Francisco Morales V./Agencia Reforma
Los alumnos mexicanos de entre 12 y 18 años han disminuido en un 30 por ciento sus horas de estudio, mientras que entre 5 y 10 por ciento de los alumnos de entre 15 y 18 años ya no dedican nada de tiempo a la escuela.
Así lo muestran dos investigaciones académicas de los últimos meses que han comenzado a esclarecer las consecuencias que la emergencia sanitaria ha tenido en los 36 millones 518 mil alumnos del Sistema Educativo Nacional.
De acuerdo con un estudio realizado por Susan Parker, académica del CIDE y de la Universidad de Maryland, las cifras de 2019 y 2020 de la Encuesta Nacional de Ocupación muestran la caída en las horas de estudio entre los jóvenes.
Entre los alumnos del País, sobre todo a nivel preparatoria y universidad, hay una broma que se cuenta para tratar de atenuar el trauma de lo vivido en los últimos meses: “Un viernes salimos de puente y ya no regresamos a la escuela”.
En la memoria colectiva de millones de estudiantes mexicanos, marzo del 2020 quedará marcado por siempre como el mes en el que, tras un periodo de incertidumbre, de mirar la pandemia acercarse desde lejos, las escuelas de todo el País se vieron forzadas a cerrar sus puertas.
Con ello, la matrícula completa del Sistema Educativo Nacional tuvo que guarecerse en casa para afrontar el reto de una educación a distancia que, como todo lo que ha ocurrido a causa del Covid-19, hizo todavía más evidente la desigualdad que persiste en México.
Montado con urgencia sobre la vasta experiencia del modelo de las telesecundarias, el programa Aprende en Casa de la Secretaría de Educación Pública ha buscado constituirse como el eje rector de la enseñanza en estos meses de contingencia, con una efectividad todavía por verse.
Más allá, sin embargo, de las políticas gubernamentales, detrás de la puerta de cada casa, tras la pantalla de cada celular, tablet o computadora, las consecuencias educativas y psicológicas para cada uno de los alumnos son todavía difíciles de calcular.
Ante la falta de estadísticas gubernamentales públicas que den cuenta de las secuelas de casi un año completo de educación la distancia, las instituciones académicas de nivel superior ya comienzan a arrojar datos con sus propias investigaciones.
En algunos casos, los resultados son muy poco alentadores.
El pasado mes de septiembre, la también economista Susan Parker publicó el artículo “Uso del tiempo de los adolescentes durante la pandemia en México: una mirada inicial”.
Con base en los resultados de 2019 y 2020 de la Encuesta Nacional de Ocupación (ENOE), un instrumento estadístico del Inegi, Parker ha podido documentar que, en promedio, las horas de estudio de los estudiantes entre los 12 y los 18 años han caído en un 30 por ciento.
“Hay menos alumnos conectados, menos alumnos aprendiendo. Incluso los que siguen intentando estudiar, en general, están dedicando menos tiempo”, concluye la especialista en la evaluación de políticas sociales.
A partir de los resultados de la ENOE y de la Encuesta Telefónica de Ocupación y Empleo (ETOE), la investigadora también ha podido descartar, como era su hipótesis inicial, que las horas que ya no dedican los alumnos a la escuela ahora se están usando en el trabajo, para ayudar en casa.
“Hemos revisado los datos sobre trabajo de estos jóvenes y, de hecho, están trabajando menos, porque, como hay una crisis económica, no hay trabajo; aunque quisieran trabajar, no están encontrando. Se ve una reducción”, detalla.
Aunque preliminares, pues siguen actualizándose con los datos que periódicamente arrojan las encuestas de ocupación del Inegi, los estudios de Parker ya comienzan a dar cuenta de la que podría ser una de las consecuencias educativas más negativas de la pandemia de Covid-19: la deserción escolar.
Según lo observado hasta el momento, entre el 5 y el 10 por ciento de los alumnos de entre 15 y 18 años ya no dedican, según ellos mismos confiesan, una sola hora al estudio.
“No sabemos si han abandonado la escuela, pero sabemos que no están dedicando tiempo a los estudios. No están haciendo ejercicios, no están viendo los programas, no se están conectando, entonces es muy probable que estos alumnos vayan a abandonar”, lamenta la académica.
Al momento de esta publicación, la SEP no ha revelado todavía las cifras de deserción escolar entre el periodo 2019-2020, cuando ocurrió el cierre de las escuelas, y el actual, 2020-2021.
Al igual que con el trabajo de Parker, no obstante, también ha dado a conocer señas preocupantes.
El pasado 4 de febrero, por ejemplo, durante la mesa de diálogo virtual “Aprende en Casa, retos del aprendizaje”, el entonces subsecretario de Educación Básica, Marcos Bucio, informó que 797 mil alumnos, el 4.2 por ciento de la plantilla de educación básica, tuvieron comunicación prácticamente inexistente con sus profesores durante la pandemia, una cifra que se agrega a la de los adolescentes que corren el riesgo de deserción.
