Se cumplieron ayer martes 35 años de la muerte de Julio Cortázar, el escritor; poeta y traductor argentino que marcó con su obra a jóvenes y adultos y que con su novela Rayuela, publicada en 1963, desafió todos los parámetros literarios de la época. Muchas de las frases de sus cuentos tienen además una carga emocional y reflexiva, dignas de una persona que sirvió a la vez como ejemplo para muchos de sus colegas. Lucio Aquilanti, el hombre que logró la mayor colección de sus libros, y el periodista español Jesús Marchamalo, autor de Cortázar y los libros, cuentan por qué era alguien tan especial y analizan a través de sus sus escritos la personalidad de un intelectual comprometido con su palabra.

Veintisiete años fue el tiempo que le llevó al librero anticuario Lucio Aquilanti reunir la colección más importante de ejemplares de Cortázar: cerca de 850 libros; más revistas y catálogos, la cual decidió hace unos años, vendérsela a la Biblioteca Nacional. “Fue un honor y un dolor a la vez hacerlo”, precisó en diálogo con PERFIL. 

Al tomar distancia de esa enorme colección que mantuvo casi tres décadas en un subsuelo de su casa, recordó cómo fue su acercamiento a la obra del autor: “Cuando empecé las clases en marzo de 1984, con 14 años, el primer día que tuvimos Literatura una profesora dijo que íbamos a leer una obra de un autor que acababa de morir y ella quería mucho: Julio Cortázar. Leímos Casa tomada y quedé fascinado. Fue un flechazo pero que tiene que ver con la admiración y el cariño, creo que a todos los que nos gusta sentimos eso, que es un autor próximo; cercano y cálido. Use siente amigo, él tiene algo distinto que es cómo llega a los jóvenes.”

“A los 18, cuando trabajaba de empleado en la librería Fernández Blanco (hoy llamada Aquilanti & Fernández Blanco, ubicada en la calle Rincón 79, Capital Federal ) me mandaron a hacer un trámite y fui a otra librería y pregunté si tenían algo de Cortázar. Ahí encontré el primer libro de mi colección: Los Reyes (1949). Se trataba de un ejemplar que estaba dedicado por él. Usé todo el aguinaldo que acababa de cobrar y lo compré. Me fui a la Plaza Lavalle y lo leí entero. En ese momento me di cuenta que quería tener todos los libros suyos en su primera edición”, prosiguió acerca de su pulsión por coleccionar.

En la búsqueda de los tesoros. Este trabajo de recopilación de material, llevó a Aquilanti a recorrer la huella del autor y visitar amistades cercanas a Cortázar y hasta encontrar piezas que de no haber sido por él, estarían perdidas. “Una de las cosas que agradezco al coleccionismo y en particular a la obra de Cortázar es la cantidad de personas y la magia que he conocido gracias a esta colección”, precisó a la vez que confesó que, en ciertas ocasiones le costaba dormir la noche anterior a un remate, por temor a perder la pieza que quería, o mismo llegar a sentir envidia de que otro tuviera algo que él como coleccionista aún no.

En su labor detectivesca de reunir el material, vivió situaciones insólitas: “La idea era encontrar cosas de las que no se tenía registro, porque me di cuenta que había pistas de piezas que tenían que existir porque él tenía artistas cercanos y era imposible que no haya escrito nada para ellos. Por ejemplo, tenía un amigo llamado Jean Thiercelin y su esposa Raquel, ambos fueron los que lo asisten en Los autonautas de la cosmopista (1983), la travesía que hizo junto a su última mujer, Carol Dunlop, a bordo de una furgoneta Volkswagen que ofició de transporte y casa al mismo tiempo durante los días que duró la aventura de viajar de París a Marsella deteniéndonos cada día en dos parkings; y que quedó registrada en un diario de viaje”. 

“Jean era pintor y poeta, y Cortázar le había traducido un libro. No encontraba ningún catálogo del artista con algún texto de Cortázar y era raro. Di con la viuda, de Jean, Raquel, me contacté y ella me dijo que no había nada. Le conté que iba a París y me invitó a su casa en Provenza y estuve una semana allí. La última noche le pedí que me muestre cosas de su esposo y en una caja había no menos de 80 catálogos con un texto de Cortázar. Yo recuperé ahí unas líneas desconocidas, muy breves y chiquitas, pero era algo que iba a terminar en la basura el día que esa mujer no esté”, añadió.

Ante todo el tiempo de su vida que dedicó a la colección, y lo embebido que está del autor,  Aquilanti remarcó: “Lo que más rescato de Cortázar es la perfección de su prosa, especialmente en los cuentos. Pero también algo que va más allá de la crítica literaria que es la cuestión de proximidad lector-autor, más allá de tendencias políticas e ideologías, uno lee a un Cortázar y es una persona leal y noble a sus ideas. Leí sus cartas muchas veces y nunca repite ideas. Sólo en una que descubrí que en una que le envía a su madre donde le cuenta que murió su esposa, le dice ‘se me fue entre los dedos como un hilo de agua’, y esa misma frase la repite al final del libro Los autonautas cuando explica que terminó de escribirlo solo porque Carol, falleció. Tiene una honestidad intelectual y moral que se refleja en su literatura. No se copia nunca asimismo”.

