¿Premiar o no premiar? Muchos padres y docentes recurren a estas recompensas para alentar a los menores a realizar sus tareas u obligaciones. Pero la ciencia advierte: premiar de manera indiscriminada puede tener efectos negativos en la motivación a largo plazo.

Expertos en neurociencia y psicopedagogía analizan los efectos de dar premios a los menores de forma indiscriminada y proponen formas más sanas de fomentar el esfuerzo de los más pequeños.

En EFESalud hablamos con Diego Emilia Redolar Ripoll, experta en neurociencia y docente de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y Laura Cerdán, psicopedagoga y profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya y ambos coinciden en que no se debe abusar de dar premios pues puede afectar en el interés de los más pequeños y de los adolescentes.

De hecho, el neurocientífico Kou Murayama, de la Universidad de Columbia en Nueva York, exploró mediante un sencillo juego si realmente conviene premiar a un niño o niña por hacer una tarea, explica la UOC.

Para ello, analizó la activación del núcleo accumbens, una pequeña estructura situada en los ganglios basales que regula la motivación, el placer y la adicción, a través de la liberación de dopamina.

En su investigación, los participantes tenían que parar las manecillas de un reloj en un número específico.

El primer día, un grupo realizó la tarea sin recompensa, mientras que un segundo grupo recibía dinero cada vez que acertaba.

En ambos casos, el núcleo accumbens se activó porque la tarea resultaba gratificante para los participantes.

Sin embargo, al segundo día, ninguno de los dos grupos fue premiado y la motivación de los participantes que habían recibido dinero desapareció.

El núcleo accumbens dejó de activarse en ese grupo, mientras que los que no habían conseguido ningún beneficio mantuvieron su interés.

“Que se apague el núcleo accumbens es muy negativo, porque hace que la tarea deje de resultar atractiva y, en muchos casos, el niño no quiera volver a hacerla bajo ninguna circunstancia al no recibir un premio”, explica Diego Emilia Redolar.

Motivación extrínseca e intrínseca

Diego Emilia Redolar indica que la motivación extrínseca es aquella que depende de estímulos externos, como un premio, un juguete o el reconocimiento de otra persona.

En cambio, la motivación intrínseca nace del propio interés o disfrute por la tarea, sin necesidad de recompensas externas.

A nivel cerebral, ambos tipos de motivación activan regiones similares, pero con diferencias importantes.

“Cuando la motivación es extrínseca, es decir, cuando hay un premio externo, como dinero o un regalo, el núcleo accumbens tiene un papel fundamental. Esta estructura se activa porque detecta que hay algo valioso que obtener, y esa expectativa impulsa la realización de la tarea”, señala la especialista.

Sin embargo, cuando la motivación es intrínseca, cuando la propia tarea resulta placentera, aunque el núcleo accumbens también se activa, su papel no es tan central.

En este caso, entran en juego otras áreas del cerebro, como la corteza prefrontal, que está relacionada con la planificación, la toma de decisiones y la consolidación de hábitos.

“Cuando tenía unos diez años, mis padres me hacían creer que era una grúa para motivarme a recoger los juguetes del suelo. Yo jugaba a recoger y eso hacía que la actividad fuera divertida en sí misma. No necesitaba un premio porque la tarea ya era satisfactoria”, pone de ejemplo la doctora.

Cuando logramos que una rutina sea gratificante por sí sola, se asimila mucho mejor desde el punto de vista neuronal, pues la activación de la corteza prefrontal permite consolidar ese hábito de forma más sólida.

Por eso, si queremos implementar una rutina en un menor, es mucho más efectivo hacer que la tarea les resulte atractiva, en lugar de depender exclusivamente de recompensas externas.

La edad crítica para dar premios a los menores

Redolar subraya que, cuanto más pequeños son los menores, mayor es el impacto de los premios en su cerebro.

En la primera infancia, el núcleo accumbens se desarrolla muy rápido.

En cambio, la corteza prefrontal, que es la encargada del control, la planificación y la toma de decisiones, tarda mucho más en madurar; de hecho, no completa su desarrollo hasta los 20 o incluso los 25 años.

Esto significa que en los primeros años de vida, el sistema de recompensa está muy activo, pero el sistema de regulación aún no está listo para equilibrarlo.

“Por eso, si abusamos de los premios en esa etapa, corremos el riesgo de que el niño aprenda a responder solo a estímulos externos, sin desarrollar una motivación interna sólida”, explica la experta.

