Oleg Yasinsky/RT
Creo que no ha existido otro personaje en la historia contra quien los gobiernos del ‘mundo civilizado’, las colonias que lo sostienen y sus medios de comunicación le hayan vertido tanto veneno y lodo. La prensa en manos del poder, tan variada y tan parecida en todas partes, ha cumplido y ha superado con creces la tarea encomendada.
A principios del siglo pasado, Vladímir Ilich Uliánov ‘Lenin’ supo instalar para el quehacer político una vara tan alta, que todavía no ha sido superada por nadie. Obviamente, si entendemos como ‘política’ la lucha cotidiana por el bienestar de la gente común, y cuando no confundimos la idea de ‘bienestar’ con la del nivel de consumo de cosas. En estos 100 años pasados desde su muerte, nos han estado confundiendo tanto con eso de ‘revoluciones’, ‘progreso’ y ‘libertades’, que ahora más que nunca cuesta devolvernos al sentido inicial de esas palabras, tan necesarias y tan abusadas.
Antes de adorar u odiar a Lenin, primero deberíamos tratar de conocerlo. Para conocerlo, es importante prescindir de las ‘wikipedias’, ‘history channels’ y otros pozos de ignorancia colectiva. También es imprescindible aprender, eso que tanto nos pedía hacer él: ‘¡estudiar, estudiar y una vez más, estudiar!’.
El primer escrito conocido de Lenin es el único que nunca fue descifrado. De hecho, tampoco es un escrito, más bien es un dibujo. Lo hizo el estudiante provinciano ruso Vladímir Uliánov cuando tenía 12 años, titulándolo ‘Carta con tótems’ e imitando el famoso pictograma, conocido como ‘Solicitud de las tribus indígenas al Congreso de Estados Unidos’. Era una carta para otro niño, su compañero Borís Farmakovski, que de grande se convirtiría en un destacado arqueólogo.
Escritura pictogáfica hecha por el adolescente Ulyánov, marzo de 1882.Museo Estatal de Historia
En la carta están dibujados un samovar, un cangrejo de río, una cigüeña, una serpiente, una rana, un cerdo y abajo una imitación de la pintura rupestre, al lado de un paisaje bucólico ruso. En los cuerpos de todos los seres y hasta en el samovar están pintados unos corazones. En vez de papel, el niño usó el material más antiguo de las escrituras rusas: berestá, que es una corteza blanca de abedul. ¿A qué tiempos y desde dónde se dirigiría este mensaje hecho por la mano de quien unas cuatro décadas después cambiaría la historia?
Su recuerdo, solo por sí mismo, es una amenaza mortal del futuro para el pasado. De la arcilla de la historia, la que siempre es una mezcla de sangre, barro y semillas, Vladímir Lenin comenzó a moldear una figura, difícilmente comprensible para muchos por su enorme tamaño, grandiosa en su imperfección e incompletud. Fue el primer esbozo de una sociedad libre del egoísmo, de la ordinariez y la tiranía de los bienes materiales. Una dictadura de la conciencia. El primer ensayo de nuestro sueño antiguo con una Humanidad que aprende a caminar cayendo muchas veces y levantándose siempre.
Obras como las de Lenin pueden ser apreciadas solo desde el cosmos o desde el pasar de los siglos, por eso muchos contemporáneos de él no supieron ver nada, aparte de sus zapatos enlodados en el andar de un paisaje sin caminos de la época. Sin Lenin, ni el Che, ni Fidel, ni Allende, ni Ho Chi Min, ni Sankara, ni ninguno de los que hoy el sistema trata tan insistentemente de separar de su gran sombra, hubiera sido posible.
Todos los hombres y mujeres de hoy, nos guste eso o no, somos también en muchos sentidos el resultado de un cataclismo político mundial con epicentro en Rusia, nacido de la fuerza telúrica de su genio.
