Hace pocos días nuestra entrevistada cumplió 60 años de edad. Almudena Grandes (Madrid, 1960), desde su nacimiento y durante sus años de infancia, contaba ya con un destino escrito, definido en lo más sustancial, sin cambios bruscos de dirección o decisiones que le hicieran alejarse de ser una mujer convencional acorde a los mandatos religiosos y sociales, según nos comparte en esta conversación. Seguramente las hojas del calendario a futuro le vislumbraban una vida muy distinta a la que finalmente se construyó para sí misma; algo torció en su biografía para así alejarse de ser una gris mujer en una España igual de gris y represora.
Su país natal a inicios de la década de los sesenta aún continuaba bajo la dictadura de Francisco Franco, que moriría a finales de 1975, cuando Grandes había llegado ya a los 15 años de edad. Políticamente el terror había desaparecido con la muerte del dictador, pero los modos de concebir los cuerpos, las vidas y los días (propios de una sociedad bajo una dictadura) se mantenían. En algún momento, entonces, Almudena Grandes decidió torcerle el brazo al futuro ya escrito y se inventó una vida. Una vida propia, hecha de palabras que nombraran un mundo nuevo, pero sin dejar de nombrar al pasado… sin olvidarse de esos héroes y heroínas que, al resistir los estruendos y golpes de una dictadura, hicieron posible un presente de mayores libertades.
Así, nuestra entrevistada se ha encargado de escribir novelas en donde recrea un pasado que algunos botan por olvidar; sin embargo, ella pugna desde su literatura por asignarle el valor que tienen esos ayeres. El presente está habitado por nuestro pasado, asegura en charla con Notimex. Desde su primera novela intitulada Las edades de Lulú (1989) ha escrito una historia de cierta España que muchos niegan e insisten en soslayar; así, hasta La madre de Frankenstein, la novelista madrileña lucha contra una sociedad que le incomoda, a la cual necesita urgentemente transformar. A veces con actos, otras a través de palabras que construyen narrativas.
Pero Almudena Grandes no sólo escribe novelas… también se ha encargado de ser la escribana de su paso por el mundo redactando otro presente en las páginas de los días de la vida.
El franquismo como marca
―Usted vivió, al menos, 15 años del franquismo aterrador en su país, ¿esa etapa cómo marcó su biografía?
―Mira, creo que la marcó mucho más de lo que parece porque a mí me educaron para vivir en un país que ya no existía cuando me convertí en una adulta. La educación fue uno de esos aspectos que en España no cambió nada durante la dictadura; recibí una educación absolutamente de posguerra, muy adecuada al engendro nacional-católico, que era el ambiente de un país que, cuando fui adulta, no existía más. Eso fue un problema. En aquel momento no me di cuenta, pero después con los años me percaté de que, para empezar, a mí me educaron para ser una señora. Entonces cuando debía firmar un contrato la pasaba fatal, porque el dinero era una ordinariez, una cosa vulgar, impropia de mujeres. No tuve modelos para desenvolverme y sobrevivir en aquel país donde debía vivir.
“No quería parecerme a mi madre, una niña de la posguerra que después fue una mujer prototípica del franquismo en un país donde las mujeres casadas no podían hacer nada, ni siquiera heredar sin el permiso de su marido. Tampoco podía identificarme con otros modelos como el de las feministas anglosajonas, cuyas madres habían quemado sus sujetadores en la universidad cuando la mía ni siquiera podía tener una cuenta en el banco. Así que aparentemente no me marcó mucho pues tenía 15 años cuando Franco murió, pero en realidad con el tiempo he comprendido que me marcó mucho más de lo que parece”.
La memoria: un asunto crucial
―Almudena, pareciera que su escritura siempre está en respuesta y reacción de aquellos primeros años de su vida. En su literatura percibo una intención por rescatar a personajes que parecieran perdedores de la Historia…
―Lo fueron, sí, en este país fueron perdedores. Muchas veces decimos que cada generación tiene un asunto pendiente, y el gran asunto pendiente de mi generación es la memoria. En contra de lo que opinan los enemigos de la memoria, esa gente que quiere seguir adelante sin mirar atrás; la memoria no tiene que ver con el pasado, sino con el presente y el futuro, es un ingrediente básico de la identidad de las personas, sociedades y naciones. Formo parte de una generación de españoles que nacieron y vivieron su infancia durante la dictadura, y cuando éramos pequeños en muchas casas de España había fotografías de gentes que no sabíamos ni quiénes eran. Y preguntábamos quién es tal persona y te respondían que era tu abuelo, tu tío o un hermano del abuelo… y ante la pregunta de por qué no lo conocías… la contestación era que había muerto… ¿cuándo? Hace muchos años.