Asimismo, el pasado noviembre del 2020, el Banco Interamericano de Desarrollo publicó un estudio regional titulado “Los costos educativos de la crisis sanitaria en América Latina y el Caribe”, en el que se estima que 628 mil niños y jóvenes, de entre 6 y 17 años, podrían dejar la escuela como consecuencia de la pandemia.
Como uno de los esfuerzos más abarcadores que se han realizado hasta el momento, seis instituciones educativas, coordinadas por la Universidad Iberoamericana, realizaron una investigación titulada “Educar en Contingencia”, con el que han podido recabar información de 277 mil alumnos y docentes de diversos estados de la República.
Entre la enorme cantidad de datos recabados también se han encontrado con el riesgo latente de una deserción escolar en grandes números.
De acuerdo con Luis Medina Gual, especialista en educación y coordinador de todo el proyecto, uno de los hallazgos más trascendentes fue la respuesta que los estudiantes de secundaria y media superior ofrecieron cuando se les preguntó qué tan probable era que se reinscribieran el periodo entrante.
“Estuvo fuerte, porque una cuarta parte de la población, alrededor del 25, 26 por ciento de los encuestados, decían que tenían una muy alta posibilidad de dejar de estudiar el siguiente ciclo”, refiere Medina Gual.
La pandemia, comienzan a demostrar los datos, ha puesto en severo riesgo la continuidad educativa de distintas generaciones de alumnos.
Frustración y enojo
Para el equipo interdisciplinario de expertos que conforma el proyecto Educar en Contingencia, los efectos de la pandemia en los estudiantes de México deben medirse a partir de tres dimensiones que están estrechamente relacionadas entre sí: la pedagógica, la psicoafectiva y la tecnológica.
Un ejemplo que une esta tríada: la falta de acceso a la tecnología adecuada para conectarse a las clases en línea influye decisivamente tanto en las capacidades de aprendizaje de un alumno, como en la sensación de frustración que se deriva de no poder continuar con sus estudios.
Desde junio del 2020, académicos de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y de Puebla, de la FES Acatlán de la UNAM, la Universidad Panamericana, la Universidad Anáhuac y la Universidad Autónoma de Guerrero, han recabado esta información a través de cuestionarios diagnósticos en seis entidades de la República.
Con una muestra final de 277 mil 144 estudiantes y docentes, sus resultados abren una ventana privilegiada al interior de las casas de entornos urbanos, rurales e indígenas; también, hacia los sentimientos de quienes las ocupan.
Uno de los resultados de mayor valor para la procuración de salud mental de la población estudiantil fue recabado por el equipo de la dimensión psicoafectiva de Educar en Contingencia: de qué forma los estudiantes de primaria han afrontado la pandemia.
De entre los distintos “estilos de afrontamiento”, el grupo encontró que el 83.49 por ciento de los niños de primaria encuestados están respondiendo al encierro y la educación a distancia a partir del enojo.
“Tiene que ver con cómo nos acercamos a una situación de crisis, o una situación difícil o repentina, como ha sido esta pandemia”, explica Cimenna Chao, especialista en psicología educativa.
“Entonces ese enojo se traduce, sobre todo, en acciones que tienen que ver, por un lado, con el rechazo a esta situación, es decir, no es una situación agradable, porque esta pandemia nos ha traído un momento de duelo, porque hemos perdido la cotidianidad, la forma en la que vivíamos, la forma en la que nos relacionábamos, la que íbamos a la escuela, las relaciones sociales como las teníamos acostumbradas y, en algunos casos, ha traído duelo en pérdidas humanas”, abunda.
Para Chao, la respuesta de enojo de los alumnos es entendible y natural, además de estar alineada con la forma en la que los niños han reaccionado a la pandemia en otros lugares del mundo.
“En términos de valoración general, yo no diría que está bien o mal, en realidad lo que nos debería de hacer notar a los educadores, sobre todo, es que vamos a necesitar trabajar el cauce de este afrontamiento que se está generando; necesitamos trabajar con nuestros estudiantes”, apunta.
Otros indicadores del estilo de afrontamiento de los estudiantes de primaria muestran maneras más proactivas, como la prevención, que el 81.35 por ciento de los alumnos dijeron estar ejercitando, así como tratar de allegarse información sobre la enfermedad, como contestó el 71.17 por ciento.
Por desgracia, parte de la explicación de la preponderancia del enojo como estilo de afrontamiento, 12.95 por ciento de los alumnos reportaron la presencia de comportamiento agresivo en sus hogares.
En el cruce entre las dimensiones psicoafectiva y pedagógica, el estudio muestra también que, de todas las preocupaciones de los alumnos durante la pandemia, la pérdida de aprendizajes es la mayor, según refiere el 80.4 por ciento.
A ésta, le sigue reprobar con el 51.2 por ciento y después la preocupación de poner mayor atención en clases, con un 36.5 por ciento.
Enojados y preocupados por la pérdida de aprendizaje durante la pandemia, los estudiantes mexicanos afrontan un confinamiento que todavía no tiene fecha para terminar.