El paso de Donald Trump por el palacio de Buckingham se recuerda como uno de los más polémicos de los últimos años porque los rumores afirman que habría conseguido desesperar tanto al personal de servicio como a los propios miembros de la familia real británica debido a sus salidas de tono.

Se dice que su desprecio por el protocolo, que rige el día a día de la monarquía, fue lo que provocó una incomodidad generalizada ante su mera presencia, ya que el entonces presidente de los Estados Unidos se atrevió a caminar por delante de la fallecida reina Isabel II en su visita oficial de 2018 y se empeñó en darle la mano durante una recepción organizada al año siguiente para los líderes de la OTAN.

Sin embargo, parece que las tensiones entre Trump y la casa real se remontaban mucho tiempo atrás y no se debían solo a su aparente incapacidad de seguir una serie de simples normas. En 2012, el empresario tuiteó acerca de las imágenes que se habían publicado de la duquesa Catalina haciendo topless durante unas vacaciones en la Provenza, Francia.

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“Kate Middleton es estupenda, pero no debería tomar el sol desnuda. Ella es la única culpable. Quién no le haría una foto a Kate para ganar mucho dinero si ella se dedica a tomar el sol desnuda. Por favor, Kate”, aseguró entonces Trump.

Una nueva biografía escrita por Christopher Andersen y titulada ‘El Rey: La vida de Carlos III’, asegura que su comentario llegó oídos del esposo de Catalina, el príncipe Guillermo, y de su suegro Carlos, que por una vez dejaron de lado la habitual frialdad británica para mostrar claramente lo que pensaban al respecto.

“Las críticas de Trump a Kate dieron lugar a lo que un mayordomo de Clarence House definió como un torrente de blasfemias tanto del príncipe Carlos como de sus hijos”, asegura el autor.

El libro también afirma que Carlos, William y el príncipe Harry, que por aquel entonces aún ocupaba un cargo institucional, intentaron por todos los medios disuadir a Estados Unidos de que organizara una visita de su presidente y que mantuvieron largas conversaciones telefónicas entre Clarence House y el palacio de Kensington para acordar qué podían hacer entre bastidores para impedirlo.

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