“Cortázar tiene una honestidad intelectual y moral que se refleja en su literatura, no se copia nunca asimismo”, sostiene Aquilanti

“Fue una persona que pudo cambiar sus ideas políticas, al menos dos veces, primero cuando dejó de ser el burgués que era. Aunque él no tuvo dinero, venía de una familia adinerada típica clase media alta argentina de esa época; hasta que descubre al otro y a la revolución cubana y cambia su literatura. Ese cambio se ve en las novelas que escribió Los Premios (1960) o Rayuela, ahí él se da cuenta que existen ‘otros’. También hace un cambio radical en su forma de pensar y escribir y deja de hablar tan mal del peronismo y un poco se acerca. Por más que haya hecho cambios siempre lo hace con una honestidad muy grande”, agregó el dueño de Aquilanti & Fernández Blanco.

En ese marco, resaltó: “Hay dos momentos que son trascendentales desde lo emotivo en su vida: uno cuando se va a París y se pone en pareja con Aurora Bernárdez. Esta es una época de gran creatividad y cuando desarrolla gran parte de sus maravillosos cuentos. Luego se separa, viaja a Cuba; conoce a su segunda mujer, Ugné Karvelis y ahí pierde la magia  y se transforma en alguien más político: se aleja de lo literario y comienza a trabajar por el prójimo, es un momento que padece porque es un tipo muy noble y estar escuchando el testimonio de torturados y desapariciones todo el tiempo fue duro. La segunda etapa es cuando conoce a su tercera compañera, Carol Dunlop. En ese momento redescubre todo y vuelve a ser un Cortázar joven; se embarca por ejemplo en este viaje en furgoneta para recorrer días y días la ruta y si bien no se aleja de su lado político, se torna más literario y encantado con la magia. Su mejor versión, para mí”.

En 2014, Aquilanti publicó junto a Federico Barea Todo Cortázar, una bio-bibliografía, es decir un catálogo de divulgación donde se hace referencia absolutamente todo lo que escribió Cortázar,. “Fue un trabajo muy serio que hicimos. Nos dimos cuenta que faltaba una bibliografía sobre su obra”, señaló acerca de este libro que, gran parte fue trabajado en ese subsuelo de su vivienda, rodeado de la dominante colección.

Si bien Lucio se encarga de aclarar que no es fanático del autor, reconoce que es “un apasionado por su obra”.

Admiración y legado. Desde España ocurrió algo similar con Cortázar. Así lo explica Jesús Marchamalo, periodista y autor de Cortázar y los libros en diálogo con PERFIL: “De joven, durante una larga temporada, yo quería ser Cortázar. Aquel hombre imaginado, fantaseado, alto y delgado que vivía en París con una gata que se llamaba Flanelle. Cuento medio en broma cómo me tocaba la cara al levantarme sólo comprobar, decepcionado, que el prodigio no se había consumado y que seguía siendo yo y no Cortázar. Yo quería ser Cortázar y todos queríamos serlo. Mi generación creció literariamente con el boom hispanoamericano; nos resistíamos a leer a autores españoles porque los asociábamos, injustamente, con el franquismo de modo que nuestras lecturas fueron durante tiempo autores extranjeros: Boris Vian, Maupassant, Herman Hesse  e inmediatamente después: Jorge Luis Borges; Gabriel García Márquez y, por supuesto, Cortázar. Su literatura, sus cuentos, su leyenda y Rayuela fueron decisivos para mi generación y para nuestra manera de entender la literatura”.

“Mi generación creció literariamente con el boom hispanoamericano; nos resistíamos a leer a autores españoles porque los asociábamos, injustamente, con el franquismo”

En ese aspecto, el escritor que tuvo acceso a parte de la obra de Cortázar, describió: “Era un lector exigente, cuidadoso y muy participativo. Cuando murió, su biblioteca particular acabó en la Fundación Juan March en Madrid y tuve ocasión de trabajar con ellos, hojearlos, tocarlos. Muchos de esos libros que leyó están repletos de comentarios; subrayados y anotaciones en las que dialoga -no siempre amigablemente- con el autor. Hay mucha ironía en sus notas manuscritas: ‘Nooo!’; ‘para nada’, y a menudo se queja de la edición, de la tapa que no le gusta, o de las erratas que corrige de manera enfermiza”.

La primera infancia de Julio estuvo rodeada de libros. “Leía tanto que contaba que su madre le llevó al médico para ver si era normal que dedicara tanto tiempo a los libros; y el médico recomendó que le limitaran las horas de lectura y que, a cambio, le obligaran a jugar al sol en el jardín. ‘Ese día descubrí que había gente idiota’, contaba Cortázar”, recordó el español.

