Jesús Lezama

Tras la Segunda Guerra mundial la dignidad y el pluralismo han crecido gracias al reconocimiento de que la persona constituye el fundamento vital de los derechos humanos. Ambos conceptos no dejan de ser un ideal en el mundo occidental. Aristóteles, Immanuel Kant, Martin Heidegger, Hannah Arendt, entre otros, han sido los filosofos que más han abordado el tema.

En las categorizaciones pluridisciplinarias y pluridimensionales, el concepto de dignidad humana se llega a confirmar como un valor interno de la persona, por el hecho de serlo. Se afirma lo anterior con base al principio ontológico de que la persona vale por el hecho de ser persona. Su condición de género, estatus social, apariencia física, actividad económica, raza o nacionalidad no forman parte de lo principal, lo que importa es el ser.

Nuestra sociedad atraviesa por una decadencia de apreciación hacia la propia dignidad humana; conductas indeseables revelan que la persona se desvaloriza, evitando, incluso, que se le dé el honor debido como alguien individual y social. La persona es un fin y no un medio. La dignidad humana nos permite identificarnos como personas dotadas de inteligencia y libertad, ambos conceptos, inherentes a cada individuo para actuar con decoro.

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La persona nace digna y todos los seres humanos son igualmente dignos, señalaba Pico de la Mirandola en su célebre discurso “De dignitate hominis” (1486), pero al mismo tiempo se preguntaba ¿qué razones hacen de la persona el ser más digno de admiración?

Fue con el filósofo Kant con quien se logra una expresión más clara de la idea de la dignidad. Consideró la autonomía personal como el principal rasgo humano y, en ese contexto, nos habla de la dignidad de un ser racional que no obedece a otra ley que aquella que se da a sí mismo. 

“El hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como un medio para ser utilizado discrecionalmente por esta o aquella voluntad [tanto en acciones orientadas hacia sí mismo como hacia otros] el hombre es un fin”, reflexionaba.

Esta meditación filosófica es propicia cuando han iniciado las campañas presidenciales en México. Hay tres personas contendiendo por ser el próximo titular del Poder Ejecutivo Federal. Pero el país observa que sólo entre Xóchitl Gálvez y Claudia Sheinbaum recaerá el alto honor y responsabilidad de representar a los mexicanos para dirigir los destinos de la nación en los siguientes 6 años, a partir del primero de octubre próximo.

Ambas candidatas han dejado claro lo que representan. Gálvez el apego a la legalidad sin desprender el sentido humanista en todos los niveles económicos, sociales y pluriculturales de México. Sheinbaum el ideal y continuidad de un proyecto político que ha ofrecido una transformación en el país, a través de un ‘segundo piso`, un proyecto creado por AMLO, que en los más de cinco años de su gobierno sólo ha impuesto autocracia y regresión a un pasado fracasado.

Los ciudadanos deberán responder en las urnas con su voto, únicamente con ello, no con violencia, amenazas o coacción de ningún partido, organización política o la que está siendo propiciada desde el gobierno. Los ciudadanos mexicanos estamos obligados a construir el México que se anhela y merecemos.

Las personas tienen dignidad, no precio. Los objetos irracionales tienen un valor (material/uso) condicionado, relativo como medio, pero por ese carácter de objeto, mientras que los seres racionales están libres de ello. 

Ha llegado la hora de alejarse de los que compran al pobre por un par de sandalias, de aquellos políticos que han sido altamente eficaces en abusar de la mentira, en traicionar al pueblo y de todos los que nos han robado la tranquilidad como ciudadanos.

Los ciudadanos tienen en sus manos el progreso de la patria, el resguardo de su dignidad y la libertad de la nación.

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