Rafael Márquez, que ha emprendido una aventura lejos del futbol mexicano, conoce muy bien las entrañas del sistema. Fue capitán del Tri durante cinco Copas del Mundo, como jugador, y también tuvo un breve paso como directivo del Atlas. Ahora es director técnico del Barcelona Athletic, la filial del FC Barcelona. En sintonía con sus pasos como jugador, el Kaiser ha entendido que lo mejor para su carrera es desarrollarse en el futbol de Europa.

Y desde allá ha lanzado algunas críticas al balompié nacional, las cuales, en realidad, son una especie de alivio para él. Como en aquellas latitudes no ven lo que pasa aquí, Márquez no tiene que hablar de lo que pasa en su país. “Sinceramente no hay interés en el futbol mexicano. Sí me ahorra las explicaciones de cómo funciona. Es la realidad: hay poco interés de gente de Europa. Por lo mismo hay pocos jugadores mexicanos aquí cuando quizá debería haber más”, dijo en entrevista con ESPN.

Márquez lo tiene claro: en Europa el único futbol de América que sintonizan es el de Brasil o Argentina. Y es normal, porque aunque el nivel de esos campeonatos tampoco pueda compararse al del futbol europeo, hay muchos diamantes en bruto que ni los equipos ni los aficionados quieren ignorar. “No es una liga o un mercado (el mexicano), mejor dicho, que interese a la gente de Europa. Les interesa el mercado brasileño o argentino. Ya en su momento lo he hablado: mientras no cambie cómo está organizado el futbol mexicano va a ser difícil que volteen a verlo”, opinó.

El futbol mexicano ha hecho todo por alejarse del panorama internacional. Desde siete años dejó de participar en la Copa Libertadores, una vitrina única para los jugadores mexicanos. Así lo reconoce Márquez, que disputó el torneo con León en 2014. “Era algo muy importante para poder tener la experiencia de jugar con equipos importantes de Sudamérica. Nos da mucha competencia, mucho jerarquía, porque no era fácil jugar contra equipos mexicanos. Nos servía de experiencia y era importante para el jugador, para los jóvenes, vivir lo que es jugar en Argentina, Brasil, Uruguay, Perú”.

Como lo dejó establecido Márquez: es hasta mejor que el futbol mexicano no sea conocido en otros lados. Porque es cierto y está muy dicho que no se ve en Europa, pero en realidad tampoco es atractivo para otro público que no sea el mexicano (ya sea los que viven en México o en Estados Unidos). En el resto del continente la Liga MX sólo llega a ser interesante porque hay jugadores de sus países aquí. Y a veces ni eso: en muchas ocasiones, para jóvenes sudamericanos venir al futbol mexicano equivale a lastrar su carrera.

Una Liga que puede competir en economía (segunda competencia a nivel mundial que más dinero gastó en el último mercado de fichajes de invierno), una selección nacional que puede convertir a su entrenador en el quinto mejor pagado del mundo, y todo un ecosistema que vanagloria a los equipos como si fueran de talla mundial —jugadores que podrían ser titulares en cualquier equipo del mundo y clubes que no le piden nada a los de Europa—. Todo eso para que el único mercado al que le interese, de verdad, el futbol mexicano sea… el mexicano.

También lo dijo Javier Aguirre en 2021 para TUDN: “Después de 12 temporadas en España te diría con tristeza que no nos promocionamos bien. Nadie ve el futbol mexicano. Hay plataformas y hay historia; está la gente de futbol sí que lo hace, pero el aficionado medio, él no lo ve”. Y no sólo en Europa. Darío Benedetto, exjugador de América y Tijuana, dijo en 2017 en la radio argentina que el Clásico Nacional no era ni el 50% de un Boca vs. River. Quizá lo dijo para quedar bien con su equipo, Boca, pero no le faltaba razón y hasta fue generoso con el porcentaje.

Aunque dentro de los supuestos planes de la Liga MX está la expansión a Europa, llamar la atención de los aficionados de allá, como dijo Mikel Arriola el año pasado, nada sería mejor que seguir alejados: qué pena que vean todo lo que pasa aquí, que doce equipos (y aun si fueran ocho nada más) pueden ser campeones, que se hace todo por incentivar la mediocridad y, para no ir tan lejos, que los partidos son un suplicio. Mejor que nadie se entere.

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