Pbro. José Manuel Suazo Reyes

El pasado 1 de febrero de 2019, en el Auditorio Sebastián Lerdo de Tejada, del Congreso del Estado de Veracruz, se llevó a cabo un conversatorio ciudadano sobre “LOS DESAPARECIDOS EN VERACRUZ”. Este grave problema está afectando a todos; una de sus causas hay que ubicarla en el ambiente de inseguridad y violencia incontrolada que vivimos todavía en Veracruz. 

El evento donde participaron varios líderes sociales fue organizado por la Canacintra, delegación Xalapa y tenía como objetivo “propiciar un lugar de encuentro y diálogo donde se pudieran expresar los posicionamientos, puntos de vista, experiencias, propuestas de solución y acciones emprendidas desde los ámbitos de competencia de cada uno de los actores invitados”. 

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Como Iglesia Católica que peregrina en esta región de Xalapa, expresamos nuestro más profundo sentido de solidaridad con todas las personas que tienen algún desaparecido. Los sacerdotes y agentes de pastoral en la Iglesia, escuchamos frecuentemente el sentir de algunas personas que buscan desesperadamente a sus familiares. Sabemos del profundo dolor que viven día y noche; quien vive esta tragedia, experimenta una pena que no tiene final; estas personas no tienen un lugar dónde llorar, dónde visitar o donde ubicar a sus desaparecidos. 

Los desaparecidos nos duelen a todos. Tan sólo en Veracruz, se habla de más de 20 mil personas desaparecidas. Ciertamente las cifras “oficiales” son superadas por la realidad pues la mayoría de las personas no presentan denuncias. Reconocemos la labor que han hecho los colectivos que de forma extraordinaria y admirable han emprendido por cuenta propia, la búsqueda de sus familiares. 

Esa tragedia humanitaria ha afectado a todo tipo de personas, sin distinción de su condición social. Como Iglesia no ignoramos el dolor de mujeres que buscan a sus esposos, o las madres o padres que esperan a sus hijos y que viven un continuo malestar, como una noche oscura que no tiene final.

A todas estas personas queremos expresarles nuestra cercanía, nuestra disponibilidad y nuestras continúas oraciones para que en medio de esta terrible oscuridad encuentren un poco de luz, experimenten el consuelo y  sientan la paz, sobre todo aquella que viene de parte de Dios. 

No existen palabras humanas que satisfagan el dolor de una madre que no sabe dónde está su hijo o su hija, o el dolor y la preocupación del hijo que espera o busca sin descanso a su padre, o la hija que no sabe si volverá a ver a su padre o a su madre. No es fácil dar consuelo a una  persona que busca a su familiar extraviado; uno experimenta la impotencia cuando ve y percibe el sufrimiento de los demás, los desaparecidos nos duelen a todos.

La tragedia de los desaparecidos es una realidad que nos interpela a todos, porque nos habla de la delicada situación de violencia que se vive en nuestro país y nuestro Estado. Todo esto nos cuestiona a todos porque revela un fenómeno muy delicado que es el hecho del DESPRECIO POR LA VIDA. Esto nos compromete a transmitir los valores que debemos promover para que la vida se respete desde la concepción hasta su desenlace natural. Al hablar del respeto por la vida, nos referimos a la vida en todo el arco de su existencia. Creemos y profesamos siempre que toda vida es digna y que merece respeto en todas las etapas de su existencia.  

Lamentablemente, la violencia nos ha alcanzado a todos, pero no debemos  ni podemos acostumbrarnos a ella. Entre todos, debemos hacer un frente para promover y cultivar la cultura de la vida, que empieza por el respeto, el cuidado y la protección del don más sagrado que tenemos los seres humanos, el don de la vida. 

La cultura de la muerte nos lastima a todos, nos roba la paz, nos divide y siembra el odio, aumenta la violencia y nos deshumaniza. La cultura de la muerte nos roba el futuro, porque nos deshumaniza y ha llevado al desprecio por la vida. La cultura de la vida en cambio, nos permite existir, vivir en paz y en armonía unos con otros. La cultura de la vida nos conduce al respeto de los derechos humanos. 

Para apoyar a los familiares de los desaparecidos, la Iglesia Católica seguirá siendo un espacio de acogida, de acompañamiento y de reconciliación para que el dolor de tantas familias se vea reconfortado con la luz de Cristo que venció la muerte y vive eternamente. La Iglesia católica seguirá siendo un hogar solidario para los familiares de los desaparecidos para seguir ayudando a sanar las heridas que esta tragedia está causando.   


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