El escritor ruso Lev Danilkin, autor de su biografía, escribió: “Lenin, el Pantocrátor de partículas de polvo del Sol”, y en una de sus entrevistas dijo: “Creo que es muy importante que fuera extrañamente risueño. Es un rasgo de su carácter. Tenía una gran capacidad de autoironía. Creo que esto es particularmente evidente en las memorias de su esposa Krúpskaya. ¿Quién podría esperar que ella mostrara a Lenin en divertidas situaciones incómodas? Ella lo hace, y además ¡cómo lo hace! Él era muy divertido. Mucha gente recuerda mucho de eso. Lenin siempre se estaba riendo. No es la risa de un psicópata que se alegra de que alguien se haya resbalado con una cáscara de plátano, sino la risa de un hombre que sabe algo que los demás aún no saben, pero que algún día él les va a enseñar”.
En otra conversación Danilkin agrega: “A Lenin le molestaban los eslóganes como que ‘el reino de los obreros y los campesinos no tendrá fin’, etc. Porque para él la dictadura del proletariado era solo una medida temporal, y el sentido de la revolución no era la represión ni la venganza, sino la construcción de una sociedad en la que el Estado no fuera necesario, en la que no hubiera clases ni estamentos”. Para entender esto es necesario saber ver la historia más allá de las coyunturas inmediatas. En los momentos de crisis como este, no es algo fácil. Pero lo necesitamos para armar correctamente el rompecabezas del tiempo en el abigarrado vacío que nos deja el capitalismo.
Al paso de estos cien años después de Lenin, estamos enfrentando a la mayor guerra mundial contra nuestra memoria histórica. Todo hace pensar que, si la Revolución de Octubre no hubiera sido el acontecimiento más importante del siglo pasado, es poco probable que tantos mercenarios intelectuales hubieran sido contratados por la prensa y las editoriales de tantos países para destruir su ejemplo.
Un grupo de oficiales y sargentos de la milicia de la República Soviética Socialista de Georgia se alinean frente a un retrato fotográfico de Lenin.Archivo Nacional de Georgia
El historiador ruso, investigador de los movimientos sociales contemporáneos Artiom Kirpichónok cuenta: “Crecí en la Unión Soviética, donde Lenin sin duda era una figura de culto y en los tiempos de mi infancia lo percibían como parte del paisaje de fondo. Cuando usted vive en un país y ve los retratos de sus grandes estadistas, de los destacados personajes de su historia, usted normalmente no se fija en ellos. Es algo que todo el tiempo está presente con usted. Para mí, Lenin se hizo interesante justo cuando lo comenzaron a prohibir, cuando su nombre se convirtió en objeto de calumnias”.
“Es interesante que lo criticaban las personas quienes, digamos, no eran ejemplos de valores morales, eran personas relacionadas con la corrupción, personas que hicieron mucho para que la gente sencilla viviera mucho peor. Ellos en su mayoría odiaban a Lenin, con todo su corazón. Todo tipo de chovinistas, xenófobos… Y me surgió una pregunta lógica, por qué toda esta gente odia tanto a Lenin, qué problemas tienen con él. Así fue como empecé a interesarme por sus obras, estudiarlas, leer sus artículos y después de eso, llegué a entender a Lenin de una forma totalmente diferente”, agrega.
“Era una persona que iba hacia su objetivo claro, pero en este camino fue muy flexible. Su flexibilidad no significaba hacer acuerdos que desviasen del camino, sino todo lo contrario, eso ayudaba a su objetivo. Él hacía acuerdos con personas de todo tipo y al final estas personas terminaban trabajando en pro del triunfo de su proyecto, su programa, para el triunfo de la justicia social”, concluye Kirpichónok.
La lucha contra nuestra memoria requiere la creación de estereotipos y clichés masivos que nos distraigan de la esencia de los acontecimientos. No hay frase más adorada por tiranos y esclavistas del mundo que “todas las revoluciones hacen daño”. Ellos mismos, los que hablan tanto de las ‘víctimas del socialismo’ no se preguntan cuántas vidas humanas salvó éste.
Hoy no hay nada más importante que aprender del pasado, de los errores propios y ajenos, liberar a nuestros fantasmas de la historia de los dogmas y de los miedos. Sacar la extraña palabra ‘futuro’ de los sótanos de la memoria, limpiarla del moho y del polvo. Para luego acercarla a los rostros e iluminarlos.
La historia que un día pertenecerá a los pueblos necesita despertadores. El nombre de Lenin es uno de ellos.