“Todos los días de tu vida veías una foto de alguien de quien no sabías nada. Para los españoles de mi edad, en un momento determinado esa laguna, esa ausencia de respuestas, esa manera de vivir como si no nos importara de dónde veníamos, se convirtió en un asunto crucial. Para saber a dónde quieres llegar, debes saber de dónde vienes: no puedes saber a quién te quieres parecer o a quién no, si no sabes cómo ha vivido la gente antes de que tú nacieras. No se trata de quedarse inmóvil en un momento de la historia, hay que pasar página… pero para pasar página, antes hay que leerlas. Mi propósito no es negarme a pasar página, sino leerla antes, ese es un propósito que durante los últimos años he impregnado en mi literatura”.
“Estudié Historia porque mi madre me lo dijo…”
―Almudena, con lo que usted dice me recuerda al filósofo judío Walter Benjamin con aquello de cepillar la historia a contrapelo…
―¡Hombre, es una comparación fantástica, no sé si la merezco!
―Usted estudió Historia en la Universidad Complutense de Madrid, ¿por qué no quedarse en ese terreno teórico? ¿Por qué se mudó hacia la literatura?
―En mi caso fue una historia complicada. Elegí la carrera un poco de carambola. Quería estudiar latín, era mi asignatura favorita, estaba decidida a hacer filología clásica y dedicarme al latín y al griego durante toda mi vida. Como te he dicho antes, me llevaba muy mal con mi madre: si ella decía una cosa, yo hacía lo contrario; sin embargo, esa vez cuando acabé el colegio y me iba a matricular, mi madre con mucha clarividencia me dijo: No estudies latín porque esa carrera desaparecerá, mejor estudia una carrera más amplia que te permita tener otras posibilidad. Entonces elegí Historia, porque mi madre me lo dijo… es algo muy raro porque nunca le hacía caso a ella; en realidad, lo que siempre quise fue escribir… es como si el destino me empujara.
“Si hubiera estudiado latín, ahí me hubiera quedado, sin escribir. La historia me gustó mucho, pero no me pareció una vocación para toda la vida, no fue capaz de disuadirme de escribir. El horizonte que había frente a mí era el siguiente: convertirme en profesora, en bibliotecaria o trabajar en un museo. Ninguna de esas cosas me apasionaban. Pensé que me había equivocado de carrera cuando elegí Historia, sin embargo, muchos años después he comprendido que sin haber estudiado eso, no habría podido escribir las novelas que he escrito. Al final, no fue un error sino un extraño acierto, que demostraría su eficacia de forma oblicua muchos años después”.
El feminismo es una lucha por la igualdad
―Usted hace un rato mencionaba que nunca tuvo un modelo femenino, ¿cuál es su posicionamiento frente a los feminismos actuales? ¿Cómo lo vive usted?
―El feminismo es la única revolución social del siglo XX que ha tenido éxito, lo cual significa que debemos hablar de él con más respeto de lo que se hace regularmente; es verdad que es múltiple, se halla en un momento de consolidación en el que todas las revoluciones e ideologías pasan por etapas de redefinición y el feminismo no es una excepción. Lo más importante que nos ha pasado a las feministas de nuestra generación es que aprendimos que el objetivo teórico del feminismo clásico era un error, aspiraba a conquistar la igualdad jurídica, pues pensábamos que al alcanzarla se iba a conquistar la igualdad real.
“Nosotras hemos descubierto que era mentira… muchas sociedades han conquistado la igualdad jurídica y, sin embargo, no hay igualdad real. Para mí el feminismo es una realidad que permanecerá, es una apuesta ya éxitos; cada vez hay menos mujeres no feministas…, llegará un momento en que no se conciba una mujer que no sea feminista. Todos los feminismos se deberían reducir a una premisa absolutamente definitiva: el feminismo es la lucha de las mujeres por la igualdad”.
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―Últimamente noto mucha rabia natural, legítima, obvia y urgente ante el desastre de las violencias patriarcales que se viven en nuestros países. Pero desde la rabia es muy difícil construir otro mundo, habrá que pasar en algún momento desde la rabia hasta otro registro afectivo…
―Para acabar con la violencia contra las mujeres, el gran problema que tenemos es que sólo hay una receta efectiva, es una receta que funciona a muy largo plazo: la educación. Esto es complicado porque no solamente la escuela influye en la educación de un niño o una niña, sino también influye la familia, la televisión y muchas cosas más. Eso es lo que hace tan difícil la lucha contra la violencia machista. España ha avanzado mucho, sin embargo, este año ya llevamos 20 mujeres asesinadas. He constatado que en mi país ha cambiado mucho la sensibilidad social con respecto a la violencia contra las mujeres durante los últimos 20 años.
