Mucho se ha hablado del papel de las concubinas en las uniones polígamas de las culturas antiguas, pero poco se menciona a los concubinos o amantes masculinos, jóvenes excepcionalmente guapos que eran raptados de sus familias y llevados a las cortes para complacer a los hombres de poder.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que las relaciones entre hombres era una práctica legal y aceptada en el mundo antiguo.
Los romanos heredaron la costumbre de la Antigua Grecia, donde era común que los hombres entre 20 y 40 años entablaran relaciones con jóvenes entre 12 y 18 años. La relación entre un hombre y su concubino podía ser tanto sexual como emocional.
Sócrates, uno de los exponentes más importantes de la filosofía universal, tuvo una relación amorosa en su juventud con su maestro Arquelao. Décadas más tarde, en la adultez, Sócrates fue adorado por varios de sus discípulos, aunque su preferido fue Alciabíades en la Atenas del siglo V a. C.
En la sociedad patriarcal de Roma, la masculinidad se concebía desde un principio muy particular. El ciudadano debía gobernarse a sí mismo y también debía gobernar a otras personas, especialmente si eran de clases inferiores.
Las relaciones homosexuales eran toleradas si el ciudadano romano asumía la parte activa de la relación. Por eso el concubino podía ser un esclavo o un joven nacido libre pero que se relacionaba con figuras poderosas del imperio.
Eran relaciones que no se limitaban a la satisfacción sexual, sino que eran uniones complejas que podían interferir hasta en el manejo de la política. Así fue la historia del concubino griego Antinoo y el emperador Adriano. El gobernante expresaba un gran afecto por el joven y le permitiía acompañarle en negociaciones diplomáticas e importantes discusiones de Estado.
Se cree que la relación entre Adriano y Antinoo no fue sólo una historia de amor, sino una relación de pareja en la que había confianza y en la que el joven amante aportó su carisma, inteligencia y perspicacia.
Algunos hombres romanos optaban por tener un concubino antes de casarse con una mujer. La investigadora de la Universidad de Milán Eva Cantarella ha descrito esta forma de concubinato como “una relación sexual estable, no exclusiva sino privilegiada”, en la que el concubino ostentaba un estatus especial dentro de la jerarquía de los esclavos domésticos.
El himno nupcial Carmina, escrito por C. Valerius Catullus, relata la situación del concubino del novio, quien se encuentra ansioso por su futuro y temeroso de ser abandonado. El chico perderá sus privilegios, le cortarán su larga cabellera y será obligado a dejar de ser el sujeto pasivo y relacionarse de una manera sexualmente activa con las esclavas de su amo.
Los amantes del Imperio Otomano
El concubinato masculino también fue practicado en el Imperio Otomano, que abarcó una vasta región que se extendió desde los territorios que hoy ocupan Hungría hasta Yemen.
“Durante más de 500 años, los otomanos continuaron con algo que se había establecido mucho antes en los imperios y Estados islámicos que precedieron al Otomano: que la sexualidad es un amplio espectro y no sólo una dicotomía entre heterosexualidad y homosexualidad”, dijo a BBC Mundo el historiador israelí Dror Ze’evi.
El harén otomano era un lugar icónico en el palacio imperial, donde vivían las concubinas y eunucos, pero también se permitía la presencia de amantes masculinos del sultán.
Esos jóvenes eran seleccionados por su atractivo físico e ingenio y eran entrenados para servir al sultán en una variedad de funciones. Algunos eran entrenados para la guerra, otros eran castrados para servir en las actividades domésticas del palacio, mientras que los más guapos eran reservados para complacer sexualmente al sultán en sus cámaras secretas.
Algunos de esos recuentos históricos se desarrollaron durante el reinado del Sultán Mehmed el Conquistador.
Se dice que aunque el sultán Mehmed no despreció a las mujeres, ya tuvo a un sucesor llamado Bâyezîd II, también expresaba su afecto por adolescentes. El más amado habría sido un paje de palacio e hijo menor del notable griego Lukas Notaras, quien fuera la mano derecha del último emperador bizantino Constantino XI.
Las reuniones de hombres eruditos en las mansiones de la alta sociedad eran otro escenario frecuente que propiciaban las relaciones homosexuales.
Hay textos que sostienen que la vida sexual en el Imperio Otomano era diversa y que las relaciones sexuales entre hombres se extendían más allá de las cámaras secretas del palacio imperial o los hombres de las élites que disfrutaban con jóvenes hermosos de menor jerarquía.
En su trabajo de investigación, Innmanuella Ari señala que los actos sexuales entre hombres podían ser sujeto a algunas críticas. Pero mientras el hombre no expresara de manera descarada su deseo hacia otros hombres, podía actual a su antojo.