El escritor argentino Andrés Neuman considera, al hilo de su nuevo libro, ‘Pequeño hablante’, que toda la vida es una “relectura” de los recuerdos de la infancia, de los primeros vínculos, legados y lagunas.

El novelista (Buenos Aires, 1977) ha remarcado, en una entrevista con EFE, que “la palabra empodera en la misma medida en que inaugura conflictos y dificultades nuevas”, mientras que “el cuerpo siempre es nuestra gramática inicial”.

Pregunta: ¿De dónde nace este interés de hablar del propio inicio de la palabra?

Respuesta: Nace del amor paterno, del trabajo cotidiano con la herramienta de la palabra y de mi formación como filólogo. Esas tres pasiones confluyeron en estos años de aprendizaje lingüístico de nuestro hijo, lo que me ha permitido asistir a los mecanismos de la lengua desde el principio y acceder a una fase de la memoria que permanece irremediablemente en el olvido.

Jamás recordaremos haber nacido, conocido a nuestra madre, ponernos en pie o haber adquirido nuestro lenguaje. Todo eso sucede antes de nuestra memoria y se convierte en un misterio narrativo y de silencio. Por eso, me parecía fascinante y conmovedor narrarlo a mi hijo.

P: ¿Cuánto aprende un padre o una madre cuando su hijo aprende a hablar?

R: El hijo aprende a vivir y los padres aprenden a hacerlo de nuevo. Tengo la sensación de ser mucho más discípulo que maestro de mi hijo. Aunque las responsabilidades no son recíprocas, los aprendizajes sí lo son.

Como escritor, era una oportunidad magnífica el asistir y estar cerca de alguien que tiene todo el lenguaje por delante. Es muy bonito ver cómo las personas, cuando nacemos, tenemos el mundo entero por nombrar. Es una experiencia emocional, estética e intelectual muy valiosa. Queremos que nuestro hijo, cuando nos pregunta cómo se dice algo, comparta esa alegría del hallazgo.

P: ¿El lenguaje empodera o es una limitación porque no termina de abarcar todo lo que uno quiere contar?

R: Hay que recordar que la palabra empodera en la misma medida en que inaugura conflictos y dificultades nuevas. Hay una edad muy clásica de las rabietas que tengo la sensación de que tiene que ver con adquirir la condición de hablante y dejar atrás la condición preverbal.

Cuando no hablas ni se espera que hables, hay bastión y fuerza en ese silencio o dominio de otros lenguajes no verbales. No obstante, el cuerpo siempre es nuestra gramática inicial, pero lo olvidamos mientras adquirimos el lenguaje hablado. Cuando empiezas a relacionarte con el prójimo, empiezan también dificultades, dudas o problemas respecto a nuestras ideas y emociones que en realidad no nos abandonan nunca.

P: Este libro completa, en cierto modo, a ‘Umbilical’.

R: Ambos conforman un díptico. El primero habla de la historia de amor entre un padre y un bebé, un terreno culturalmente poco transitado. El segundo registra el proceso de verbalización de ese propio vínculo. Es por igual una declaración de amor a la criatura, a la lengua misma y a la infancia, no solo como momento de la vida sino como manera de mirar.

P: Como dice, hay muchos guiños a la infancia. ¿Realmente se deja atrás en algún momento?

R: Se podría decir que la infancia es la vida clásica de cada persona porque no se deja nunca de releer. Toda nuestra vida es una relectura de nuestros recuerdos de infancia, de nuestros primeros vínculos y de nuestros legados y lagunas.

Siento que nos vendría muy bien tomarnos en serio la infancia, no solo como fuente de conocimiento al atender al niño que habita el presente o adquiere aprendizajes, sino como una forma de vincularnos con nuestra memoria.

P: Al otro lado de la palabra está la nostalgia por cómo pasa el tiempo. ¿Se puede ser capaz de no pensar lo que llega después?

R: Quizás cambiaría la nostalgia por las raíces porque tienen que ver con la mortalidad y la fugacidad. El acompañamiento y el cuidado de la infancia es una mezcla muy potente de bienvenida y despedida, de ceremonia de las primeras veces y de posibilidad de una pérdida.

Ahí empieza el aprendizaje de que no hay tiempo que perder en el diálogo con nuestros seres queridos. También se debe recuperar el asombro lingüístico y dejar de decir cosas sin pensar para que la palabra no se devalúe. En este libro se habla de que hay una infinidad de objetos que esperan a ser nombrados.

Cuando somos pequeños solo somos presente, pero cuando se conjunta el pretérito y se empieza a nombrar lo que no está, empieza una relación más rica y efímera con el cuerpo y el mundo.

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