“Antes las madres, cuando la hija llegaba a buscar amparo porque su pareja le había pegado, le decía No pasa nada, a mí también me ha pegado tu padre. Eso ha cambiado radicalmente… la actitud de las madres y las familias que hoy amparan de una forma decidida a las víctimas. Falta que la sociedad se involucre más, que sea capaz de hacer una función de denuncia, todo esto es un avance. En la práctica las cosas cambian despacio, es un tema dramático porque no hay recetas fáciles ni rápidas”.
Los claroscuros de la maldad y la bondad
―Pasando a la escritura de su más reciente novela: La madre de Frankenstein, noto ahí a un personaje exiliado que vuelve a su país y le ofrecen un empleo en un manicomio; también se halla el personaje de María, enfermera… y el personaje de Aurora, complejo y claroscuro, quizá cualquiera pensaría que es la villana absoluta y la representante de la maldad. Pero si algo tienen sus novelas es que nos invitan a mirar del otro lado de la alteridad, del otro lado de lo obvio. ¿Hay una obsesión suya por retratar lo aparentemente evidente?
―El caso de Aurora es un poco distinto, porque Aurora es un caso real que existió, es la gran parricida española. La conocí cuando era adolescente a través de una película de Fernando Fernán Gómez, que la representaba como una mujer cuerda y, por lo tanto, una asesina detestable, una madre castradora y una mujer odiosa. Hace 30 años cayó en mis manos un libro en el que se publicó su historia clínica, me di cuenta de que yo estaba equivocada, porque antes de todas esas cosas ella era una enferma mental. Era una mujer muy compleja con un montón de virtudes y, además, con una enfermedad mental que es lo que la convirtió en una asesina.
“Aurora es un personaje real, pero tienes razón en que es un personaje que encaja muy bien con mi mundo literario, porque hace años descubrí que, en términos de rentabilidad narrativa, los malos malísimos no nos dan miedo, son caricaturas y personajes que no tienen nada que ver con la realidad. Lo verdaderamente terrorífico son los terroristas amables con la vecina de abajo, que le suben la compra y le ayudan todos los días… lo terrorífico es el padre de familia encantador que tiene una chica encadenada en el sótano… eso es lo terrorífico, eso es lo que verdaderamente nos da miedo: que personas con muchas luces, sean capaces de tener muchas sombras.
“Un malo sin luces es un mal malo, pero las personas buenas tampoco pueden serlo completamente, porque en la vida no son totalmente buenas… todas las personas (incluso las mejores) dudan, tienen contradicciones, secretos… esa es la esencia de la existencia humana. A mí me interesan esos claroscuros, me parecen mucho más intensos e interesantes que las historias de buenos y malos, aunque en mis historias existen buenos y malos, pues ningún bueno es completamente bueno y, a veces, los malos tampoco son completamente malos”.
El gen marxista de la debilidad mental
―Eso sirve para hacer buena literatura, pero también creo que para la política y la vida. ¡Cuántas veces nos han engañado personajes que se presentan como paladines de la justicia, revolucionarios y de izquierda y en ellos habitaba un lobo…!
―Tú lo has dicho: los lobos con piel de cordero, eso vale para todo. En principio, siempre me fiaré mucho más de una persona con defectos evidentes que de una persona que no los tenga; es imposible que no los tenga, los debe de tener y, por lo tanto, los está escondiendo. Prefiero una persona cuyos defectos veo, en comparación con alguien que aparentemente no los tiene.
―En el personaje de Aurora uno pensaría que la culpabilidad solamente está en el sujeto que encarna el tipo de conflictos psíquicos experimentados por dicho personaje (esa es la narrativa que discursos psiquiátricos, psicológicos y médicos nos hacen creer), pero también hay gran parte de responsabilidad en la sociedad que construye ese tipo de condiciones. ¿En su novela se asoma esa crítica social?
―Mi novela pasa en un país que es la España de la década de los cincuenta, en donde las instituciones psiquiátricas eran lugares que podían albergar a una paranoica pura como Aurora Rodríguez, pero también eran soluciones para hombres poderosos o con dinero. Cuando un señor estaba harto de su esposa y se enamoraba de otra, pero no podía vivir con ella ni verla porque tenía una esposa en forma de objeto en casa… era relativamente fácil meterla en un psiquiátrico, más en las décadas de los sesentas y setentas… Cuando una familia tenía una hija lesbiana, rebelde, que se hacía comunista o que por alguna razón daba muchos problemas, era factible ingresarla en un psiquiátrico, eso es una realidad latente en la novela; pero tiene relación no con mi país sino con las dictaduras.
