Valeria Martínez
¿Qué harías si un extraño te ofreciera un millón de dólares por una noche de pasión estando casado? Esta era la idea que proponía Una propuesta indecorosa (también conocida como Propuesta indecente), el drama erótico protagonizado por Demi Moore, Woody Harrelson y Robert Redford que despertó tanta curiosidad que fue una de las diez películas más taquilleras del mundo en 1993 (fue la sexta con $266 millones). Sin embargo, la película no estuvo a la altura de las expectativas. Recibió malas críticas, la tacharon de antifeminista, ganó el premio a la Peor Película del año en los conocidos Razzies (o anti-Oscars) y es más recordada por el debate que proponía que por la calidad de su propuesta. Pero… ¿y si les digo que Robert Redford podría haber tenido parte de la culpa? Porque Una propuesta indecorosa podría haber sido muy diferente si no hubiera sido por la imposición de su ego como galán legendario del séptimo arte.
Si bien solemos hablar de 1999 como el mejor año en la historia del cine con películas que generaron conversación a lo largo y ancho del planeta (Matrix, El club de la pelea, Belleza americana, Sexto sentido y muchas más), la verdad es que hace 30 años tuvimos una buena cantidad de producciones que nos secaron la lengua. Desde el renacer de los dinosaurios con Jurassic Park, a la ternura de Papá por siempre, las emociones a flor de piel que nos dejó La lista de Schindler o ver a Harrison Ford intentando limpiar su nombre en El fugitivo. Pero ninguna disparó tantos debates acalorados y discusiones de pareja como lo hizo Una propuesta indecorosa.
Todavía recuerdo lo mucho que se hablaba de ella en 1993. En los diarios, la radio, la calle… Era tal el nivel de curiosidad que resultaba inevitable no querer ir al cine a descubrir la historia, sacar conclusiones y formar parte de la conversación global. Después de todo, la pregunta central proponía debates sobre lo moralmente incorrecto y el valor de la confianza, mientras rompía con la noción del puritanismo femenino en el cine jugando con la tentación como parte de la historia.
Pero algo fallaba. En mi opinión, a raíz del vaivén incomprensible que representaba Robert Redford. Porque ese magnate que era capaz de hacer la propuesta indecente tras ver a Diana (Demi Moore) en un casino, el que pagaba el millón de dólares a cambio de poseerla por una noche y sin importarle entrometerse en medio de un matrimonio, lo veíamos bañado constantemente de romanticismo, anhelos y triste soledad. Como si fuera una táctica dramática para ganar el favor de la audiencia. Para no ser el ‘malo’ de la película.
Y como remate, era su personaje el que terminaba dándole alas a la protagonista con un final extraño. Porque después de acordar que Diana pasaría la noche con el millonario, el marido (Woody Harrelson) se hundía en un pozo de desconfianza que lo terminaba alejando de su esposa. Y ella, sin debatírselo mucho, volvía a los brazos de John (Robert Redford), iniciando una nueva relación con el hombre que había pagado para poseerla mientras David reconstruía su vida por su lado. Pero entonces, al ver cómo la expareja se miraba durante un reencuentro, el millonario decidía romper con Diana en un momento de ternura entrañable en una limusina. Demostrando que, después de todo, seguía teniendo el poder de decidir sobre sus relaciones y el destino de su vida. Pero con cariño.
“¿Porqué la dejó ir?” le preguntaba el chófer al personaje de Robert Redford. Y entonces le respondía: “Porque nunca me mirará como lo mira a él”. De esta manera ponía el broche a la historia, dejando que Diana fuera libre de nuevo, siendo el bueno de la película. Y si bien la protagonista se reconciliaba con su marido en la última secuencia, el amor no había triunfado del todo. Porque si no hubiera sido por John facilitándole la ruptura, Diana no hubiera dado el paso. Y todo esto dejaba una sensación extraña al salir del cine. Porque la protagonista pasaba de ser una mujer empoderada que ponía sobre la mesa la conversación con su marido, la que proponía que aceptaran el millón de dólares para salir delante de las deudas que tenían. La que tomaba la iniciativa. Para luego terminar reconstruyendo su vida solo porque el hombre que la ‘había comprado’, le facilitaba el camino.
Sin embargo, según la guionista de la película nada de esto habría pasado si el estudio y Robert Redford hubieran aprobado su visión original. Porque Amy Holden Jones había ideado una versión distinta de la historia.
Por ejemplo, en el primer boceto todo giraba en torno a la confianza y Diana no dormía con el personaje de Redford, a pesar de haber pagado el millón de dólares. “Pagaba para hacer creer al marido que se había acostado con él, y luego el matrimonio se derrumbaba por un problema de confianza. Pero [los ejecutivos] vinieron y me dijeron: ‘No, tiene que acostarse con él’”, contó a New York Post durante el trigésimo aniversario de la película.
Incluso propuso que Diana dejara a los dos hombres. Que no volviera con ninguno. Lo que probablemente hubiera creado un mensaje más idóneo de empoderamiento personal, al no aceptar la desconfianza de su marido ni el deseo de poseerla del millonario. Pero nadie en el estudio consideró su idea. Es más, Jones había diseñado el final de la película de manera que fuera Diana quien tomaba las riendas de su vida y dejaba al millonario. Pero Robert Redford se negó.
“Siempre tuve muchos problemas con la película después de que [David y Diana] se separaban”, contaba la escritora. “Los hombres a cargo, y particularmente Redford, decidieron hacer que [el personaje millonario] fuera muy comprensivo. En el guion original, era un viaje claro en el que ella se daba cuenta que había sido su siguiente adquisición […] En mi borrador, lo que ella le decía era que el amor no se puede comprar, y luego lo dejaba. [Redford] lo cambió, porque no se podía dejar a Robert Redford”.
Teniendo en cuenta que hablamos de una época en donde la mirada masculina tejía los hilos de la industria, y de una figura tan influyente como Robert Redford, resulta fácil creerse su versión. Después de todo, el actor, productor y director se ganó el título del protagonista masculino arquetípico del cine, cultivando una carrera emblemática por todo tipo de géneros a lo largo de 60 años que sembraron esa imagen de perfección inquebrantable. Tanto como héroe de western, de thriller políticos o como amante apasionado. Era el prototipo del hombre ideal del séptimo arte. Pero al verse ante un personaje tan ambiguo y sin escrúpulos como el que interpretaba en Una propuesta indecorosa, lo habría ajustado para compaginarlo con esa imagen. Al menos, eso es lo que nos da a entender la guionista.
Sin embargo, no puedo evitar imaginar lo diferente y acertada que habría sido la película de haber seguido el plan de Amy Holden Jones (también responsable de los guiones de Mystic Pizza o Beethoven). De haberse impuesto sobre la exigencia de Robert Redford y su imagen de galán cinematográfico al que ninguna mujer dejaba en la pantalla.
Porque si Diana hubiera sido quien tomaba la iniciativa de romper con el millonario, nos habrían regalado un final acorde a la visión femenina que proponían al principio. A través de una protagonista segura de sí misma, que tomaba decisiones y se retorcijaba entre billetes sobre una cama rompiendo con todos los moldes de la esposa puritana del cine. Siendo una mujer real, con sus propios deseos, tentaciones y ambiciones. Sin que fuera el mismo hombre que la había comprado el que terminaba dándole la libertad por el mero hecho de no querer dejar a Robert Redford reflejado como un hombre al que una mujer podía dejar plantado.