“No podemos pensar que las vacunas nos van a sacar del problema” que supone la transmisión de la malaria, sino que hay que asociarlas al resto de estrategias de intervención y control, como los tratamientos preventivos o las mosquiteras, para los que hace falta más financiación, asegura Fran Bartolomé, referente médico en enfermedades tropicales de Médicos Sin Fronteras (MSF).

En el Día Mundial de la Malaria, el experto de Médicos Sin Fronteras, en una entrevista con EFEsalud, hace un análisis de esta enfermedad infecciosa al alza que concentra más del 90 % de los casos en África y que, anualmente, mata a más de 600.000 personas, la gran mayoría menores de cinco años, los más vulnerables ante una enfermedad prevenible y curable.

El último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), con datos de 2022, refleja una estimación de casos de malaria en el mundo de 249 millones, 5 millones más respecto a 2021 y 16 millones por encima de los registrados en 2019, antes de la pandemia de coronavirus.

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La malaria o paludismo está causada por un parásito (Falciparum es el mayoritario) que se transmite a los humanos a través de la picadura de mosquitos Anopheles infectados y origina diversos síntomas, como cansancio, vómitos, dolores de cabeza y musculares que, si se complican, pueden ser graves y producir la muerte.

“Del aumento de la malaria podemos echarle la culpa a la pandemia de covid o a conflictos armados, como el de Ucrania, que dificultan la fabricación de fármacos, el comercio global o la distribución…pero también hay otros problemas que debemos vigilar, como la resistencia a los fármacos, mutaciones en el parásito o problemas con los test” para el diagnóstico, explica el médico.

Las vacunas, un avance, pero no por sí solo

Tras más de 30 años de investigación, en 2021, la OMS recomendó la primera vacuna antipalúdica, la RTS, para población infantil que ya están aprobando e implementado los distintos países afectados, en especial en África. Y en octubre de 2023, el organismo internacional recomendó la segunda vacuna, la R21, también para el mismo grupo poblacional.

“Son dos vacunas que disminuyen mucho la probabilidad de enfermar con malaria grave y morir, pero están lejos de los porcentajes de las vacunas del sarampión e, incluso, la de la covid”, señala el representante de Médicos Sin Fronteras.

Sin embargo, “hay que asociar estas vacunas al resto de intervenciones y no pensar que nos van a sacar del problema”, son una herramienta más junto al uso de las mosquiteras, a los tratamientos preventivos o a la formación de trabajadores locales o concienciación de la población.

“Si utilizamos la vacuna es ese contexto podríamos disminuir hasta en un 92 % la probabilidad de enfermar gravemente”, pero eso, asegura, “supone mucho esfuerzo” ya que son varias las estrategias a implementar y las vacunas suponen un cierta dificultad de administrar al tratarse de tres dosis, una cada mes y un recuerdo al cabo del año.

Los adultos van desarrollando cierta inmunidad frente a la malaria tras varios contagios pero eso no les exime de un proceso grave. Las embarazadas son un grupo de riesgo, al igual que aquellos otros que viven fuera del país y vuelven sin haber tomado antes la terapia profiláctica.

Las piedras en el camino

Todas estas iniciativas encaminadas a prevenir a la población de la malaria cuentan, principalmente, con problemas de financiación a los que se une poder llegar a determinadas zonas rurales o con conflictos armados.

Otras enfermedades infecciosas graves, como el ébola o la covid también se interponen en el camino.

“Nosotros siempre decimos: fiebre igual a malaria hasta que se demuestre lo contrario”, señala el médico de MSF que subraya la importancia de los test diagnósticos rápidos para confirmar la enfermedad.

Pero también hay que conseguir que en las comunidades los lactantes y menores de 5 años y las mujeres embarazadas (cada mes) lleguen a los puestos de salud para recibir el tratamiento preventivo frente a la malaria y la vacuna donde esté ya implementada.

“Todo esto requiere mucho esfuerzo y no siempre es posible”, afirma Fran Bartolomé.

República Centroafricana, un ejemplo sobre el terreno

Y así pasa, por ejemplo, en la República Centroafricana donde Médicos Sin Fronteras está desplegado, al igual que en otros países africanos, para atender a la población con diferentes programas sanitarios como la malaria.

Desde África, la doctora Sara Miró nos relata, en una conversación telefónica, cómo sortean las dificultades en un país donde el paludismo es una de las principales causas de morbilidad y mortalidad.

El equipo de MSF trabaja para hacer llegar el tratamiento preventivo a lactantes, niños y embarazadas ya que la vacuna, aunque está aprobada en el país, todavía no está implementada en los programas correspondientes.

“Esperamos que a partir de septiembre podamos empezar a vacunar antes de la temporada de lluvias que empieza en la segunda parte del año”, señala.

El 77 % de la población centroafricana vive en zonas rurales y la distancia media al puesto de salud más cercano es de 5 a más de 10 kilómetros que generalmente los habitantes recorren a pie.

Hacer llegar la asistencia y material médico a esas zonas más recónditas, cruzando ríos y no exentas de peligro por la presencia de grupos armados es todo un reto.

“Tenemos un sistema diario de motos que cruzan el río en canoa y van, sobre todo, hacia las aldeas más alejadas y que vuelven cada día al hospital con la gente que está más enferma. Una ambumoto”, explica Sara Miró.

Otro de los programas más innovadores ha sido la utilización de larvicidas en aguas estancadas para evitar la propagación del mosquito transmisor de la malaria y por tanto de contagios, una iniciativa que realizan junto al Instituto Pasteur.

Otra dificultad, el cambio climático

El cambio climático también influye en el impacto de la malaria: “Hay lugares donde ha aumentado la carga de la enfermedad o se ha desplazado a zonas donde antes no estaba presente”, señala Fran Bartolomé que pone el ejemplo de zonas antes más frías y que ahora, debido al aumento de la temperatura, están recibiendo al mosquito que trasmite el paludismo.

“Pero también hay lugares donde la transmisión era continuada durante todo el año y vemos que se está convirtiendo en transmisión más estacional debido a que ahora hay épocas de lluvia, como en el Sahel (norte del continente africano), donde hay un pico de malaria que luego desaparece”, precisa el representante de Médicos Sin Fronteras.

Según Bartolomé, “tenemos que ver qué evolución sigue para adaptar las estrategias que tenemos tanto de prevención como de manejo de la nueva situación”.

El objetivo final, un mundo sin malaria

La Estrategia Técnica Mundial contra la Malaria 2016-2030 de la OMS tiene entre sus metas reducir las tasas de incidencia y mortalidad del paludismo en, al menos, un 75 % para 2025 y un 90 % para 2030 con respecto a los valores de 2015.

De enero de 2015 a enero de 2024, doce países han sido declarados oficialmente libres de malaria por la OMS.

“Lo ideal es que se vaya eliminando la malaria, que significa que deje de haber una transmisión continuada, y que se pudiera erradicar, pero en Médicos Sin Fronteras somos conscientes de los pequeños fracasos que hemos tenido con esta meta”, apunta el experto en enfermedades tropicales.

Y relata que la realidad sobre el terreno de esta ONG es “una inmensa cantidad de casos que lo que necesitan son estrategias de control” más que de eliminación, que son diferentes. “No debemos perder el foco y seguir invirtiendo en tener la enfermedad controlada”, concluye.

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