Científicos de la Universidad de Viena (Austria) y del Museo Nacional de Escocia (Reino Unido) han logrado confirmar que el tamaño del cerebro de los gatos se ha reducido considerablemente durante los últimos 10.000 años, siendo la domesticación de estos felinos la principal causa de la pérdida de capacidad craneal.

Según detallan los investigadores, los estudios realizados por Paul Schauenberg en 1969 y Helmut Hemmer en 1972 ya habían relacionado la domesticación de los gatos con la disminución del tamaño de sus cerebros; sin embargo, los datos utilizados en ese entonces habían quedado obsoletos, por lo que se dieron a la tarea de evaluar si los resultados obtenidos hace décadas continúan siendo validos a la luz de conocimientos científicos actuales.

Para ello, los investigadores compararon la capacidad craneal, un indicador del tamaño del cerebro, de los gatos domésticos modernos (‘Felis catus’) con la de gatos salvajes europeos (‘Felis silvestris’) y del gato montés del norte de África (‘Felis lybica’), estos últimos considerados como sus ancestros directos. Asimismo, compararon las mismas medidas entre los híbridos de gatos salvajes y domésticos.

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Tras analizar los resultados, publicados este miércoles en Royal Society Open Science, los autores demostraron que los gatos domésticos han sufrido una reducción de la capacidad craneal en comparación con su especie ancestral. Asimismo, comprobaron que el cerebro de los híbridos es más pequeño en relación al de sus especies parentales, confirmando lo propuesto en investigaciones anteriores.

A partir de sus hallazgos, los expertos han planteado la posibilidad de que, como parte del proceso de selección natural, la producción de células en el área del cerebro relacionadas con excitabilidad y el miedo, conocida como cresta neural, se ve disminuida en los animales como consecuencia de la interacción con los humanos. Este fenómeno, estiman, pudo modificar la respuesta de los felinos al estrés, el tamaño del cerebro y la morfología general del cuerpo.

“Debemos reconocer siempre que estamos comparando una población actual, o reciente, de animales salvajes con la forma doméstica, y no la verdadera población ancestral, ya que rara vez tenemos acceso a la población antigua que produjo nuestros animales domésticos”, acotaron los académicos. “Aunque el ADN antiguo puede mejorar parcialmente este problema para las comparaciones genéticas”, añadieron.

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