México todavía no terminaba de soñar con la medalla de bronce en Tokio 2020 cuando un baldazo de agua fría sacudió al equipo que siempre se ha autodenominado como el “Gigante de la Concacaf”. Guatemala, un país históricamente lejano a los grandes eventos, eliminó al Tri del Torneo sub-20 de la zona y le quitó dos boletos para torneos internaciones en una tanda de penales tan tétrica como reveladora. El equipo de Luis Pérez falló cuatro disparos desde los once pasos para reeditar las noches más nefastas en la historia del balompié nacional.

De la nada, en un torneo que tenía que ser un mero formalismo, México se quedó sin Mundial sub-20 y, más doloroso todavía, sin Juegos Olímpicos en París 2024. Ante lo apretado de los calendarios, la Concacaf decidió empaquetar el derecho a asistir a ambas justas en esta especie de Premundial disputado en Honduras, la misma tierra en la que Hugo Sánchez y compañía extraviaron el boleto para ir al Mundial de España 1982. Como en aquel fatídico Preolímpico de Carson en 2008, el cuadro azteca fue incapaz de superar a los rivales del área que siempre mira por encima del hombro. La humillación, en este caso, fue por partida doble, porque el espanto del Tri sub-20 arrastró al abismo a la sub-23, que ha perdido el derecho de defender el podio sin siquiera haber pisado el césped.

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En un futbol acostumbrado a la medianía, como lo es el mexicano, siempre se dijo que al menos en selecciones con límite de edad existía una reserva de orgullo que blindaba a los jugadores de los vicios que adquirían una vez llegados al profesionalismo pleno. Hoy eso ha quedado evidenciado como una mentira. México ni en la mayor ni en las selecciones menores encuentra el modo de cumplir con lo mínimo que se le puede pedir: superar a selecciones que aventaja en calidad, infraestructura y recursos.

En 24 años (2000-2024), México no habrá ido a un total de tres Juegos Olímpicos. El equipo de futbol falló en Sydney 2000, Beijing 2008 y, ahora, París 2024, cita a la que presumiblemente acudiría con una de las generaciones más brillantes a nivel juvenil de los últimos tiempos. Marcelo Flores, David Ochoa, Víctor Guzmán, Alberto Alcántara, Julián Araujo, Santiago Muñoz, Jordán Carrillo, Sebastián Pérez Bouquet. Toda una camada de futbolistas jóvenes desperdiciada.

Si tanto se ha hablado de Marcelo Flores en los últimos meses, y hasta se ha exigido con vehemencia que sea incluido en la lista de seleccionados para Qatar 2022, ahora el desconsuelo de saber que no podrá jugar el torneo olímpico ha abierto una herida que tardará mucho tiempo en sanar y que cortará el proceso de una base colectiva que bien podía llegar al Mundial de 2026 con bastante rodaje internacional.

Como suele pasar en cada gran fracaso del futbol mexicano, los federativos anuncian “análisis profundos” que cambiarán para siempre el destino del país. Parece que es preciso tocar fondo para entonces sí tomar las acciones necesarias para tener un futbol competitivo. Durante estos años se han regodeado en el supuesto éxito comercial de decisiones que nadie entendió: la desaparición de ascensos y descensos, venta de franquicias, insolvencia para prevenir y tratar la violencia en los estadios. Ahora lo quieren arreglar todo en un abrir y cerrar de ojos.

Se puede hablar también de la brutal cantidad de extranjeros que se permiten por equipo (10 registrados y 8 en campo para el próximo torneo), pero —sin dejar de considerar que ese factor influye— también es cierto que México adolece de una estructura sofisticada en Fuerzas Básicas, que es donde verdaderamente se forja a los futuros talentos. Si se paga tanto dinero en entrenadores reciclados, refuerzos de dudosa calidad, y estadios que al final del día ni siquiera sirven para garantizar el bienestar de sus asistentes, ¿por qué no direccionar dinero a la preparación de jóvenes entrenadores que, en diversos plazos, aspiren a revolucionar la formación de jugadores en México?

El talento nunca ha escaseado en un país de 120 millones de habitantes que es netamente futbolero. Pero toda la estructura, repleta de malas decisiones y manejos convenencieros, es la que permite que incluso los jugadores aparentemente brillantes terminen por apagarse y protagonizar fracasos históricos. Esa es nuestra realidad. Una realidad que no cambia ni siquiera tocando fondo.

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