Elena Poniatowska/La Jornada
Es imposible que la cantautora, compositora y productora Astrid Hadad pase desapercibida. Cuando ella toma la palabra, los demás callan. Quizá sus dotes de actriz colaboren a que destaque tanto, pero más bien creo que desde muy niña supo imponer su personalidad. Quizás ella misma no se dé cuenta de su fuerza, pero todos la escuchamos con admiración.
Chetumal, Quintana Roo, su lugar de nacimiento, debe sentirse orgulloso porque Astrid ha honrado a su tierra desde niña, no sólo porque Astrid tiene mucho de fuego de artificio, porque ella combina risa y poesía, sensualidad y recato. Aunque es la creadora del Heavy Nopal, un performance musical en el que destaca su originalidad, su vestuario es tan aparatoso y exuberante que los dioses del Olimpo se inclinan y el público estalla en aplausos ante su diversidad y colorido: lentejuelas, chaquiras, plumas, piedras, la nieve del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, la risa del teatro Blanquita y los rezos en todos los confesionarios de Catedral.
Egresada de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Astrid toca güiro y guitarra y con ellos compone melodías que todos festejan. Además de sus apariciones en teatro, sus amigos le piden: “Trae tu guitarra”, y Astrid nunca se hace del rogar. En abril de 2013 recibió la medalla Cristina Sangri Aguilar del Congreso de Quintana Roo, y hasta las palmeras inclinaron sus ramas al viento.
La canción Como si fuera un calcetín o El calcetín se compara con La tequilera, que Astrid cantó acompañada por Los Tarzanes y convirtió en la más sonora y original de los mariachis, que en general son hombres. El público celebra la crítica social y política de sus canciones y Tongolele la festejó bailando a su lado en su cumpleaños. Las dos convirtieron el escenario en una fiesta igualita a las del salón Los Ángeles que Margo Su, Iván Restrepo y Carlos Monsiváis con sus reseñas introdujeron en las novelas de Carlos Fuentes.
–Astrid, ¿por qué son tan llamativos tus vestidos? En 2014 en el Museo de Quai Branly, en París, los espectadores te pidieron que ampliaras tus temporadas con tal de poder filmarlas y conservarlas en su archivo
–Sí, causan sensación y también hacen reír. Los franceses, los alemanes, los ingleses jamás habían visto a una cantante de ranchero, una mariachi cubierta de espejitos, papel picado, todo lo que puedas imaginar. Desde niña, en Quintana Roo, me encantó cubrirme de abalorios, quise ser una palmera andante; en la playa todos me llamaban: “Niña, ven acá a cantar”…
–Pero, ¿cómo puedes ser maya y libanesa a la vez?
–Elena, me sorprende que no sepas que en la península predominan los libaneses y por eso los caracterizo en mis espectáculos. He hecho cine, televisión, pero nada me satisface tanto como el contacto con el público. Empecé en 1995 con Corazón sangrante, pero el triunfo me vino con Heavy Nopal. También trabajé con Eugenia León y Liliana Felipe en La Capilla, y filmé con Alfonso Cuarón Sólo con tu pareja, además de figurar en múltiples telenovelas.
–Astrid, ¿para ti el escenario puede ser una escuela?, porque he escuchado a varias chavas decir: “Yo quisiera lograr lo mismo que Astrid Hadad”.
–Sí, siento que he inspirado a muchas jóvenes que hoy son artistas. Me ha dicho gente mayor que desearía que su estado estuviera representado en la escena, así como yo he subido a Quintana Roo para honrarlo. Algunos pintores decidieron hacerme un retrato como si fuera representante de mi estado porque verme los inspiró.
–Te consideran su maestra.
–Yo no nací para dar clases, pero sí sé que varios actores, sobre todo actrices, decidieron dedicarse al teatro de cabaret político a la mexicana inspirados por mi espectáculo.
–¿Pero a ti cómo se te ocurrió?
–Empecé inspirada en Kurt Weil, pero muy pronto me di cuenta de que los mexicanos somos muy distintos a los alemanes, somos exuberantes, barrocos, excesivos en todo. Sólo basta acordarnos de que la Universidad de Heidelberg es la cuna de la filosofía para darnos cuenta de que ninguna actriz alemana va a zapatear y a echar los gritos y los brincos que yo me echo en el escenario con una piña en la cabeza. Nuestra cultura es popular, y se remonta a los trazos geniales que nos dieron en sus murales Orozco, Rivera y Siqueiros. La mujer borracha tirada en el suelo de Orozco, en el mural del palacio de Bellas Artes, refleja a las cabareteras de los antros populares de esa época.
–Astrid, cuando dices la palabra “cabaret”, pienso en la película Cabaret, que no hace tantos años filmó Liza Minelli, la extraordinaria hija de otra vedet extraordinaria: Judy Garland.
–Antes de la Segunda Guerra Mundial, Bertolt Brecht lanzó el tipo de denuncia política en su teatro que caló en todos los espectadores europeos por sus grandes verdades políticas. Erika Mann, hija de Thomas Mann, tuvo que escapar de Alemania al iniciarse la contienda. Todos los actores de su compañía fueron perseguidos. Si no salen corriendo, los matan. Erika Mann protestó contra el nazismo jugándose la vida. En años anteriores, en Berlín, habían surgido pequeños cabarets en los que se combinaba música y poesía, y los actores lanzaban dardos contra el gobierno. Al principio, el poder no se dio por enterado, luego la persecución fue implacable. Ésa fue una escuela para mí.
“Cuando subo al escenario, pretendo no sólo cantar, sino encontrar algo que dé fondo a mi crítica; genero una denuncia y provoco el desahogo mediante la risa. Eso lo hicieron los héroes del cabaret alemán… Recuerda que Marlene Dietrich confrontó al nazismo. El Berlín anterior a Hitler destacó por su libertad sexual, su inteligencia política demoledora, su crítica social, su actitud progresista; todos se travestían: Marlene aparecía de smoking con un sombrero de copa reluciente, y Liza Minelli resucitó el travestismo para Hollywood, pero la verdadera crítica es Marlene Dietrich.
“Tuve la oportunidad de analizar ese cabaret alemán y deduje: ‘Este no es el tipo de humor de los mexicanos’, y decidí combinar ciencias políticas, que estudié en la UNAM, con un hervidero de ideas de izquierda. ‘Quiero hacer algo que me llene a mí y llene a la gente’, me dije a mí misma, y entendí que podía combinar la crítica política con el teatro de revista.
“Me vestí con trajes aparatosos como de museo y los combiné con frases que hacían reír; aprendí a cambiarme en menos de un minuto mientras pasa un video o los músicos tocaban un intermedio pero, Elena, no llegué a esta forma de teatro de un día para otro. Me propuse ser una cantante que a través de lo popular provocara conciencia política y terminé con un espectáculo que tiene que ver con la realidad del momento en México y con 14 vestuarios conceptuales, cosa que nadie ha logrado.”