Los artesanos indígenas mexicanos han denunciado el plagio de sus diseños por parte de marcas y diseñadores internacionales y han tachado como una violación a la propiedad intelectual su intento de justificar el uso de estos patrones como un homenaje al patrimonio cultural local.

Hacer una típica muñeca de trapo Lele puede demorar hasta 14 horas, mientras que bordar una bolsa implica un trabajo de meses, comenta Carmen Lucio, una mujer indígena otomí, que para vivir se encarga de vender las artesanías que ella misma fabrica, producto de su imaginación e identidad. “Yo lo hago, lo corto, lo mido, luego voy a cortar los estambres”, explica y agrega que dedica tres meses para bordar y terminar una bolsa.

Las imágenes que plasman decenas de artesanos indígenas en su trabajo han sido copiadas por grandes empresas e incorporadas y reproducidas en sus propios modelos. Algunos imitadores aseguran que lo han hecho con el único objetivo de rendir un tributo a la cultura mexicana.

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Irma Pineda, representante de los pueblos indígenas de Latinoamérica y el Caribe ante la ONU, opina que ese “es un argumento falaz de estas empresas, que lo único que buscan es justificar o matizar el robo que están haciendo de las creaciones de los pueblos”, y denuncia que se trata de un “un abuso y un robo descarado”.

Según la organización Impacto, entre 2012 y 2019, 23 marcas internacionales se han apropiado de los diseños tradicionales de pueblos indígenas.

El escándalo del robo de identidad textil estalló en 2015, cuando Susana Harp, cantante y senadora de la República, denunció en su cuenta de Twitter el hurto de un diseño mexicano.

Hoy en día, seis años después de aquella denuncia en Twitter, la Cámara Alta de la República, aprobó por unanimidad la Ley Federal de Protección del Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas, que estipula que todo aquel que robe o plagie la identidad textil y cultural de los pueblos autóctonos podrá recibir una pena de hasta 20 años de cárcel.

“Si las comunidades y la gente se organizan para exigir el respeto a sus derechos se logra bastante”, afirma Pineda, y subraya que finalmente “estas marcas se han visto obligadas a pedir disculpas públicas”, e incluso, “algunas han tenido que retirar del mercado los diseños plagiados”.

A pesar de este avance en temas textiles, aún quedan muchos frentes de batalla. En diferentes naciones del mundo, casas de subasta no solo se adueñaron de piezas prehispánicas, sino que además las vendieron o intentaron hacerlo.

Tal es el caso de una casa localizada en Alemania que preparó 324 objetos para ser comercializados, de los cuales 74 eran patrimonio nacional. Este hecho fue calificado por la Secretaría de Cultura como “tráfico y delincuencia trasnacional organizada”. La recuperación de las piezas ya es una labor activa de este Gobierno e incluso el tema ha sido abordado por el propio presidente mexicano, que encomendó a la Guardia Nacional formar “un equipo especial para lograr este propósito”.

Aunado al reclamo estatal está también la exigencia de los pueblos indígenas a parar el plagio de sus textiles, su cultura y el hurto de las piezas prehispánicas cuyo único dueño, según subrayan, es la nación mexicana.

Los diseños y el arte del país se han ganado un lugar destacado a nivel mundial. Sin embargo, más allá del vaivén de las tendencias de moda, detrás de los bordados y las históricas piezas, hay toda una cultura profunda. Una circunstancia que no deberían olvidar aquellos que portan estampas o exhiben orgullosos en sus estantes parte de una herencia que se fue forjando de generación en generación.

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