La especialista destaca que, también hay otro periodo crítico: la adolescencia.

Durante esta etapa, la corteza prefrontal experimenta importantes cambios estructurales y funcionales, y el sistema de refuerzo se reorganiza.

“Así que tanto en la primera infancia como en la adolescencia es fundamental cuidar cómo se utilizan los premios, porque es cuando más vulnerable es el cerebro a estos estímulos”, aconseja la doctora.

¿Es posible “desprogramar” el cerebro de menores acostumbrados a los premios?

Redolar explica que, el cerebro es plástico, y eso significa que tiene la capacidad de cambiar y adaptarse, tanto para bien como para mal.

Si un menor se ha acostumbrado a recibir premios por cada tarea, es cierto que en su cerebro ya se han generado ciertos circuitos asociados a ese patrón. Pero también es cierto que esos circuitos se pueden modificar.

La experta señala que, este proceso de cambio no puede ser brusco. No se trata de quitar los premios de golpe, porque eso generaría frustración.

Lo ideal es hacer una transición progresiva, sustituyendo poco a poco los premios materiales por otras formas de gratificación más intrínsecas.

“Hay un capítulo en mi libro La mujer ciega que podía ver con la lengua, que trata específicamente este tema. En él explico qué ocurre en el cerebro cuando premiamos o no a un niño y cómo eso influye en su toma de decisiones. Hablo de la relación entre la corteza prefrontal y el núcleo accumbens, de cómo se configuran nuestras elecciones y hasta de cómo estímulos como la música activan nuestro sistema de recompensa”, señala la especialista.

Por su parte, la psicopedagoga Laura Cerdán, de acuerdo con su compañera, destaca que sí es posible desacostumbrar a los menores a recibir premios y el primer paso es que las familias dejen de hacerlo.

“Sé que no es fácil, porque muchas veces son las propias familias las que tienen más dificultades para romper con ese patrón. Pero si hemos acostumbrado a un niño a recibir siempre un premio, aunque sea pequeño, ese refuerzo va perdiendo efecto con el tiempo, y lo que conseguimos es que cada vez necesite algo más grande para motivarse. Yo siempre digo que los niños pequeños empiezan pidiendo un paquete de cromos, pero el adolescente puede acabar pidiendo una moto… o un iPhone, por poner un ejemplo”, advierte la experta.

Señala de que, hay que dejar de premiar por aquellas tareas que el niño debe comprender que son su responsabilidad.

“Estudiar no es algo que deba hacerse a cambio de un premio, sino porque es su obligación. O colaborar en casa: poner y quitar la mesa, por ejemplo. No hace falta que realicen tareas complejas, pero sí que asuman pequeñas responsabilidades y entiendan que viven en un hogar compartido, donde todos tienen que colaborar en la medida de lo posible”, subraya la psicopedagoga.

Alternativas para la motivación

La experta en psicopedagogía de la UOC indica que siempre recomienda evitar las recompensas materiales.

En el caso de los hijos, lo que funciona muy bien es ofrecer recompensas que impliquen pasar tiempo con ellos. No hace falta que sea algo extraordinario, sino simplemente una actividad que se salga un poco de la rutina.

“Por ejemplo, algo tan sencillo como dejarles elegir la cena del viernes, decidir entre una pizza o algún otro plato que les guste, o ver una película juntos en casa, o incluso salir al cine. Este tipo de recompensas son mucho más valiosas porque refuerzan el vínculo familiar, no fomentan el apego a lo material y, además, les hacen sentir importantes” aconseja la psicopedagoga.

Destaca que el elogio verbal también es otra opción que funciona mejor que un refuerzo material.

El elogio verbal hace que el niño se sienta bien consigo mismo por lo que ha logrado. Refuerza su autoestima y le da una satisfacción personal que permanece en el tiempo.

En cambio, la recompensa material es simplemente un objeto, algo externo, que con el tiempo pierde valor.

“Por ejemplo, si a un niño le regalamos un juguete como premio, es probable que, al cabo de poco, deje de interesarle, sobre todo si está acostumbrado a recibir regalos con frecuencia. En cambio, si le decimos: “Estoy muy orgulloso de ti”, “¡Qué bien lo has hecho!”, o “Te ha quedado genial”, ese reconocimiento queda grabado en su memoria emocional y refuerza su motivación de una forma mucho más duradera”, recomienda la experta.

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