Valdemar Brimnes Ingemann Johansen*
Durante décadas, nos han dicho que perder peso es cuestión de fuerza de voluntad: comer menos, moverse más. Pero la ciencia moderna demostró que esto no es así.
Hablaremos más sobre esto en breve. Pero primero, retrocedamos cientos de miles de años para examinar a nuestros primeros ancestros. Porque podemos atribuir gran parte de la dificultad que tenemos hoy para perder peso a nuestros predecesores del pasado; quizás el ejemplo más claro de culpar a los padres.
Para nuestros ancestros, la grasa corporal era un salvavidas: muy poca podía significar inanición, demasiada podía ralentizar el ritmo. Con el tiempo, el cuerpo humano se volvió notablemente hábil para proteger sus reservas de energía mediante complejas defensas biológicas integradas en el cerebro. Pero en un mundo donde la comida está por todas partes y el movimiento es opcional, esos mismos sistemas que una vez nos ayudaron a sobrevivir a la incertidumbre ahora dificultan la pérdida de peso.
Cuando alguien pierde peso, el cuerpo reacciona como si fuera una amenaza para la supervivencia. Las hormonas del hambre se disparan, los antojos se intensifican y el gasto energético disminuye. Estas adaptaciones evolucionaron para optimizar el almacenamiento y el uso de energía en entornos con disponibilidad fluctuante de alimentos. Pero hoy, con nuestro fácil acceso a comida chatarra barata y calórica, y nuestras rutinas sedentarias, esas mismas adaptaciones que antaño nos ayudaban a sobrevivir pueden causarnos algunos problemas.
Como descubrimos en una investigación reciente, nuestro cerebro también cuenta con poderosos mecanismos para defender el peso corporal y, en cierto modo, puede “recordar” cuál era ese peso. Para nuestros ancestros, esto significaba que si perdían peso en tiempos difíciles, sus cuerpos podían “recuperar” su peso habitual en tiempos mejores.
Pero para nosotros, los humanos modernos, significa que nuestro cerebro y nuestro cuerpo recuerdan cualquier aumento de peso excesivo como si nuestra supervivencia y nuestras vidas dependieran de ello. Así que, en efecto, una vez que el cuerpo aumenta de peso, el cerebro empieza a tratar ese peso como la nueva normalidad, un nivel que se siente obligado a defender.
El hecho de que nuestros cuerpos tengan la capacidad de “recordar” nuestro peso anterior ayuda a explicar por qué tantas personas recuperan peso después de hacer dieta. Pero como demuestra la ciencia, esta recuperación de peso no se debe a la falta de disciplina; más bien, nuestra biología está haciendo exactamente lo que evolucionó para hacer: defenderse de la pérdida de peso.
Hackeando la biología
Aquí es donde los medicamentos para bajar de peso, como Wegovy y Mounjaro, ofrecieron una nueva esperanza. Funcionan imitando las hormonas intestinales que le indican al cerebro que controle el apetito.
Pero no todos responden bien a estos medicamentos. Para algunos, los efectos secundarios pueden dificultar su adherencia, y para otros, los medicamentos no parecen conducir a la pérdida de peso en absoluto. También suele ocurrir que, una vez finalizado el tratamiento, la biología se reafirma y el peso perdido regresa.
Los avances en la investigación sobre la obesidad y el metabolismo podrían significar que es posible que futuras terapias puedan desactivar estas señales que devuelven al cuerpo a su peso original, incluso después del período de tratamiento.
Las investigaciones también demuestran que una buena salud no es lo mismo que un buen peso. Por ejemplo, el ejercicio, el buen descanso, una alimentación equilibrada y el bienestar mental pueden mejorar la salud cardíaca y metabólica, incluso si la báscula apenas se mueve.
Un enfoque que abarque a toda la sociedad
Por supuesto, la obesidad no es solo un problema individual; se requiere un enfoque que abarque a toda la sociedad para abordar realmente las causas fundamentales. Las investigaciones sugieren que diversas medidas preventivas podrían marcar la diferencia, como invertir en comidas escolares más saludables, reducir la publicidad de comida basura dirigida a los niños, diseñar barrios donde se priorice caminar y andar en bicicleta sobre el coche, y que los restaurantes tengan porciones de comida estandarizadas.
Los científicos también prestan mucha atención a las etapas clave de la vida temprana, desde el embarazo hasta los siete años aproximadamente, cuando el sistema de regulación del peso de un niño es particularmente flexible.
De hecho, las investigaciones descubrieron que aspectos como la alimentación de los padres, la alimentación de los bebés y los hábitos de vida tempranos pueden influir en cómo el cerebro controla el apetito y el almacenamiento de grasa en los años venideros.
Si buscas bajar de peso, aún hay cosas que puedes hacer, principalmente centrándote menos en dietas drásticas y más en hábitos sostenibles que favorezcan el bienestar general. Priorizar el sueño ayuda a regular el apetito, por ejemplo, mientras que la actividad regular, incluso caminar, puede mejorar tus niveles de azúcar en sangre y la salud cardíaca.
En definitiva, la obesidad no es un fracaso personal, sino una condición biológica moldeada por nuestro cerebro, nuestros genes y el entorno en el que vivimos. La buena noticia es que los avances en neurociencia y farmacología ofrecen nuevas oportunidades en cuanto a tratamientos, mientras que las estrategias de prevención pueden cambiar el panorama para las generaciones futuras.
Así que, si te ha costado perder peso y mantenerlo, debes saber que no estás solo y que no es tu culpa. El cerebro es un oponente formidable. Pero con la ciencia, la medicina y políticas más inteligentes, estamos empezando a cambiar las reglas del juego.
*Valdemar Brimnes Ingemann Johansen es investigador de doctorado en la Facultad de Ciencias Médicas y de la Salud, y Christoffer Clemmensen es rofesor asociado y jefe de grupo del Centro de Investigación Metabólica Básica de la Fundación Novo Nordisk, ambos de la Universidad de Copenhague.
Este texto fue publicado originalmente en The Conversation










