Más que un trabajo, Bru Rovira defiende que el periodismo es su vida, una vocación, que le ha llevado a cubrir durante años desde conflictos bélicos a cambios de regímenes en todo el mundo. Con premios en su haber como el Ortega y Gasset, ahora debuta en la novela con ‘Matar al director’, una intriga policíaca.

Sin embargo, en una entrevista con EFE, no rehuye que, aunque negra, la historia que cuenta le ha servido para retratar una época de cambio en el oficio, el paso del papel al digital, y para reflexionar sobre una actividad profesional que ahora cree que es también “una herramienta de la confusión, del mercado”.

A su juicio, “el periodismo sigue siendo, como siempre, una gran herramienta de poder, pero ahora, con la digitalización, es una mercancía, en la que todo lo decide un ‘like’, o sea, un producto comercial, que si no tiene éxito en ventas no tiene funcionalidad informativa, con lo que se trata todo el rato de seducir”.

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Ello conlleva, precisa el periodista, “una perversión, puesto que ya no se trata de que la gente esté informada, sino de que reciba lo que está pensando. Esto significa que cada vez vivimos más en nuestra parroquia, en nuestra iglesia, pero muy poco en el mundo”.

Antes, sostiene, en una época en la que “no decidía el algoritmo”, las redacciones eran “un colectivo en el que todos pensábamos cada día en hacer un diario, en interpretar el mundo y ordenar lo que era más importante, no estas tonterías de un tío que se ha torcido un tobillo”.

En un “mundo extraño como el de ahora, se necesita más que nunca el periodismo, observadores independientes que sepan jerarquizar lo que es importante de lo que no, que sepan explicar las claves de lo que pasa. Ahora tenemos una especie de distracción, porque no queremos pensar”.

“El periodismo debería ser una mosca cojonera, que desde la independencia y la profesionalidad, buscara el qué, las causas, quién está detrás de lo que sucede”, remacha.

Inventar es divertidísimo

Publicada por Navona, en castellano y catalán, en ‘Matar al director’, Rovira relata lo que ocurre después de que el director del barcelonés periódico ‘Las Noticias’ aparezca muerto, con el cuerpo mutilado en un hotel del Paral·lel en el que se alquilan habitaciones por horas.

La subinspectora Matilda Serra, una antigua reportera de guerra, ahora policía, se encargará de la investigación del caso, en una sociedad dominada por la corrupción, el resentimiento y la venganza.

“Inventar es divertidísimo”, afirma contundente el escritor, tras su primera experiencia en la narrativa, después de pasar por periódicos como ‘Avui’ y ‘La Vanguardia’, porque “como periodista tienes que ceñirte a lo que ocurre, pero aquí puedes hacer que alguien tenga un hijo de una manera u de otra”, además de “hacer mucha autobroma”.

Aunque algunos de los personajes podrían llevar a pensar en periodistas reales, Bru Rovira indica que “todos tienen cosas de muchas personas. Me ha gustado hacer un arquetipo de lo que es la relación con el poder”.

Ello conlleva que “todos puedan ser reconocibles en algún momento, pero me interesaba mostrar todos los tics que tenemos los periodistas, yo mismo, que me desdoblo en una mujer que es policía y que tiene cosas mías, igual que las tienen otros protagonistas”.

En cuanto a situaciones relacionadas con la corrupción y con hombres poderosos que aparecen, asevera que ha intentado plasmar unos comportamientos que se pueden extraer de la realidad.

Opina el autor que “el poder siempre es igual, encarnado por gente mediocre, muy banal, que más que dar importancia a las cualidades, la da a los defectos humanos, como son robar al otro o aprovecharse de los demás”.

Asimismo, critica que se les de tanta importancia a estas personas, cuando “más que interesarnos por alguien que se ha enriquecido, las importantes son las personas creativas, que abren ventanas, con trayectoria social, con una trascendencia por haber hecho. Ante este tipo de personas, el corrupto solo es el tonto de la clase, aunque el sistema lo convierta en espejo”.

Ahondando en ello, concluye Rovira que en una sociedad cada vez más compleja, más global, con cambio climático, lo que se necesita “es gente que piense, aunque parece que estemos esperando a que el apocalipsis se nos venga encima”. 

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