“También en mi novela está presente cómo la ideología de la dictadura franquista estaba fuertemente impregnada por algunas teorías psiquiátricas, especialmente la obra de un psiquiatra español llamado Antonio Vallejo Nájera, que es el padre de la eugenesia española. Fue un médico que durante la guerra civil desarrolló la teoría de que el marxismo era un gen intrínsecamente asociado con la inferioridad mental, de eso se deducía que todos los marxistas eran débilmente mentales… entonces, se deducía que para que la raza española fuera fuerte y vigorosa había que eliminarlos. Y había dos formas de suprimir ese gen: fusilar a los portadores o robarles a sus hijos. Realmente mi manicomio es un mundo aparte, pero perfectamente interconectado con la realidad de la época”.
“Escribo para tocar el corazón de mis lectores”
―La noto muy incómoda y contestataria ante la sociedad y el mundo en que le ha tocado vivir, pareciera que en usted habita un anhelo de transformación urgente. ¿Para qué escribe Almudena Grandes?
―En primer lugar escribo porque siento una necesidad insuperable de escribir, le he dado muchas vueltas a esa pregunta que es típica. Hay tantos escritores que han dado respuestas tan bonitas… está la respuesta de García Márquez que dijo: Escribo para que me quieran. He llegado a la conclusión de que la escritura es como la sed, es una necesidad… cuando tú tienes sed y bebes, el agua te procura mucha felicidad; pero cuando tienes sed y no bebes, la ausencia de agua te provoca un sufrimiento enorme. La sed no se define por el placer ni por el sufrimiento, sino por su condición necesaria. Soy escritora y escribo porque lo necesito, es una condición de necesidad.
“¿Para qué escribo? Para mis lectores y lectoras, pero cuando se habla de la utilidad de la literatura, acerca de si es capaz de cambiar al mundo e incidir en la realidad, creo que la literatura es capaz de tocar el corazón de un lector. Los libros que nos gustan mucho y nos marcan, convierten nuestra vida en una cosa distinta de lo que era antes de conocerlos. Todos podemos dividir nuestra vida en dos mitades: antes y después de haber leído cierto libro porque la literatura tiene una naturaleza casi milagrosa…
“Cuando lees un libro de los que te cambiarán la vida y aunque el autor haya vivido siglos antes, aunque no haya pisado tu país y aunque escriba otra lengua, ese libro está hablando algo acerca de ti. Tú lees el libro y es como si te contara tu propia historia. Escribo para tocar el corazón de mis lectores”.
Garantizar la inmortalidad de la memoria
―Una última pregunta. Volviendo a un tema que charlábamos al inicio, Walter Benjamin decía lo siguiente: Incluso los muertos no estarán a salvo si el enemigo vence. Y el enemigo sigue venciendo. Le pregunto si cree que la literatura y la escritura sirven para saldar cuentas pendientes con el pasado.
― ¡Qué verdad es esa…! Cuando empecé a publicar mis Episodios de una guerra interminable [2010], que es este proyecto donde estoy contando 25 años de la posguerra española (La madre de Frankenstein es el quinto), mucha gente me acusó de querer cambiar la Historia y ajustar cuentas con el pasado; yo siempre respondía lo mismo, que yo ni puedo ni me interesa ajustar cuentas con el pasado, lo que yo quiero es ajustar cuentas con el presente. Quiero decirle al lector español contemporáneo, que no sabe que en este país se jugaron la vida muchos hombres y mujeres durante 37 años seguidos, sin faltar uno; hubo gente que se jugó la vida para que los españoles tuvieran derechos, libertades y vivieran en una democracia… muchos españoles contemporáneos no saben eso.
“Más que ajustar cuentas con el pasado, prefiero decir que ajusto cuentas con el presente. Esta serie me ha dado una satisfacción moral enorme porque vivo en una democracia que, hasta ahora, no le ha dado las gracias a la gente que resistió la dictadura. Su contribución fue esencial para que España se convirtiera en el país que es ahora. Estos libros me han dado la oportunidad de decir: aunque nadie les haya dado las gracias, yo les doy las gracias. Estoy de acuerdo con lo que dices de Walter Benjamin, pero también la muerte es irremediable, no se puede evitar; sin embargo, recordar cómo sucedieron las cosas es una forma de garantizar la inmortalidad de la memoria, eso es lo que a mí me mueve”.