Hace ahora una semana, cuando Putin hizo temblar el tablero de la guerra, cruzamos los dedos, como si con este gesto pudiésemos evitar el desastre. Bien mirado, lo de cruzar los dedos no deja de ser un acto reflejo, una acción involuntaria condicionada por una creencia carente de toda lógica, y que adquiere una dimensión esotérica cuando tratamos de evitar desgracias.
Nos lo cuenta el psicólogo estadounidense Stuart Vyse en su último libro recién publicado en castellano; un trabajo donde se estudia el arraigo de nuestras supersticiones en el subconsciente, asuntos que se alejan de toda razón y que se manifiestan en momentos críticos como el que estamos viviendo.
Cruzar los dedos, tocar madera o incluso rezar, son acciones que vienen a demostrar que seguimos creyendo en la intervención divina, desafiando todo razonamiento científico. A pesar de que la ciencia nos enseña a comprender la complejidad de la materia, el espacio que nuestra mente cede a la superstición se hace evidente cuando las malas noticias nos asaltan.
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Hay que recordar que Newton, el hombre que estableció las bases de la mecánica clásica, escribió obras sobre alquimia, dejando en evidencia que las ciencias ocultas y las ciencias formales eran para él expresiones inseparables entre sí. En sus Cuadernos alquímicos (Hermida Editores) podemos comprobar que se sirvió de las prácticas alquímicas para ampliar sus conocimientos en lo referente a la constitución del universo. La fuerza de la gravedad fue para Newton una fuerza oculta de origen misterioso. En sus tiempos, el pensamiento mágico seguía arraigado en la ciencia.
Tendrían que pasar siglos para que la nueva lógica de la ciencia se impusiera a la autoridad divina. Con todo, tal y como señala Stuart Vyse en este trabajo titulado Breve historia de la superstición (Alianza), nunca estaremos a salvo, pues en todas las épocas aparecerán ciencias fraudulentas influenciadas por la religión y la magia. El caso del médico alemán Franz Mesmer (1734-1815) sirve para ilustrarnos acerca del componente ilógico, por lo tanto, falso, de uno de los experimentos que tuvo mucha aceptación en su época y que fue abanderado por la ciencia.
Para quien no lo sepa, Mesmer se hizo célebre por descubrir el magnetismo animal en el cuerpo humano, una fuerza que ejercía un poder dominante sobre el cuerpo y que si se controlaba, se podría llegar a sanar a las personas enfermas. Se trataba de un caso más de lo que hoy llamaríamos una pseudociencia. Con todo, las prácticas de Mesmer hicieron que James Braid desarrollara la hipnosis, un estado mental conseguido a partir del hipnotismo y del que Freud se sirvió en su primera época para sanar neurosis.
Esto nos lleva de nuevo al subconsciente, ese lugar donde se almacena lo ilógico, lo que se revela en los momentos críticos, como cuando vemos las noticias y nos encontramos con la guerra llamando a las puertas de Europa y, de seguido, tocamos madera, nos santiguamos, o cruzamos los dedos en un gesto de invocación cristiana, tal y como nos cuenta Stuart Vyse en su ensayo; un trabajo donde el número 13 o los gatos negros son analizados desde el famoso principio del sesgo de confirmación, que nos viene a decir que una vez que hemos adoptado una creencia como verdadera, esta se memoriza y condiciona nuestros actos.
Sostiene Stuart Vyse que esto también ocurre con las noticias que nos llegan desde los medios de comunicación, informaciones que van a determinar nuestros actos de tal manera que el inconsciente siempre buscará noticias que refuercen nuestra opinión o nuestro estado de ánimo.
Por lo dicho, no pierdan más el tiempo en encomendarse a principios mágicos. Cuando lean este libro de Stuart Vyse comprenderán que los límites del ser humano son los límites de la humanidad.