Por la forma en que se han presentado los acontecimientos nacionales en los últimos meses de la gestión presidencial de López Obrador, todo indica que la asunción y posterior desenvolvimiento de Claudia Sheinbaum, ya como presidenta de México, pasará por horas complicadas y momentos de tensión y conflicto a partir del primero de octubre próximo, cuando ella cargue sobre sus hombros al poder ejecutivo de un país de más de 130 millones de habitantes y una de las veinte economías más desarrolladas del mundo.
Y hay algo que nadie debe olvidar en relación a cómo fue que la doctora ganó la elección de junio pasado. Si bien es cierto que obtuvo la mayor votación, la realidad es que del padrón electoral que es superior a los 97 millones de electores, en números gruesos sólo uno de cada tres ciudadanos eligió a ella, evidenciándose que hubo mucha abstención en el territorio. En números reales sólo un poco más de un tercio de la ciudadanía la respalda plenamente.
Un hecho que tampoco debe olvidarse es que ella como mujer de alto nivel académico e intelectual, una vez que esté sentada en la célebre “silla del águila”, será cuando la nación comenzará a conocerla en sus pensamientos y acciones como presidenta, considerando que AMLO tendrá que dejar de intervenir en los asuntos de gobierno por dos razones: las de carácter legal, y más que nada por la presión social que recibiría Sheinbaum, si ella consintiera una descarada injerencia del tabasqueño en la operatividad del gobierno bajo su mando.
En este sentido parece que el avance del Caso Mayo Zambada en Estados Unidos y las constantes e insistentes críticas de los actores y sectores de la economía local y mundial sobre las reformas constitucionales impulsadas por el obradorismo, son lo que en verdad pueden momificar a Andrés Manuel después de octubre, ya sin el manto de protección que ahora le dan el sistema, sus adoradores y sus plumas periodísticas.
Desde luego que él tratará de meter las narices donde lo dejen, pero lo más probable es que la presidenta lo ubique en el lugar común que le corresponderá como exmandatario. El lugar que Sheinbaum quiere en la historia como primera mujer presidenta de México, le exige desde este momento, posiciones claras y decisiones congruentes con ese objetivo. Si quiere tener el apoyo de los mexicanos, tendrá que convertirse en la Claudia Sheinbaum estadista y no en un gracioso juguete de un exmandatario con afanes dictatoriales.
Los días que le restan al periodo obradorista seguirán dando ruidos, tumbos y golpes al estilo AMLO y cualquier cosa puede suceder para que él esté satisfecho con su ambicionada “trascendencia” histórica y la de la 4T. Pero eso acaba el 30 de septiembre. Su plazo se cierra.
Y como ciudadanos, nosotros también debemos considerar lo que debe ser estar en los zapatos de Sheinbaum. Démosle el beneficio de la duda. No especular y mejor creer que ella será leal a sus principios éticos e ideas propias.
Lo cierto es que los mexicanos no pueden sucumbir en el desánimo ante algunos indicios actuales negativos, propios de esta inédita etapa de transición que afortunadamente tiene término. El mundo es dinámico y en él intervienen fuerzas y condiciones diversas y varios factores y variables que van modificando las circunstancias día tras día. El uno de octubre está muy cerca.
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