Por Omar Piña

En esta ocasión nos aproximaremos a una situación médica en la que grupos de huérfanos del imperio español sirvieron como recipientes vivos para diseminar la vacuna contra la viruela. Su ventaja y disponibilidad era que se trataba de expósitos, seres humanos que desde pequeños habían sido abandonados y estaban al cuidado del Estado, confinados en orfanatorios y/o casas de asistencia.

La situación de aquellos huérfanos era la que ahora denominaríamos “vulnerable”. Como hijos de nadie, ese contexto y situación jurídica los convertía en depositarios de la política borbona que intentaba el saneamiento social. Los abandonados que llegaban a ser captados por el Estado iban a la reclusión y marginación, dado que eran sujetos que no tenían cabida en los marcos de una normalidad familiar y por lo tanto social. 

A esos abandonados el Estado los recogía, protegía y daba manutención. A cambio le reportarían alguna utilidad. El primer objetivo era controlar la mendicidad y pobreza; a futuro, se trataba de impedir la delincuencia. Pero la realidad siempre tenía la capacidad de superar lo previsto. En el territorio novohispano la mayoría de los niños expósitos provenían de familias indias o mestizas muy pobres, algunos de origen español iban a parar en la casa de asistencia porque su marginalidad se debía a que su nacimiento ponía en entredicho el honor de su familia original. 

Se calcula que la mortalidad de los niños expósitos era muy alta, “dentro de las casas de cuna… llegaba a morir hasta el 80% de los internos, a causa del hacinamiento, la escasa ventilación y la falta de higiene, de afectos y de cuidados en general, elementos que convertían los asilos en verdaderos focos de contagio” (Alcubierre y Sosenski, 2024:69).

Bajo tales condiciones, la política borbónica de salud pública no fue un éxito rotundo. Pero los intentos eran firmes con aquello de que los súbditos expósitos tendrían que servir a intereses de la corona y para el beneficio común. Las investigaciones históricas recientes tratan de “hacer hincapié de la manera en que los niños abandonados fueron observados y aprovechados como un material humano que se encontraba a disposición de los proyectos estatales” (Alcubierre y Sosenski, 2024:70).

Sobre la historia de la primera campaña de vacunación contra la viruela fue más o menos así…

La viruela era una enfermedad mortal, pero a finales de siglo XVIII el médico inglés Edward Jenner descubrió la vacuna. Para inicios de 1800 un médico español logró convencer al monarca sobre la utilidad de vacunar a los súbditos del imperio. Se organizó la Expedición Filantrópica de la Vacuna y al frente de la empresa estuvo Francisco Javier Balmis. La metodología que impuso la época fue la de crear un sistema de relevos para que fuera posible transportar el suero: emplear niños para inocularlos y tomar las vacunas de ellos mismos. La cadena humana se hizo con niños huérfanos, pero en la expedición americana no alcanzaron y Balmis tuvo que comprar niños esclavos o alquilar chiquillos a familias pobres.

La campaña tuvo éxito y tardó de 1803 a 1806. De ello:

La expedición filantrópica de la vacuna es quizá el ejemplo más paradigmático de la manera en que la administración borbónica observó a los niños pobres (especialmente los abandonados, pero no sólo a ellos) desde un sesgo utilitarista opuesto a las antiguas prácticas de caridad que habían permitido hasta entonces dar ciertas soluciones espontáneas al problema del abandono infantil. El proyecto balimisiano ilustra con claridad la manera en que la autoridad civil absorbió y concentró las cuestiones asistenciales, adjudicándose la atribución de disponer del destino de la población menesterosa ―tanto en la metrópoli, como en las colonias― en favor de los grandes proyectos monárquicos (Alcubierre y Sosenski, 2024:76).

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Para mascar a fondo:

Alcubierre, Beatriz y Sosenski, Susana (2024), “La infancia en Nueva España”, Historia mínima de las infancias en México, Ciudad de México, El Colegio de México, pp. 39-94.

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