Por Omar Piña
[Con talento y disciplina de María Dolores Lorenzo-Río]
En el México postrevolucionario fue necesaria la legalización de los juegos de azar para que el Estado pudiese financiar obras de beneficencia. Por tanto, en 1920 se creó la Lotería Nacional para la Beneficencia Pública. Su propósito era obtener recursos a favor de la protección y asistencia. Uno de sus primeros lemas publicitarios fue: “Haga usted la caridad y proporciónese una oportunidad de futuro de bienestar”. Era legítimo que se disipaba el aspecto negativo del juego, pues las ganancias eran destinadas al bien público y los participantes sólo gastarían a partir del mínimo que costaba “un cachito”.
Para conseguir sus fines caritativos, la organización desarrolló tres sectores: encargados de impresión de billetes y sorteos, operarios de contabilización y administración de recursos y la venta de billetes. De aquella logística, “el grueso de la fuerza de ventas de la Lotería Nacional, los billeteros, permanecieron con los ingresos más bajos y sin contrato final de trabajo” (Lorenzo-Río, 2025:104).
Si un billetero lograba acomodar 200 boletos con valor total de 520 pesos, su ganancia era de 52 pesos. Dividida en un mes, la ganancia de un billetero era de 1.7 pesos. Sobre el monto y rendimiento de los ingresos pueden rastrearse cifras a partir de informes de la Secretaría de Industria. Para el año de 1927, el gasto mínimo diario de una familia de clase obrera con cinco miembros era de unos 3 pesos. Vivir con menos de 2 pesos era considerado un ingreso de miseria. La situación era que “con menos de dos pesos diarios las personas podían pagar un cuarto sin servicios o de ‘arrimados’ con algún familiar, comer un plato de frijoles y tortillas y vestir con ropa de segunda” (Lorenzo-Río, 2025:114).
Como empresa de beneficencia pública, el sector de la Lotería Nacional operaba desde las oficinas centrales de la Ciudad de México a través de agencias expendedoras de billetes. La concesión de agencias permitió la generación de pequeñas burguesías locales. En su mayoría, los beneficiarios eran operadores de correos, jefes de estación de ferrocarril, propietarios de cantinas, hoteles y tiendas de abarrotes, abogados y farmacéuticos. El reglamento interno determinaba que era responsabilidad de cada agente el nombrar a sus billeteros y para controlarlos, lo usual fue tener muchos vendedores con una dotación de pocos billetes.
Esa pequeña burguesía que floreció por la concesión de agencias no fue el único sector favorecido. También se otorgaron agencias a los amigos y allegados de las altas esferas gubernamentales. De aquella actividad fomentada por las relaciones entre empresarios y políticos, hubo concesiones que tuvieron vigencia hasta por cien años. Y fue en 1926 cuando los trabajadores de las agencias de Lotería Nacional se convirtieron en empleados públicos.
Los billeteros quedaron al margen de la contratación y a lo más que llegaron fue a conseguir acceso a comedores públicos y consultas médicas. Nunca obtuvieron un salario y su “representación gremial fue debilitada, dividida y controlada con lo cual este grupo careció de medios para la negociación de mejores condiciones laborales” (Lozano-Río, 2025:119).
Para mascar a fondo:
Lorenzo-Río, María Dolores (2025), El interés público y las desigualdades en el régimen laboral de la Lotería Nacional para la Beneficencia Pública, México, 1920-1932, Historia Y Memoria, 31, 95-122. https://doi.org/10.19053/uptc.20275137.n31.2025.18265









