Jesús Lezama
“No hay límites para el deterioro” fue una de las preocupaciones políticas del nobel de literatura Mario Vargas Llosa cuando fue candidato presidencial del Perú. Y esto se evoca por la antigua grandeza señorial que tenía el Poder Judicial en México. Eso podría quedar en el registro histórico por el empobrecimiento evidente y agresivo que vivirá ese poder, formalmente, a partir del 1 de septiembre de este 2025.
La República en esencia no es un mapa. La república es la división de poderes en tres partes que no se mezclan entre sí. El brazo ejecutivo, el cerebro legislativo y la balanza judicial independiente, esto desde tiempos inmemoriales, en la república romana, hace poco más de 2 mil quinientos años.
Durante la época del Partido Revolucionario Institucional (PRI) cierto es que se vivió una república simulada. El presidente se iba cada 6 años, había “elecciones”, había poder legislativo, poder judicial, nada más que simulado porque ya sabíamos quien ganaba.
Sin embargo, igual que en los tiempos del dictador mexicano Porfirio Díaz, según estudios del gran intelectual y sociólogo de izquierda Pablo González Casanova, en la época del PRI el poder judicial tuvo una relativa independencia, cerca de la mitad de las sentencias fueron en favor de quien demandaba un amparo.
Durante décadas, México mantuvo una apariencia más o menos razonable de democracia, funcionaba. Con vaivenes, sobresaltos y sus escándalos, pero resistía. Había acuerdos prácticos entre quienes ostentaban el poder para repartirse el control del Estado y, con ello, la riqueza nacional. Era una democracia con piloto automático. Una coreografía pactada donde cada actor conocía su lugar y su recompensa.
Se vislumbran en México escenarios apocalípticos, aunque se tilde de exagerado, gracias a las tensiones ideológicas provocadas por la polarización discursiva que escuchamos o leemos día con día en el país. El retroceso a un subdesarrollo político es real.
“Estamos ante la destrucción de la república mexicana, entendida como la verdadera división de poderes. México no gana absolutamente nada con este enorme proceso de destrucción institucional, materializado con la colonización del poder judicial. Es mejor un gobierno de unidad nacional, un pacto nacional, aunque suene utópico”, señaló el pasado domingo 1 de junio el historiador Enrique Krauze.
La pregunta no es si estamos peor que hace diez o veinte años. La pregunta es si estamos cruzando un umbral del que no se vuelve. Estamos frente a un régimen que impone sus formas ideológicas destructivas.
Es probable que aún estemos a tiempo. No será con frases, ni con protestas puntuales, ni con manifestaciones domingueras. Será con una ciudadanía adulta, preparada, capaz de mirar de frente lo que ha sido este régimen cuatrotero, al que hay que exigir cuentas.
Lo valioso requiere esfuerzo, no simples pataletas porque “no hay límites para el deterioro”.