La capacidad regenerativa del hígado humano es conocida desde hace años, pero un nuevo estudio, publicado en la revista Cell Systems el 31 de mayo, muestra que la edad no merma esta capacidad de regeneración. Tenga la persona 20 u 80 años, para el hígado no pasa el tiempo y siempre tiene unos tres años.
Debido a su función de desintoxicación del cuerpo, este órgano se expone a distintas toxinas y corre el riesgo de ser dañado. Ante este peligro, las células hepáticas nuevas relevan a las ‘viejas’, pero los estudios con animales no permitieron esclarecer si esta renovación es igual de eficaz en la vejez que en la juventud, sostiene un comunicado de la Universidad Técnica de Dresde (Alemania), que lideró la investigación.
“Algunos estudios apuntaron la posibilidad de que las células hepáticas tengan una vida prolongada, mientras que otros mostraron una rotación constante”, comentó el fisiólogo Olaf Bergmann, autor del correspondiente estudio. “Nos quedó claro que si queríamos saber qué sucede en los humanos, deberíamos encontrar una manera de evaluar directamente la edad de las células hepáticas humanas”.
Te puede interesar: Llegó a México: Salud reporta primer caso de viruela del mono
Este planteamiento científico llevó al equipo a medir la presencia de radiocarbono en los tejidos hepáticos de 33 personas fallecidas que tenían entre 20 y 84 años en el momento de su muerte. Fue una tarea compleja. No se trataba de la habitual datación por radiocarbono, que es clave en muchos estudios arqueológicos, sino que para esta investigación científica tuvieron que medir el tiempo transcurrido desde la época en que se hacían pruebas con armas nucleares de forma activa en la superficie terrestre, básicamente la década de 1950.
Esto tiene una explicación. Cuando las bombas nucleares fueron detonadas, grandes cantidades de radiocarbono se soltaron a la atmósfera y posteriormente fueron absorbidas por plantas y animales en su propio ADN. Después de que se prohibieran, en 1963, los ensayos nucleares en la superficie terrestre, los niveles atmosféricos de radiocarbono fueron disminuyendo año tras año, con lo que su nivel en las células de los organismos vivos también se redujo.
Se trata de unas cantidades insignificantes y no dañinas del isótopo radiactivo, afirmó Bergmann, pero son detectables y se pueden medir con muestras de tejido. “Al comparar los valores con los niveles de radiocarbono atmosférico, podemos establecer retrospectivamente la edad de las células”, explicó el investigador.
De esta manera, se estableció que el hígado tenía siempre la misma edad, un poco menos de tres años de promedio en todos los cadáveres sometidos al estudio, independientemente de la edad de cada persona.
Sin embargo, no todas las células de cada hígado eran tan jóvenes porque, mientras que algunas se regeneraban aproximadamente cada año, otras podían vivir hasta 10 años antes de renovarse.