Juana Barraza agarra el estetoscopio, rodea el cuello de su víctima y aprieta hasta estrangularla. La fallecida se llama Ana María Reyes Alfaro y tiene 82 años. Es el último crimen de la mataviejitas.

Poco después de abandonar el domicilio de su víctima la policía la detiene. Finalmente capturan a la homicida que tanto buscan. Sin embargo, se sorprenden cuando descubren que es una mujer. Es el 25 de enero de 2006.

Desde mediados de los 90, la historia del asesino en serie que se dedica a matar ancianas conmociona a Ciudad de México.

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Los medios le dedican cientos de páginas y largas horas de transmisión.

¿Por qué fue un caso famoso?

Aunque los crímenes se producen en un país donde los homicidios son frecuentes, el caso alcanzó una resonancia mediática inusual.

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Susana Vargas Cervantes, investigadora social, explica a BBC Mundo que matar viejitas es imperdonable en el arquetipo de la mexicanidad, más que ser un capo de la droga o un feminicida.

“Desde el comienzo me extrañó por qué de repente este caso tenía tanta atención. No entendía por qué era peor un asesino en serie que los feminicidas, los responsables de un crimen satánico o todas las atrocidades del cártel de Los Zetas”, dice Vargas.

Barraza fue condenada en 2008 a 759 años de prisión, la condena más larga en la historia de México. Se le atribuyen al menos 16 asesinatos de ancianas.

La ley, sin embargo, permite que una vez pasados los 50 años en cárcel se aplique la libertad condicional. Barraza tendría 100 años.

Pero dice Susana Vargas que en absoluto ese caso tuvo más repercusión que el de ‘la Mataviejitas’.

“Me sorprendió que solo con el caso de Barraza saliera el procurador Renato Sales Heredia a decir que México se había convertido en una sociedad deshumanizada, que el crimen se había globalizado y lo que solo pasaba en Estados Unidos y las películas se había importado al país”, cuenta Vargas.

A las víctimas de feminicidios entonces las torturaban, con muertes “feas y violentas”.

“Por no hablar del caso de ‘las Poquianchis’, las hermanas que en los años 40 prostituían indígenas, las mataban si quedaban embarazadas y luego las enterraban en cemento”, ejemplifica Vargas.

La socióloga descubrió que detrás de la obsesión, mediatización y despliegue sin precedentes detrás de Barraza se ocultaba mucho más que la justicia, sino también toda una serie de estereotipos que constituyen lo que es ser o no un buen mexicano.

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