Jesús Lezama
La política debería ser el arte de servir, no el privilegio de mandar. Sin embargo, en demasiados espacios del poder público, la arrogancia y la prepotencia se han vuelto costumbre. Rocío Nahle es un claro ejemplo. La primera gobernadora de Veracruz confunde autoridad con superioridad moral, se rodea de aduladores y se olvida que su cargo no la hace mejor que nadie, solo más responsable.
Con sus gestos cotidianos, la exsecretaria de energía en la administración de López Obrador, descalifica al ciudadano que la cuestiona, desprecia a los medios y periodistas críticos (los que aún conservan un mínimo de dignidad) usa su poder para intimidar y no para construir. Nahle García, en menos de un año de gobierno, cree que el cargo le pertenece, no que le fue confiado temporalmente. Su prepotencia es la cara más visible de ese ego inflado: el “yo ordeno, tú obedeces”, tan ajeno a los principios democráticos.
Nada hay más peligroso para la democracia que un gobernante soberbio. Porque quien se cree dueño del poder deja de escuchar. Y cuando el poder deja de escuchar, deja de servir. La historia reciente de México —y de Veracruz, en particular— está llena de ejemplos de cómo la soberbia política puede aislar, corromper y destruir proyectos que alguna vez prometieron transformación.
Esta reflexión obedece a lo que hoy comenta el periodista Raymundo Riva Palacio en su columna “Estrictamente Personal”, titulada “La tormenta de los ineptos”, donde describe la tragedia que viven los damnificados por las lluvias que azotaron el norte de Veracruz este mes de octubre del 2025 y describe la arrogancia de Rocío Nahle:
“Las lluvias no avisan, aunque los servicios meteorológicos lo hacen con días de antelación. Los pronósticos anticipaban lluvias muy fuertes, que la realidad se encargó de potenciar su fuerza y mostrar la nulidad cuando el poder se ejerce sin conocimiento, sin previsión y, sobre todo, sin sentido de responsabilidad.”
Y agrega el analista político: “El miércoles, cinco horas antes de que colapsaran los servicios en Veracruz, la presidenta Claudia Sheinbaum recibió un informe de la Conagua alertándola de lo que venía. Buscó a la gobernadora, una, dos, tres veces, pero nunca se pudo comunicar con ella hasta que ya era demasiado tarde. Nahle se había tomado unos días en el norte del país, sin importarle la información sobre lo que se avecinaba en su estado. Cuando la presidenta le reclamó, le salió respondona. La altanería común de Nahle extendió su brazo con la presidenta. Al águila se le respeta, no se le rebate. Y cuando se hace para justificar su incompetencia, lo único que logra es ahondar el desprecio con el que la están tratando sus gobernados y provocar la ira de la presidenta.”
El verdadero liderazgo no se mide por el volumen de la voz ni por la cantidad de seguidores o likes en redes sociales, sino por la capacidad de generar respeto, diálogo y resultados. La humildad no es debilidad; es inteligencia política. Solo quien entiende que el poder es prestado actúa con prudencia y visión. Solo quien recuerda de dónde viene puede gobernar sin perder el rumbo.
En tiempos donde la arrogancia parece confundirse con fuerza, conviene recordar una lección sencilla: el poder que no escucha termina por quedarse solo. Y tarde o temprano, la soberbia política siempre cobra su factura.










