Xalapa.-“Hacia ti morada santa, hacia ti, tierra del Salvador, peregrinos, caminantes, vamos hacia ti”, es el canto de los fieles congregados en la Catedral Metropolitana en Xalapa que elevan una oración por el alma del cardenal emérito Sergio Obeso Rivera, fallecido apenas hace unas horas en su vivienda de Coatepec.

El cirio pascual encendido en la cabecera del sencillo féretro depositado en el suelo de la iglesia es la primera imagen de quienes entran con reverencia al recinto sacro. 

Al avanzar, una mujer octogenaria rompe en llanto al ver la fotografía del cardenal, con su sonrisa característica y el gesto tierno que antes confortó y ahora conmueve a quienes buscan despedirse.

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A paso lento debido a su espalda ahora curva, doña Rubina entra acompañada de su hija; ambas viajaron desde Xico, se enteraron que el sacerdote murió por la noche y a primera hora salieron para presentarles sus respetos a quien conocieron cuando estuvo a cargo de la Diócesis de Papantla, durante un tiempo en el que vivieron ahí.

“Lo conocí cuando era muy jovencito, siempre fue fuerte, pero también era amoroso con quiénes nos acercábamos”, dice Rubina, al tomar asiento casi hasta el frente.

Al fondo, sobre el féretro de madera fueron posadas la bandera de México y la del Estado Vaticano, tal como lo pidió el cardenal, así como el ubicar su ataúd en el suelo como símbolo de humildad.

En él también está el capelo, distintivo de la alta jerarquía católica que el clérigo recibió apenas en junio, de manos del Papa Francisco.

El sacerdote Roberto Reyes hace una oración mientras los fieles se persignan y hacen una fila interminable frente a los restos de Sergio Obeso, se hincan y lo besan, despidiéndose de él. 

Cientos han acudido al repique de las campanas anunciando las misas que durante todo el día se realizarán en su memoria y para pedir por el eterno descanso del cardenal emérito que el próximo 31 de octubre cumpliría 88 años. 

Conforme avanza la liturgia también lo hace el consuelo para quienes aspiran a reencontrarse con sus seres amados en el cielo, y entonces el canto antes convertido en súplica ahora se convierte en himno de victoria.

“Resucitó, aleluya, aleluya, aleluya; resucitó, aleluya, aleluya, aleluya” entonan los fieles con la esperanza de que el cuerpo mortal del cardenal haya desprendido a su alma inmortal para alcanzar el estado deseado por los fieles: la estancia con el Creador.

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