Eduardo Navarrete*

Jane Wagner, escritora, productora y directora de Hollywood, pensaba que la realidad es una corazonada colectiva. No hay cómo contradecir ni comprobar este dicho, pero sí se puede condimentar.

Al mundo se le cree porque hay un registro sensorial del mismo, pero si se probara que los sentidos son limitados y no necesariamente transmiten con fiabilidad lo que sea que nombramos «realidad», podría cuestionarse la utilidad de la inteligencia, si es que su función es la de interligar objetos y conceptos. 

Nuestra inteligencia, en retroceso

De acuerdo con el Efecto Flynn, empleado para medir el estado colectivo de la inteligencia, dicho recurso cognitivo va a la baja en nuestra especie. 

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El investigador neozelandés James Flynn desarrolló un método para medir el coeficiente intelectual en diferentes ciclos de la historia, sus hallazgos arrojan que en 1970 alcanzamos el pico más alto de lucidez. A partir de ese año, la gráfica desciende moderadamente hasta tropezar en esta década.

No hay que ser Nikola Tesla para identificar posibles causas. Todo apunta a una sola: hemos delegado a los aparatos, funciones que mantenían aceitado el engranaje.

El escenario que más preocupa de la inteligencia artificial es que las máquinas aprendan más rápido de lo estimado, para entonces desarrollar paulatinamente tareas autónomas con la pérdida potencial de control por parte de quien las desarrolló. Y todo esto se estaría desarrollando mientras perdemos claridad y lucidez.

Inteligencia artificial, avanzando

La inteligencia artificial es el reggaetón del momento. Desbancó a los multiversos como novedad y tiene en vilo a todas las industrias porque las va a obligar a cambiar si tienen la esperanza de subsistir.

El alcance proyectado de la Inteligencia Artificial crece cada semana acorde con los hallazgos de sus posibilidades. Lo que en este momento se ve es una incesante sofisticación técnica gracias al machine learning y la creación de modelos orientados al desarrollo de una superinteligencia. Se piensa que esto puede derivar en una singularidad, es decir, un nivel de inteligencia que supera en todos aspectos a la de los seres humanos, por lo que se pueden producir cambios drásticos en la organización social y en la civilización. 

No es necesario viajar a 2050. Basta ver a las personas en un consultorio y hasta en la mesa de un restaurante, en total abandono frente a la pantalla que los obliga a agacharse. Todas las posibilidades que parece abrir el celular —en la palma de la mano— tienen, gracias a la métrica de datos y algoritmos, convertido al usuario en rehén. Probablemente sin que este se haya dado cuenta.

¿Hay otra inteligencia en el horizonte?

No hay quien pare esta nueva etapa porque se incrusta en el modelo transaccional de todas las industrias, siendo el objeto de intercambio, nosotros: nuestro comportamiento, hábitos y estancia en esta plataforma de relacionamiento.

¿Qué sobrevivirá a la dictadura digital, «Tecnopolio» de acuerdo con Neil Postman? ¿El pensamiento crítico? ¿La libre toma de decisiones? ¿La aspiración de defender un bien común?  No hay duda de que la inteligencia artificial seguirá su desarrollo y supere en capacidades y neurosis al ser humano. 

Tal vez por esta última razón, una de las alternativas para convivir en tiempos posthumanos sea voltear a ver la lo que la inteligencia emocional guarda en estos casos y probablemente fuera del alcance de robots.

Rick Riordan decía que es más fácil trabajar con máquinas que con la gente porque cuando rompes a una persona no se puede arreglar.

Contacto:
*Eduardo Navarrete es Head of Content en UX Marketing, especialista en estrategias de contenido y fotógrafo de momentos decisivos.

Mail: eduardo.navarrete@uxmarketing.com

Instagram: @elnavarrete

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