“De pequeño, Cortázar leía tanto que contaba que su madre le llevó al médico para ver si era normal que dedicara tanto tiempo a los libros”, cuenta Marchamalo

Cortázar murió a los 69 años, el 12 de febrero de 1984. Sus restos descansan al lado de los de su última esposa Carol Dunlop en el cementerio de Montparnasse de París. Muchos de los que visitan el lugar acostumbran a dejar ‘rayuelas’ dibujadas en papel en su tumba, como un homenaje y quizás también con la sensación de haber logrado finalizar el juego. “Siempre me ha impresionado su tumba cubierta de pequeños regalos que le dejan sus lectores: piedrecitas, notas, libros, flores, billetes de metro o de autobús. Nunca se sabe por qué hay autores que comunican de un modo tan singular, tan personal y emocional con sus lectores. En este caso, desde luego, es su obra, pero también, creo, él mismo. Su compromiso político, sus convicciones sociales, su generosidad con determinadas causas, su honestidad lo han convertido en un referente, un mito” completó el autor también de un libro en cómic del creador de Rayuela, ilustrado por Marc Torices, el cual ganó dos premios en Festivales en España; la edición francesa salió semanas atrás, y confirmaron que la italiana se publicará en abril.

“Nunca se sabe por qué hay autores que comunican de un modo tan singular, tan personal y emocional con sus lectores”

Julio Florencio Cortázar nació en Bruselas, Bélgica, el 14 de agosto de 1914, país a donde había sido enviado su padre como diplomático. Con apenas cuatro años llegó con su familia a la Argentina y se instalaron en Banfield, lugar que ya de adulto definió como “un barrio como los que se encuentran en las palabras de los tangos con calles no pavimentadas y gente que andaba a caballo. Había pequeños faroles en las esquinas, una pésima iluminación que favorecía el amor y la delincuencia en proporciones iguales. Eso hizo que mi infancia sea cautelosa y temerosa. Había un clima inquietante a veces”. 

 Banfield, era “un barrio como los que se encuentran en las palabras de los tangos con calles no pavimentadas y gente que andaba a caballo”. 

Cuando tenía 6 años, su padre los abandonó y no volvió a verlo ni a saber de él hasta que años más tarde se enteró de su fallecimiento. Quedó entonces con su madre y su hermana. Ávido lector desde muy chico, a los 9 había escribió su primera novela. Siguió sus estudios y se formó como maestro y profesor en Letras, y obtuvo su título de traductor. Nunca dejó de escribir. Muchos de sus cuentos son autobiográficos y relatan hechos de su infancia pero sin dudas es su novela Rayuela, publicada en 1963, la que lo llevó a ocupar un prestigioso lugar entre los escritores contemporáneos, aunque no se pueden dejar de mencionar Todos los fuegos el fuego (1966); Bestiario; Las armas secretas; Los Premios; El libro de Manuel; Un tal Lucas; Historias de cronopios y de famas y Octaedro; entre otros.  Amante del boxeo y del jazz.

Se consideraba antiperonista. Se exilió en Europa, se involucró con la revolución cubana y la sandinista, en Nicaragua. Un rasgo físico distintivo era su gran altura: medía 1 metro 93 centímetros. El músico e intérprete Jairo, muy admirador del escritor, contó en una entrevista hace ya algunos años, que coincidió en una reunión de amigos en París con él -en la que también estaba María Elena Walsh- y lo describió como “un tipo muy impresionante físicamente, muy alto, de la altura de un jugador de básquet, muy alto. Y esa cara tan infantil que tenía, esos ojos separados, tan azules. Un tipo muy especial”.

Rayuela es considerada una obra maestra. Es un libro sí, pero a la vez son más de uno. Y es que el autor propone leer la historia de 155 capítulos de dos maneras: una del 1 al 56 de corrido, donde se encuentra el final; y una segunda alternativa que consiste en dejarse llevar por la guía a la que invita Cortázar al principio del libro, donde el lector inicia la historia en el capítulo 73 y luego salta al 1 y así durante todo el recorrido de este camino, para adentrarse en la trama, y por qué no, jugar con ella.

En una extensa entrevista en 1977 con el periodista Joaquín Soler Serrano para la televisión española, (disponible completa en Youtube), Cortázar reveló: “Yo pensé cuando terminé Rayuela que había escrito un libro de un hombre de mi edad para lectores de mi edad. La gran maravilla fue que ese libro cuando se publicó en la Argentina y se conoció en toda América Latina, encontró sus lectores en los jóvenes en quienes yo no había pensado directamente jamás al escribirlo. Entonces, la gran maravilla para un escritor es haber escrito un libro pensando que hacía una cosa que correspondía a su edad, a su tiempo, a su clima, y de golpe descubrir que en realidad planteó problemas que son los problemas de la generación siguiente. Me parece una recompensa maravillosa y sigue siendo para mí la justificación del libro…” Ese vínculo impensado para él, que pudo lograr con su novela, sigue vigente hasta la actualidad. Tal como definió alguna vez el autor, “en literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema”.

Publicidad