El crítico literario Jezreel Salazar lamentó que en el 85 aniversario de Sergio Pitol no se tenga la presencia del escritor poblano de manera constante en el espacio público de discusión sobre literatura.

De manera previa a la celebración que el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) rindió al Premio Cervantes de Literatura 2005 por sus 85 años de vida, el autor y ganador del Premio Nacional de Ensayo Alfonso Reyes 2004 definió a Sergio Pitol como un gran lector de una gran lucidez, increíble, que siempre arrojaba nuevas maneras de observar no sólo los textos, sino la misma realidad.

“Es una lástima (que ya no lo tengamos constante en el panorama cultural)  porque muchas veces se vuelve asfixiante y es eso lo que él intentó siempre eliminar y saltar.

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“Él (Pitol) se va de viaje desde joven porque deseaba escapar de la asfixia cultural de este país y el hecho de que no lo tengamos (hoy) representa un modo de tener esa dificultad para respirar”, externó el también profesor de la UNAM.

Acompañado por el escritor Vicente Alfonso, Salazar recordó a quien se le considera una de las figuras más relevantes en la literatura mexicana, ícono entre los autores latinoamericanos y del mundo de habla hispana.

Sin duda alguna, dijo, la pasión por las letras y la vida diplomática marcaron la obra literaria de Sergio Pitol, quien retrató por igual los paisajes veracruzanos de su niñez que el deshielo soviético en novelas, ensayos o colecciones de cuentos.

“Sergio Pitol, más allá de las cuestiones personales, es un autor que poco a poco se ha ido convirtiendo en uno de los máximos exponentes de la literatura mexicana y ello se debe a su capacidad para ponerse en un lugar diferente y sui generis del campo cultural mexicano.

“Esta cuestión de Pitol, como un autor que lee literatura rusa, que tiene una capacidad para vincularse con otras tradiciones culturales es en buena medida lo que explica, se encuentra en un lugar tan singular”, refirió Salazar.

Por lo que hace a la literatura rusa, de la que el autor se contagió, el crítico  comentó que no es una influencia sencilla o directa, “sino lo que recupera es un modo de leer que implica, hacer crítica literaria desde el laboratorio de la ficción”.

Expuso que “cuando (Pitol) lee a autores rusos como Antón Chéjov, Iván Turguénev, Fiódor Dostoyevsky o León Tolstoi lo que le interesa es recuperar aquellas formas o mecanismos literarios que él mismo va a poder aplicar en su escritura.

“Entonces hace un tipo de crítica literaria, utilitaria, como práctica que le va permitir escribir ficción de un modo distinto, al que están haciendo escritores mexicanos de esos años”, dijo.

De acuerdo con Salazar, el testimonio más claro de Pitol por Rusia se encuentra en el libro “El Viaje”, publicado en 2000, donde el autor mezcla una serie de formas de escritura, momentos biográficos y momentos que tienen que ver incluso con la memoria de niño.

“En la última página narra una anécdota en la que él es un niño, se encuentra en el campo en Veracruz y está con otro niño a quien le pregunta su nombre y éste le contesta. Iván. Y le pregunta de nuevo. ¿Iván qué? Y este le responde: Iván niño ruso. Y a partir de eso es como una especie de estampa, de mito fundacional”, detalló Salazar.

Antes, el escritor y editor Geney Beltrán Félix, coordinador nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), comentó que la obra de Pitol ha abarcado vitalidad y varios géneros, además de abrir puertas y ventanas, gracias al contacto con culturas extranjeras, instalándose como una de las voces mayores de nuestro tiempo en el rubro literario.

Recordó que la aceptación por la obra de Sergio Pitol fue un proceso lento y eso se debe a la novedad y transgresión que implicaba muchas de las búsquedas del poco intelectual mexicano.

Sergio Pitol nació en Puebla el 18 de marzo de 1933. Con estudios de Derecho y Letras en la UNAM, es narrador, ensayista, traductor y diplomático.

Dirigió una de las primeras colecciones de la Editorial Tusquets en Barcelona y se ha desempeñado como agregado cultural en París y como consejero cultural en las embajadas de Varsovia, Budapest y Moscú.

En su labor como funcionario público fue subdirector de Asuntos Culturales de la cancillería, director de Asuntos Internacionales del INBA, embajador de México en Checoslovaquia, secretario académico de la Facultad de Filosofía y Letras e investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

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