Proclive a la autocomplacencia, al discurso monológico, al aplauso, a la aglomeración de seguidores y a los distractores diarios, el presidente López Obrador realizó el sábado su quinta celebración de victoria electoral hablando del rimbombante éxito de su gestión. Lo que no está bien es por culpa de otros.
Los organizadores presumieron la concentración de 250 mil mexicanos en la plaza del zócalo. Y en los estados gobernados por Morena, mucha gente supo del traslado de personas a la Ciudad de México, como siempre ha ocurrido en estos casos.
En su evento, López Obrador insistió en su “humanismo mexicano”, concepto demagógico que se cae lastimosamente cuando se recuerda que en estos días el país superó, en esos cinco años, los 160 mil asesinatos y 100 mil desapariciones.
Cifras ominosas que ya rebasaron las de los sexenios previos y que no ha podido cambiar la gustada política obradorista de “Abrazos, no balazos”, que aplica religiosamente desde que tomó el poder en diciembre de 2018 y que se hizo célebre con el vergonzoso Caso Ovidio en Sinaloa.
Y cuando ocurren hechos como los de la semana pasada en Chiapas (el secuestro de un grupo de trabajadores del estado), el jefe del ejecutivo sale con su cantinflesca cantaleta de “los voy a acusar con sus papás, sus mamás o sus abuelos”. Una actitud evidentemente irresponsable, que ha movido a pensar en algún tipo de acuerdo oscuro entre el gobierno y los grandes grupos delincuenciales.
Mucha de la información triunfal del sábado, se cae en el momento en que se comparan con datos oficiales o con frecuentes inconformidades ciudadanas, referidas prolíficamente en los medios de comunicación o en las redes sociales.
Del crecimiento del 3% que presume, la triste realidad la conocen las amas de casa, los campesinos, productores, comerciantes formales e informales y prestadores de servicio que no están enchufados a los presupuestos públicos y que ven empobrecer su estilo de vida. La utopía del crecimiento, que él insiste, sólo existe en la cúpula del poder, en sus funcionarios, voceros y plumas maiceadas.
Pero como conclusión analítica de la crónica sabatina, él puede afirmar que todavía logra congregar a miles de admiradores y a la clase política que comanda, argumentando que tiene la gran mayoría, aspecto que el palacio viene publicando sistemáticamente en encuestas que aparecieron como mayoritarias desde el primero de diciembre de ese año en periódicos nacionales de diversa orientación política.
Sin embargo, esa gran mayoría de simpatizantes, tendrá que demostrarse en las votaciones del 1 de junio de 2024. Y también de manera sistemática, el obradorismo ha pretendido minimizar a la oposición y a sus figuras que podrían contender para la presidencia de la república. Y en esto hay un hecho incuestionable: de cada dos personas, una está respaldando a López Obrador, según sus encuestas.
Pero AMLO no estará en las boletas electorales, y los que sí aparecerán, ninguno de ellos tiene la trayectoria o el carisma o la capacidad política del tabasqueño. Y como contra parte, a la hora de votar aparecerán los innumerables errores y fallas del jefe y de sus funcionarios, gobernadores, políticos y operadores regionales.
Y en el tema de la corrupción, esa lacra no ha podido eliminarse de la vida nacional, ahí están Pio López y demás familiares, Ana Gabriela Guevara, los pillos de SEGALMEX, Bartlett y no pocos casos totalmente obradoristas a quienes les gusta la vida “al estilo Palacio”.
Quizá el humanismo que refiere el presidente se refiera a que como dice la conversación coloquial, ha jalado la cobija de un lado, pero destapando al otro lado. Ha beneficiado con las pensiones y becas, pero ha destruido el sistema de salud nacional y muchos otros programas sociales y asistenciales que el mandatario desapareció por decreto y capricho palaciego. Ese humanismo de palabra más bien es simple onanismo discursivo.
La única verdad es que los de AMLO serán seis años perdidos para México, como tantos otros sexenios. En este caso, el culpable es el conglomerado del México que votó ciegamente por López Obrador en “el lado correcto de la historia”, mientras que enfrente, los culpables de todos los males y deficiencias que él señala en sus conferencias son los expresidentes, los empresarios neoliberales, los conservadores, los partidos de oposición, la clase media aspiracionista, los intelectuales, los periodistas y todos aquellos otros sectores productivos depauperizados que no lo respaldan.
Al final del día, todo México es culpable, no hay de otra. Y este López es tan perfecto, como lo fueron otros gobernantes con ese apellido, por ejemplo, López de Santa Anna y López Portillo, ni patrióticos, ni humanistas, ni eficaces, ni honestos, pero sí, hablantines y falsos demócratas.