayor difusión, se revitalizaron los contendidos. Kamala sube en las encuestas, marca diferencia en estados clave y le sabe llegar a las mujeres empoderadas, a los grupos pujantes, emprendedores y profesionales que buscan hacerse de un lugar en la sociedad a base de esfuerzo, de trabajo arduo, constancia, activismo y esperanza.

Las políticas públicas -al menos en el discurso- de los demócratas son versiones modernas de luchas históricas, adheridos a los valores centrales de la sociedad americana pero actualizadas en el marco del cambio climático, la explosión tecnológica y la nano evolución de todas las áreas de la vida humana.

Dos modelos de liderazgo internacional que también suman a la contienda las expectativas mundiales. Regional y globalmente ahora cada evento, cada debate y cada encuesta toman un valor estratégico en las apuestas políticas, sociales y económicas.   

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