En estos días he pensado -como la mitad de la población del país, al parecer- sobre los regalos durante las relaciones, el ejercicio de poder al que se presta una relación que involucra dinero (o sea prácticamente todas) y sobre todo, los regalos de hombres a mujeres. Ojalá hubiera sido por el tema del anillo de compromiso de Belinda, pero al menos llegué ahí también.

Claro que mis reflexiones se alejan del drama que resultó haber recibido un anillo de compromiso valuado en por lo menos 60 millones de pesos mexicanos.

Como muchas mujeres en este país, crecí muy familiarizada con el poder que socialmente adquiere un hombre automáticamente por tener dinero o ser proveedor. Si en términos financieros no crecimos acostumbradas a que, si alguien más provee de recursos monetarios no podemos quejarnos, por lo menos crecimos asustadas con aceptar obsequios o dinero pensando que se espera algo a cambio o quedamos en deuda.

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Es muy fácil hacer esta relación desde el inicio de los noviazgos. ¿Cuántos hombres no se sienten merecedores de que una chica, con la que ni han hablado, acepte ser su novia por haber gastado dinero en flores, regalos o pagar siquiera una entrada del cine? ¿Cuántas mujeres no sienten automáticamente que le deben algo a un hombre que hizo algo tan básico como pagar una cena o las entradas al cine precisamente?

Peor: ¿cuántas veces en nuestras vidas no hemos pensado que alguna mujer fue ingrata por rechazar las atenciones de un hombre, sean materiales o emocionales?

La prueba está en todos lados de la farándula y redes sociales, luego de conocer la noticia del rompimiento público de la relación entre Belinda y Christian Nodal. Automáticamente, sin conocer el contexto, todos tenían una opinión sobre lo que debería o no hacer Belinda o Nodal sobre dicho anillo.

Este capítulo ya se ha visto en la historia sentimental de la farándula mexicana entre la diva María Félix y Jorge Negrete. En resumen: los hijos del ya fallecido Negrete le exigían a La Doña que regresara un collar costosísimo que le regaló el cantante a la actriz a tan solo un año de matrimonio.

Como no podemos saber con exactitud lo que pasó -en esto de la vida de los otros que no tienen que dar cuentas públicas-, tomaremos la versión de La Doña. La actriz aclaró que al final ella pagó por el collar con su dinero y luego lo fragmentó para incrustarlo en otro collar de Cartier. (Un punto de los regalos no es que alguien esté en condiciones o no de adquirirlos, es que alguien muy considerado pensó en que no tienes que hacerlo por ti mismo, creo yo).

¡Cuántas cosas no le dijeron a Belinda por no haber regresado el anillo de compromiso! Hasta un señor en Internet salió a citar el obsoletísimo y prehistórico manual de Carreño de etiqueta (escrito en 1800). De esta forma se argumentó que lo “correcto” por hacer de la cantante -o “señorita” en cuestión- era regresar el anillo si no se había “consumado” el matrimonio.

Creo que ahora se entiende el trauma generacional de las mujeres con el tema del dinero: que si recibes un objeto con valor sentimental, ya te convertiste o en esposa o en “prostituta” (y el rechazo a ser llamada como tal solo revela temores y estigmas contra trabajadoras sexuales). Que si no lo aceptas, eres descortés y el otro un “soldado caído”. Que si no lo devuelves, eres una interesada. Que si lo devuelves, nunca lo quisiste y así interminablemente.

En esto de mis reflexiones sobre los regalos, yo concluí que la voluntad de quien otorga termina cuando la otra parte lo acepta o lo rechaza. Que lo que ocurra a partir de la dádiva -hecha a partir de un supuesto de bondad y de generosidad-, ya queda en la cancha de la otra persona y nada de esto la debe “comprometer” a algo.

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